miércoles, 16 de diciembre de 2020

2020: El año de la calamidad (en más de un sentido)

 

                                                         Gráfico: "ContextualMX"


 

Cada año, al término de la gestión, doy mi versión sobre lo que considero el acontecimiento que la simboliza. La anterior ocasión (diciembre de 2019) lo hice en un tono optimista, al punto de que pretendí ya no hacer el recuento que sigue, dado que parecía que mejores días se avecinaban. No fue así. Por ello es bueno volver a repasar el camino que nos llevó al actual momento.

2010: “el año del rodillazo”. Ocurrió durante un partido de fútbol en la cancha Zapata; el equipo presidencial se enfrentaba al municipal. Con pelota detenida –agravante en hechos de este tipo- el expresidente Morales Ayma propinó un alevoso rodillazo en la zona del bajo vientre (en los testículos, vamos) a un rival. La escena se propagó por todas partes causando repulsa generalizada. Esta acción retrató, con precisión, su irrespeto de las reglas –del fútbol, en particular, y de la administración del Estado, en general-.

2011: “el año del MASkin”. Fue el periodo en el que el régimen de Morales Ayma, arguyendo luego que se había roto la cadena de mando, desató una brutal represión contra los marchistas del Tipnis en la región de Chaparina. Una de las formas de tal represión consistió en sellar las bocas de los indígenas de tierras bajas con la cinta conocida como “maskin”.

2012: “el año de la caca”. Con tal sustantivo adjetivado –caca- el expresidente se refirió a las relaciones de Bolivia con Estados Unidos, haciendo gala de su florido lenguaje diplomático.

2013: “el año de la extorsión”. Lo caractericé así debido al escándalo de proporciones gestado desde las propias entrañas del antiguo régimen. Recordemos que al interior de éste se organizó un consorcio mafioso dedicado a extorsionar a reos prometiéndoles influir en la justicia para absolverlos o favorecerlos de alguna manera.

2014: “el año del Estado Plurinominal”. Hace seis años, el Gran Impostor se postuló ilegalmente a los comicios presidenciales –sus peleles del TCP así lo ordenaron y sus serviciales del TSE lo ejecutaron-. Éstos últimos mandaron a imprimir la totalidad de las papeletas de votación con el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”. Un acto electoral que debió haber sido declarado nulo.

2015: “el año de Petardo”. Un can adoptado por marchistas potosinos, a quienes acompañó en su periplo a la sede del Gobierno, captó la simpatía de la ciudadanía hastiada de la manera cómo el antiguo régimen ostentaba su poder basado en el autoritarismo. Petardo simbolizó la lucha por la democracia y la repulsa a la corrupción masista.

2016: “el año NO-Evo”. Hoy conocido como 21F, el referéndum convocado por el régimen masista con el propósito de desconocer el artículo 168 de la Constitución para forzar la reelección del Gran Hermano, resultó un revés para tales aspiraciones. La ciudadanía decidió que el sujeto volviera a su cato de coca el 22 de enero de 2020, como él mismo lo había manifestado.

2017: “el año del nulo”. En línea con el hecho precedente, la población dio una paliza al viejo régimen en las “elecciones judiciales”. No obstante la contundencia del rechazo y de los mensajes adversos a aquel Gobierno, éste impuso, como lo había hecho anteriormente, a sus operadores judiciales.

2018: “el año de la doble pérdida”. El vetusto régimen perdió el juicio en La Haya y con ello se cerró toda posibilidad de salida al mar –al menos por el lugar, y las condiciones exigidas por Bolivia- y, por otra parte, la democracia fue secuestrada con la venia de esos operadores judiciales.

2019: “el año de la gesta democrática de Bolivia”. Una serie de eventos afortunados, que devinieron luego del grosero fraude electoral cometido por Morales Ayma y su círculo mafioso, cuya protagonista fue la ciudadanía asqueada por 14 años de abusos, racismo, corrupción, persecución, narcotráfico, impostura, extorsión y violaciones a la Madre Tierra, entre otros. Los usurpadores tomaron las de Villadiego y, ante el vacío de poder, asumió, en estricta aplicación de la sucesión constitucional.

2020: “el año de la calamidad”. Y llegamos al término de uno de los peores de los que tengamos memoria. Un virus que se llevó y, probablemente lo seguirá haciendo, la vida de millones de seres humanos, entre ellos muchos seres queridos. El paso de un gobierno que politizó, corrupción incluida, toda la gestión del mal, creando las condiciones para el regreso de aquellos que dejaron a Bolivia en estado de quiebra moral y económica.

Si eso no es una calamidad, no sé qué podrá serlo. En fin, que 2021 nos depare mejores días.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

TRUMPEVADAS

 




Alguien pierde un referéndum que le permitiría postularse indefinidamente a la presidencia y, a la vuelta de la esquina, cinco años más tarde, otro pierde la elección que le permitiría quedarse un periodo más en el poder.

En el primer caso, el derrotado y sus serviciales operadores montan una estrategia de reversión que empieza con la negación del hecho y continúa con acciones legales –son “dueños” del Tribunal Constitucional y controlan el parlamento- para sentenciar que el sujeto puede prorrogarse ad infinitum en el gobierno.

La negación se sustenta en una “gran mentira”, una conspiración orquestada por la oposición, usando a una inocente dama a quien se le atribuye haberse internado en los aposentos del jefazo para desacreditarlo ante la ciudadanía, de modo que ésta le exprese su repudio votando por el “No” a la aspiración de atornillarse para siempre a la silla presidencial.

La arremetida jurídica consiste en hacer aparecer un supuesto derecho humano a la reelección indefinida, bendecido por tribunos rastreros, lo que habilita al personaje a volver a postularse. Tras la elección y en la medida en que avanza el coteo de votos, se da cuenta de que éstos no le alcanzarán para hacerse del triunfo en primera vuelta, por lo que, junto a “su” órgano electoral, los operadores del régimen acuden al fraude sin prever una probable reacción ciudadana que pone coto a tan grotesco montaje.

Un lustro después, el derrotado (2) y sus serviciales operadores montan una estrategia de reversión que empieza con la negación del hecho y continúa con acciones legales –ejercen cierta influencia sobre algunos jueces y tienen un equipo jurídico inescrupuloso- para argüir una supuesta conspiración, patraña sin pies no cabeza que algunos se la compran.

Con la negación de la contundente victoria de su oponente, atribuyéndola a un “fraude electoral” existente solo en la afiebrada cabeza azanahoriada del derrotado, él y sus amigotes quieren ampliar su estancia en el poder, contra la voluntad ciudadana expresada en las urnas (o, transferida al colegio electoral, si se prefiere). Tengo mis reparos sobre el sistema de elección de EEUU que, entre otras cosas, pese a haber perdido por más de dos millones de votos ante la candidata rival hace cuatro años, le otorgó el triunfo entonces y, en respeto a las reglas del juego, ella reconoció al candidato electo sin grandes aspavientos. En la elección reciente ambas cosas se corresponden: la brecha del voto popular entre el ganador y el indecente perdedor es de una dimensión pocas veces vista, y el voto del colegio electoral lo corrobora.

La arremetida jurídica –pena por un otrora lúcido exalcalde- consiste en hacer aparecer una supuesta conspiración y maquinar una deslegitimación del triunfo del adversario para luego intentar revertir la situación a su favor. Pero las instancias apeladas, incluso aquellas donde había “amigos”, le fueron diciendo sistemáticamente que “no way” –o, “no, güey”, según quién lo diga-.

Lo más delicado del asunto es que tal individuo ha colocado a la democracia de los “padres fundadores” al borde del abismo, dejando a su legítimo sucesor la tarea de curarla de sus heridas. Entretanto, este último ya ha hecho designaciones importantes y ha instado su equipo económico para llegar al 20 de enero con lo necesario para afrontar el reto que le espera.

Puede tratarse de una similitud, de parecidos razonables o de pura coincidencia; el caso es que la diferencia entre un populista y otro, así sean de distinta, opuesta inclusive, corriente, no es muy grande.

Ahora bien, ¿hay algo más vomitivo que las personas comparadas en este texto? Sí, lo hay: quienes justifican fanáticamente los desvaríos de aquellas.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

¿El que mon, man?

 

                                                                   Foto: "Opinión"


Imagino que estar en los zapatos del presidente Arce no debe ser muy grato. Pasadas tres semanas de su investidura, no ha conseguido darle un sello personal a su mandato y se ha movido dentro de lo previsible: actos oficiales de rigor, echarle la culpa de toda la crisis al gobierno de su antecesora, dejar que las cosas vayan “volviendo a la normalidad” según el canon masista y no mucho más. La imagen, divulgada por su unidad de comunicación, del Primer Mandatario dando clases desde su despacho –simpática, eso sí- podría leerse también como la de una persona que no acaba de asumir la función para la que fue elegida; “mi mundo es el de la academia, no este al que, por azares del destino, vine a dar”, parece decir. La expresión inglesa “soldier of fortune” se acerca al estado descrito.

Por contraposición al personaje que quiso eternizarse en el poder, ya fuera por un supuesto derecho humano o por un grosero fraude, Arce luce discreto, menos locuaz, mejor orador (mejor dicción, en todo caso, independientemente de algunos dichos cuestionables en varias de sus alocuciones), más formado, sin tendencia a hacer gala de sus proezas sexuales y, hasta el momento, no ha usado los medios estatales para transmitir sus destrezas basquebolísticas todas las tardes –de rodillazos, menos-.

Ya en el periodo electoral sus “negativos” eran mucho menores que los del susodicho. Y, sin embargo, siendo así, se lo ve como acomplejado, falto de personalidad, ante la sobra de aquel. Si a solo tres semanas de su periodo constitucional tengo esa impresión, no quiero ni pensar en lo que los próximos cuatro años y cuarenta y nueve semanas que le restan.

¿Qué ocurrió para semejante acoquinamiento de SE? Pues que, incluso antes de su posesión, el jefazo ha asumido que el 53% obtenido por Arce no es de Arce, sino de “el Evo”. Y desde entonces se dedicó a opacar la figura del Presidente con demostraciones de convocatoria –la campaña sinfín- para que quede claro quién es el que manda.

El saber popular, con su condimento machista y k’uchi, ha preservado la frase “el que mon, man”, que no es otra cosa que el apócope de “el que monta, manda”. Unos grados de grosería más y se puede, entrando en la psique del cocalero, mencionar que le está diciendo que la tiene más grande.

Como el individuo de marras no se viene con chiquitas (un malpensado diría que más bien lo hace) ha montado una guardia pretoriana a su servicio en el Chapare. No me pregunten cuál es el producto de exportación estrella de la zona porque no tengo la menor idea. En síntesis, el caballero ha vuelto por más y no se asquea en hacerlo notar.

Me animo a decir, sin datos concretos, a puro ojo de buen cubero, que una auditoría de medios concluiría que la cobertura al orinaqueño es mucho mayor que la que se le da al Presidente.

La situación no deja de ser embarazosa para don Luis. Me pregunto si aún está a tiempo para dejar en claro que es él quien obtuvo el voto popular y quien tiene que asumir, para bien o para mal, le presidencia de Bolivia.

De persistir o ahondarse esta situación, podría tornarse en un asunto de Estado con el consiguiente riesgo de afectar a la poca institucionalidad democrática que queda.

Quien más bien tiene que repensar su rol en este contexto es justamente aquel que no obtuvo ni un voto en las pasadas elecciones, aunque intentó triquiñuelas como la de ser habilitado como candidato a la primera Senaturía por Cochabamba, extremo que le fuera negado pese a la insistencia de su abogado, hoy Procurador General. Aunque conociendo su desmedida egolatría no parece haber mucha esperanza.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Supremasismo

 

                                              ABECOR - PÁGINA SIETE


El concepto encierra, en una sola palabra, el supremacismo del MAS. Hecha esta precisión, pasemos a desarrollarlo.

En origen, el supremacismo se refiere a una tendencia de la ultraderecha estadounidense de adjudicar a la “raza blanca” y a sus “valores” una supuesta superioridad sobre el resto de la especie humana; de manera análoga a los nacionalismos que pregonan la superioridad de una nación sobre las demás.

Por extensión, podría aplicarse el concepto a toda postura que reivindique la supremacía –étnica, cultural, intelectual- de un grupo sobre el resto de los sus congéneres. Puede, asimismo, hablarse de supremacismos locales (al interior de un Estado, por ejemplo) o de microsupremacismos.

Los últimos meses hemos visto (re)brotar en nuestro medio expresiones bastante próximas a lo descrito. Utilizando como emblema al mismísimo Dios, grupos ultristas desengañados en su idea de arrasar en las elecciones, salieron a mostrar su “superioridad” -¿moral? ¿religiosa? ¿militar?- nada menos que acudiendo a los cuarteles para que algún soldado asumiera el gobierno para impedir que “el comunismo” lo haga. Jocosamente, por oponerme a tan decadente manifestación, se me ha tildado de comunista, cuando lo más próximo a ese vocablo que soy es columnista o, a lo sumo, algo de consumista tengo (comprador compulsivo de libros y discos).

Pero como los hay a un lado, los hay al otro también. Desde el discurso anticolonialista trasnochado gestado en los prolegómenos del quinto centenario (1992), una suerte de exacerbación de cierta superioridad de los “originarios” fue expandiéndose en el imaginario colectivo hasta encontrar una expresión política, el MAS, quienes coronaron (literalmente, en Tiahuanaco) al “primer presidente indígena” de la República de Bolivia. El ejercicio del gobierno demostró que de tal superioridad no había pizca. Resultaron más corruptos y pícaros, como se diría en santa Cruz, que sus antecesores “blancos”. El caso FONDIOC es la muestra palmaria de tal hecho.

En lo que sí ha recuperado –porque durante un tiempo dejó de tenerla- superioridad, es en cantidad de respaldo necesario para lograr una clara mayoría electoral. Sin embargo, este nuevo impulso parece venir aparejado de un insano propósito de imponer un poder –retomar el camino que le quedó cerrado gracias a la acción ciudadana de hace un año-. Y se pasaron por la entrepierna los 2/3.

“Ahora gobernamos los collas”, ha dicho un adláter del partido favorecido con el voto ciudadano. Imagino que tal disparate hizo que muchos “no-collas” se arrepintieran de haberle otorgado mayoría.

Pero donde ya se mostró campante el supremasismo es en la justicia. Sus operadores no han tenido ni siquiera el pudor de esperar a que se instale el nuevo gobierno para beneficiar a sus patrones con una seguidilla de fallos –algunos de ellos en horas en las que los hampones salen a trabajar- que dejan una sensación de inermidad en la ciudadanía.

En tal afán, a esos agentes del supremasismo se le ha ido la mano: Han sacado de prisión a una investigada por el delito de narcotráfico. Pesó más el que sea su “hermana” en el instrumento político que su condición de delincuente.

La cereza de la torta la puso un agitador del CONADE paralelo. Este individuo sugiere la creación de milicias armadas, unas “brigadas azules”, para amedrentar a los ciudadanos. Cuesta creer que en pleno siglo XXI (ha transcurrido la quinta parte del mismo) se escuchen estas groserías.

Así como manifesté mi repudio por quienes, arrodillados, se pusieron a tocar las puertas de los cuarteles pidiendo a los militares que asalten el gobierno -patética demostración de supremacismo regional- destaco la denuncia que las FFAA han hecho contra dicho sujeto. El Presidente entrante, como Capitán General de las mismas, debe respetar su institucionalidad, así como éstas deben respetar a la autoridad democráticamente elegida.


miércoles, 21 de octubre de 2020

¡Democracia!

 


Al finalizar mi anterior entrega (“Aires democráticos; ecos del debate” del 9 de octubre) señalaba que en la próxima –o sea, la presente- esperaba respirar el mismo aire, el democrático.

El 87% de los ciudadanos habilitados para votar cumplió con ejercer su derecho y cumplir con este deber cívico. En una situación regular esta cifra estaría dentro de los estándares en los que habitualmente nos hemos venido moviendo en materia de participación electoral, pero, dadas las condiciones de salubridad en las que se realizó la reciente justa, es un dato de enorme valor que ha quedado algo relegado por el remezón que sobrevino al abultado triunfo del señor Arce en la misma.

Lo resalto porque este alto nivel de concurrencia da cuenta del compromiso democrático de la ciudadanía en al menos una de sus expresiones, el voto como mecanismo de elección de autoridades político-administrativas -que, no por nada, se las denomina “electivas”-.

No solo soy demócrata, soy demócrata radical –si cabe-. A partir del resultado del domingo, así como en procesos de referéndum formé parte de la mayoría que repudió las acciones del régimen de los catorce años, a partir de los resultados del domingo, vuelvo a formar parte de la minoría; una minoría que, seguramente, volverá articular un proyecto para construir mayoría en los años previos al próximo proceso de elecciones generales; proceso que puede arrancar con las elecciones locales que están relativamente cercanas.

A riesgo de ganarme la antipatía de muchos, voy a ponerlo con la mayor claridad posible: el triunfo de MAS es inobjetable, lo fue tan pronto como se cerró la última ánfora. No lo sabíamos aún, pero los datos extraoficiales, por su magnitud, no daban margen a esperar algo muy distinto, cosa que se fue corroborando en la medida en que iban saliendo los resultados oficiales. La extrema lentitud del recuento oficial generó un ambiente tóxico que derivó en susceptibilidades que fueron creciendo alimentadas por una seguidilla de informaciones dolosas (falsas) que inundaron las redes.

La sobrerreacción de muchos ciudadanos –en unos casos histérica, en otros cuasi metafísica- no contribuyó a racionalizar el hecho absolutamente legítimo del triunfo de una de las fuerzas sobre las otras. Los incidentes que se registraron en el proceso, atribuibles a malas decisiones del TSE, fueron marginales como para alterar significativamente las cifras.

Ahora bien, que, aprovechando “su” momento la opción triunfadora niegue el monumental fraude cometido hace un año –lo que los números muestran es, más bien, el agotamiento de la convocatoria de la figura de Morales Ayma- es tan grosero como aquellos que hoy niegan la legitimidad del triunfo del señor Arce Catacora.

Antes de que se me malinterprete, reitero con firmeza que mi compromiso por la preservación de las libertades democráticas, por la reconstrucción de la institucionalidad, por la restitución plena de los derechos humanos (entre los cuales no está el de la reelección indefinida), por la aplicación del debido proceso y, en fin, por la vigencia del Estado de Derecho, está intacto y fortalecido.

Quiero creer que algo hemos avanzado en este periodo. El debate, por ejemplo, volvió a producirse. Ciertamente no tuvo mayor incidencia en la decisión del electorado (uno de los ausentes fue quien recibió el favor del voto ciudadano), pero es una reconquista que no puede quedar al margen en futuros procesos electorales. Otra buena noticia es que la distribución de escaños evitará imposiciones y se hará necesario consensuar algunas decisiones.

Quizás la advertencia de que si perdía se venía una convulsión, hizo que los indecisos, que acabaron haciendo la diferencia, apoyaran al partido ganador. La ciudadanía ya no está para soportar conflictos provocados que afectan su economía, pero tampoco puede vivir eternamente amenazada por quienes los crean. Esto último es una invitación para que los seguidores del próximo gobierno hagan honor a la democracia que les dio la oportunidad de serlo y la honren en consecuencia.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Del voto por defecto al voto responsable


 


Entretenidos como estamos comentando sobre la intención de voto que las distintas –van cuatro- encuestas otorgan a los candidatos que lideran la preferencia ciudadana, no le hemos prestado demasiada atención a datos menos espectaculares. Uno de ellos es el del 85% de ciudadanos que manifiestan su intención de acudir a emitir su respectivo sufragio el 18 de octubre.

La cifra es significativa por varias razones. En lo cuantitativo, aleja definitivamente al fantasma de la abstención; en lo comparativo, se mantiene en los márgenes históricos de alta participación –si bien es obligatoria, las condiciones particulares de esta votación, daban como para vaticinar un ausentismo con ciudadanos incluso dispuestos a pagar la multa correspondiente-; en lo cualitativo, un ejemplar acto de responsabilidad ciudadana.

Sin afán de inducir al votante en su decisión, considero que al momento de la emisión del voto se debe actuar con la misma responsabilidad, dado que los actores políticos le han dejado en sus manos tal misión.

No obstante haber una tendencia a considerar al actual proceso electoral como completamente distinto al llevado a cabo hace aproximadamente un año, pienso que no habría que ser tan tajante al respecto y, más bien, tomarlo como un correlato con ciertas modificaciones.

Estos son mis argumentos en favor de la “continuación” del 2019: El adversario a derrotar ha cambiado de rostro, pero esencialmente es el mismo –lo que queda de un régimen que sumió a Bolivia en el terror, la corrupción y el culto a la personalidad de quien sigue en carrera a través de su delfín y que, con seguridad, ejercerá el poder detrás del trono en caso de que, para desgracia del país, se le brinde la oportunidad de tomar el gobierno-. El amplio rechazo, tomado en conjunto, que genera la tienda azulada, permanece intacto, como intacto se mantiene el anhelo de la gente que no está alineada al MAS de fortalecer la democracia.

En cuanto a lo diferente, se puede mencionar que no hay opción para el fraude, que la revolución de noviembre catapultó nacientes liderazgos, que se reinstalará el debate, que luego de varias postergaciones finalmente se llegó a la fecha definitiva, que el parlamento de mayoría masista actuó como gobierno paralelo…

Pero la estructura dispersa del voto permanece incólume y si esta vez no se vota con responsabilidad podría darse la figura de un gobierno elegido con al menos 65% de la población en contra. Ha sucedido antes, pero con acuerdos parlamentarios se “construyó” mayoría. Hoy esto es, al menos, improbable. ¿Podemos darnos ese lujo en una circunstancia como la presente? Vaya usted pensando en los efectos e implicaciones de algo así.

 

Antes de las elecciones del fraude, aludí a una suerte de “voto por defecto” (tengo resistencia a usar el término “útil”) que cumplió su cometido y fue un factor decisivo al momento de poner en evidencia el fraude. Como correlato del mismo, ahora aludo al “voto responsable”. Esto, independientemente de que su receptor sea el mismo (su consistente segundo lugar en las cuatro encuestas referidas algo nos tiene que decir). Es también lo que correspondería hacer si quien ocupara ese lugar fuera otro.

Una señal en ese sentido ha sido el acto de renuncia, absolutamente responsable, de una agrupación, de dejar la vía libre para que esto sea posible. Resulta inevitable cerrar estas líneas recordando a Weber, quien nos habla sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Es el momento de la última de éstas. Apliquémosla en consecuencia.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Una nueva era

 




Cuando el TSE inhabilitó al señor Morales Ayma en su intento de postular a la primera senaturía por el departamento de Cochabamba –lo hizo “en paquete”, junto a otros casos análogos”- parecía haberse cerrado un capítulo ignominioso de la historia de Bolivia. Pero, mientras la ciudadanía celebraba el fallo, el personaje, seguro de contar con la lealtad de los jueces promovidos por él mismo durante su ingrata gestión, quiso forzar, ante instancias judiciales, una determinación que, negando la competencia del TSE para obrar en materia electoral, lo pusiera nuevamente en carrera.

¡Tremendo chasco se habrá llevado el sujeto cuando la sala constitucional de La Paz, ratificó su inhabilitación! Tuvo que intervenir un dirimidor para romper el empate que se había dado previamente cuando dos jueces emitieron criterios distintos sobre el caso.

Con el entusiasmo popular que surge en ocasiones como la mencionada, se escuchan frases altisonantes como “por fin la justicia está bien”. Hay que tener cuidado con tales efusiones; lo que ha sucedido es que la vergüenza llevó a dos de los jueces a desestimar el tan insostenible amparo. Por lo demás, la justicia impuesta por el régimen de Morales Ayma permanece intacta y seguirá actuando en otros casos, aunque el tratado en estas líneas haya sido el más sonado.

Tampoco me parecieron muy atinadas las palabras de la presidenta-candidata –“lo hemos hecho con la ley en la mano; sin violencia”-. Hasta ahí podría entenderse que, como sociedad, vamos por buen camino, el del estado de derecho; pero cuando agrega que “somos los únicos que podemos evitar que Evo Morales quede impune” se está extralimitando en dos sentidos: primero, estaría dando a entender que el Ejecutivo se entrometió, de alguna manera (malpensados, a su juego los llamaron), en un asunto de otro poder y, segundo, incurrió en descarado acto electoralista.

Yendo al fondo mismo del tema, ¿por qué sostengo que el país está en puertas del ingreso a una nueva era? En primer lugar, por el aspecto simbólico: luego de 23 años de estar en presente en la vida política activa, de los cuales 14 en la cima del poder omnímodo, el susodicho verá pasar, por lo menos los próximos 4, desde su refugio en tierras lejanas. Y si su situación se complica –están en curso varios procesos en su contra, siendo el caso “estupro” uno de los más delicados- y no regresa para residir en Bolivia dos años antes de la subsiguiente elección, prácticamente estaría poniendo fin a su carrera política y a su influencia personal.

En segundo lugar, el realmente significativo, está el hecho de que no ha surtido efecto la treta que venía junto a la (im)posible habilitación: como mi propia persona y varios otros ciudadanos lo habíamos hecho notar, el verdadero propósito del “evismo” era el de hacer al jefazo, una vez electo como senador, presidente de la Cámara y propiciar una sucesión constitucional que lo reponga como Presidente, sea quien fuere el elegido en las urnas, incluida la posibilidad de que fuera su delfín (¡de la que se libró Arce Catacora si acaso, cosa improbable en segunda vuelta, lo lograra!). Otra cosa no le interesaba. Podía, por ejemplo, haberse postulado a una diputación supranacional ¡pero eso no lo lleva la Presidencia!

Por las razones expuestas, Bolivia debe celebrar el haberse desembarazado del último dictador que, arropado por la democracia, osó querer reproducirse eternamente en el poder recurriendo a todo tipo de artimañas para conseguirlo… hasta que la ciudadanía no se lo permitió más y el hombre tomó las de Villadiego para intentar, desde allá, burlarse nuevamente de Bolivia. Fracasó estrepitosamente.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Candadotes

 




Estimo que el campamento azul ya tiene claro que cada día que pasa, la posibilidad de volver al poder se le escapa sin remedio incluso en el largo plazo. La probabilidad de que no haya segunda vuelta ante una hipotética concentración mayoritaria del voto en una opción distinta a la del “peor es nada” de Morales Ayma no es descabellada dada la repulsa de las clases medias a las últimas acciones delictivas del MAS, aunque depende de la lucidez de los los votantes.

Así las cosas, lo que queda del movimiento del exdictador, atrincherado principalmente en el parlamento, donde conserva una mayoría que ya no tiene en la ciudadanía, ha comenzado a curarse en salud –suena irónico que haga algo “en salud”-.

Resulta hasta conmovedor cómo, de pronto, los asambleístas se pusieron a producir leyes por su propia cuenta (de buena fe, voy a suponer que es así). ¿Acaso no las produjeron durante catorce años de ejercicio del poder omnímodo? Bueno, salvo leyes del tipo “Declaratoria del chuflay como patrimonio espirituoso de Bolivia”, el resto de las leyes eran elaboradas en los gabinetes político/jurídicos del Ejecutivo. El Legislativo, con la holgada mayoría del partido del dictador fugado, hacía la pantomima de la formalidad sin mayor rubor. Se dice que la única ley que tuvo origen en el parlamento controlado por el régimen del terror fue la del Código de Procedimiento Penal, misma que fue abrogada, a poco de su promulgación, ante la negativa de los médicos a aceptarla.

¿Qué le queda, entonces, al “instrumento” ante el hundimiento de sus candidatos y de su propio buque insignia? Poner candadotes por doquier para inmovilizar al gobierno que salga de las urnas el 18 de octubre o, cuando mucho, en la segunda vuelta, y para blindarse ante cualquier proceso que se pueda instaurar contra sus jerarcas, por sus actos ilegales cometidos los 14 años, o contra las huestes que cometieron graves delitos en los paros digitados desde Buenos Aires.

La idea de atar de pies y manos a quienes resulten favorecidos con el voto ciudadano cuando asuman la administración del Estado, es otra muestra de que al señor Morales Ayma y compañía, poco le importan el país y menos aún la gente. Como lo estuvieron demostrando durante casi quince años, lo único que les interesa es su propio beneficio, así tengan que asaltar las arcas públicas para conseguirlo.

Entre los candadotes están las anunciadas normas para la protección a quienes cometieron fechorías, delitos, en realidad, durante los recientes bloqueos. ¿Podría darse que se les ocurra una ley para proteger al jefazo de los procesos, ya en curso, por sus “aficiones” non sanctas? No sería raro.

Ciertamente dichas normas no serán promulgadas por la presidente/candidata, pero ante tal situación el propio parlamento, haciendo uso de una potestad constitucional, podría hacerlo cuantas veces se le antoje, con lo que se constituiría en una especio de Ejecutivo paralelo.

¿Cómo se podría, a futuro, abrir esos candadotes? La llave, una vez más, está en manos de la ciudadanía a través del voto. Si se impide que, no obstante no acceder al Gobierno, el partido del exdictador consiga mayoría calificada en la asignación de escaños parlamentarios, el camino a la abrogación de esas normas espurias quedará allanado, incluso si ninguna fuerza alcanzara, por sí sola, una mayoría necesaria para ello, apelando a acuerdos con otras para tal propósito.

El periodo de transición está dejando a la ciudadanía un mal sabor de boca. Entre las primeras tareas del próximo gobierno estará la de destrabar lo que un grupo de vividores de la política le deja como presente griego.

miércoles, 12 de agosto de 2020

“Traición a la Patria”: ¿puede aplicársela a Morales Ayma?

 



Llámesela “Alta Traición”, “Traición a la Patria” o traición sin más, es una figura –según sea el caso, moral, política, jurídica, militar, o combinaciones a gusto de quienes la sostienen- de las más delicadas por la alta probabilidad de manipulación y subjetividad que rodean a los casos en que se la aplica.

Momentos de alta volatilidad político/social, con tintes culturales, inclusive o de conflagración bélica son propicios para que regímenes de fuerza, arguyendo la infame razón de Estado, persigan a ciudadanos en nombre de tal especie. Las más de las veces como amenaza y otras, como acción efectiva. Dada la euforia con la que se actúa en dichas circunstancias, la ecuanimidad brilla por su ausencia.

Así lo muestran dos casos, el más emblemático a escala mundial, y el más sonado en su tiempo y hoy prácticamente olvidado a escala nacional.

Sobre aquel, seguramente usted ya supo identificarlo. Sí, el célebre “caso Dreyfus”, el militar francés de origen judío despojado de sus honores tras ser declarado culpable de traición por una supuesta venta de información al enemigo; honores que le fueron restituidos doce años después luego de descubrirse al autor de la infamia en medio de un ambiente de intrigas que dividió a la sociedad.

La rehabilitación de Dreyfus fue posible al generarse el apoyo de una parte de la ciudadanía que señalaba las notorias inconsistencias de la acusación y del proceso. Un elemento central del reclamo fue el involucramiento de Emile Zola quien con su texto “Yo acuso” denunció el exceso que se había cometido y abogó por su reparación. Se dice que esta acción –la de un escritor tomando partido- dio origen al concepto de intelectual que conocemos hoy.

Por nuestro lado, tenemos el caso de Elías Belmonte –el “Dreyfus boliviano” que no tuvo a un Zola a su lado-, defenestrado sin juicio por “alta traición” luego de culpabilizarlo de la autoría y porteo de una carta en la que anunciaba la preparación de un golpe de estado para instaurar un régimen afín al de la Alemania de Hitler. Belmonte tuvo que esperar más de tres décadas para que el Estado boliviano le restituyera sus derechos ciudadanos y lo premiara con su ascenso a General, al conocerse, por boca del propio sujeto, que un espía inglés había falsificado la misiva.

Con lo antedicho, pensar en aplicar el artículo 124 de la Constitución Política del Estado a las acciones que el expresidente Morales Ayma promueve desde que huyó del país es altamente aventurado, aunque no deja de ser tentador.

Si nos atenemos al enunciado de dicho artículo, el señor en cuestión cumple con ciertas condiciones para ser sometido a un juicio que podría llevarlo a purgar la pena máxima contemplada en nuestras leyes:

“Comete delito de traición a la patria la boliviana o el boliviano que incurra en los siguientes hechos:

                3. Que atente contra la unidad del país”.

El mismo artículo menciona “complicidad con el enemigo en caso de guerra internacional”.

Evidentemente, al no encontrarnos en una guerra internacional, tal argumento no tendría sustento, pero el país se encuentra librando una guerra no convencional de carácter sanitario. Las guerras son, por antonomasia, un escenario de unidad de la sociedad ante el “enemigo”, en este caso, la calamidad pandémica, y las órdenes emanadas desde Buenos Aires no hacen otra cosa que coadyuvar a que ese enemigo se expanda dejando muerte y desolación entre los bolivianos. Evitar que el oxígeno llegue a quienes padecen la enfermedad es equivalente a bombardear hospitales en tiempo de una confrontación bélica real.

Si las acciones de Morales Ayma y sus huestes no califican como “traición a la patria”, no sé cómo se las puede llamar.

miércoles, 29 de julio de 2020

Lo que el virus no se llevó

                                                   Foto: APG


“El Facebook parece una larga lista de obituarios”, me comenta mi esposa y no le falta razón. Esta red social, a diferencia de otras, se ha convertido en una suerte de muro de testimonios sobre la partida de los seres queridos de los usuarios y la de los héroes que estuvieron en la primera línea de acción en contra de la calamidad –así llamé al asunto en una columna de hace dos meses y ahora el gobierno lo oficializa decretando “estado de calamidad”-.

Si usted está leyendo estas líneas es porque según cada variante –haber padecido y superado tal situación, (aún) no haberla padecido, tenerla latente y no haberse enterado todavía- está en lo que Carpentier llamaría “el reino de este mundo”. Y puede considerarse afortunado(a). Eso sí, en los dos últimos casos, a seguir tomando recaudos porque nadie está a salvo del monstruo microscópico.

En mayor o menor grado, todos hemos perdido a una persona cercana. Se nos han ido papás, mamás, hermanos, hermanas, amigos y amigas. El virus también se ha llevado a gente valiosa por su espíritu de servicio al prójimo; impotencia e inermidad están en el ambiente.

Todo homenaje a ellos queda corto. Estamos en deuda con ellos. Inclusive, en su despedida, merecían mucho más. Página Siete tributó a las almas de estos servidores en una de sus ediciones, un honor póstumo cuya memoria ilumina el camino. La calamidad, en fin, se ha cargado la vida de parte de lo mejor de nuestra gente. Sus huellas, sin embargo, permanecerán indelebles y tendrán un sitial de privilegio cuando se escriba la historia de estos aciagos días. Sugiero a los ejecutivos de este medio considerar la posibilidad de editar un libro que los testimonie para que las próximas generaciones sepan del valor de sus antecesores.

Hasta aquí, aquello que el virus se llevó: vidas. No se llevó su ejemplo, por cierto. Pero, ¿qué de aquellas cosas que no lo hizo?

Con todo su dramatismo y la permanente conmoción que genera, la calamidad no ha conseguido llevarse ciertas actitudes que supondríamos, hasta por sentido común, desaparecerían o al menos entrarían en pausa.

Ocurre que por los intereses que están en juego en el ámbito político, fundamentalmente la realización de las próximas elecciones, aquellos señores que cometieron el fraude electoral más alevoso de la historia, se rasgan las vestiduras por el asunto de la fecha de aquellas.
Ciertamente, los comicios deben realizarse. Nadie en su sano juicio ha mencionado la suspensión de los mismos. Si la postergación de éstos “favorece” al gobierno prolongando su gestión –no le veo el encanto a “gozar” del poder en estas condiciones- es producto de las circunstancias.

Ahí está la mala leche del partido que sumió al país en la corrupción durante 14 años. Por recato, al menos, debería respetar las decisiones que adopta el Tribunal Supremo Electoral, como órgano de Poder autónomo y, por norma, el Legislativo sancionarlas sin mayor trámite. En tal sentido, la fecha, lo he dicho antes, no es lo más importante. La fecha, en todo caso, es una consecuencia del análisis de las condiciones sanitarias previstas y de los recursos necesarios para una elección atípica.

En tal sentido, están por demás las convocatorias a la convulsión y a incendiar el país. Si el titiritero de Buenos Aires cree que esto redituará en votos a su candidatura de pantalla, está absolutamente errado. Nosotros, encantados de que sea así, pero no con las acciones que el exdictador instruye.

Según se sabe, está relativamente cercano el día en que la vacuna contra la calamidad esté disponible; lamentablemente, no se avizora una contra la insensibilidad azul.

miércoles, 15 de julio de 2020

¡Cómo no, Lucho!

                                           Viñeta: Javier Menchaca


Toda vez que le pedía a mi madre algo que estaba fuera de su alcance, algo que yo no estaba en posición de exigir o que le venía con un “cuento” (una mentirita), ella me respondía “¡Cómo no, Lucho!”. Por cierto, no me llamo Luis.

No sé si tal expresión socarrona era de su creación o no –la verdad es que no la escuché de boca de otras personas-, pero ahora adquiere una inopinada vigencia ante las arremetidas del homónimo del ministro del Interior de García Meza –el que amenazaba con hacernos andar con el testamento bajo el brazo-. Este sí responde al nombre de Luis.

¿Está Luis en posición de imponerle al país ciertas exigencias de cara a las venideras elecciones? ¿Está el país desesperado por complacer a Luis en sus demandas de privilegios políticos? ¿Quién está dispuesto a creerle sus cuentos a Luis?

Empecemos por decir que la voz de Luis no es necesariamente la suya; en buena medida es solo el eco de la voz del prófugo que intenta restaurar su régimen de terror desde su lujosa guarida bonaerense. Lo que sí le pertenece es su silencio.

El candidato nominal, Luis, calla ante el bloqueo del bloque mayoritario, resabio ignominioso del antiguo régimen en la transición actual, a créditos que pueden paliar el calamitoso estado de la economía –economía que, por lo visto, no estaba en absoluto “blindada” como solía alardear Luis-, siendo que, por otra parte, los montos son irrisorios comparados con los de la deuda contraída por Bolivia en tiempos de la mafia azul.

Ese hecho –el bloqueo crediticio (hecho político en el que el Gobierno también tiene parte al tener a la presidenta en plan de candidata, nobleza obliga)- es análogo al bloqueo alimentario a las ciudades que Morales Ayma ordenó a sus huestes, a Luis entre ellas, mediante llamadas telefónicas puestas en evidencia. Tres pericias así lo confirman. Razonemos: si tres pruebas de embarazo a una misma persona dan “positivo”, dicha persona ¿está embarazada o no lo está?

Así pues, Luis es cómplice de la asfixia financiera, y lo hubiese sido de la alimentaria si acaso no se conocían las llamadas del jefe de Luis a sus amigotes quienes, dicho sea de paso, estarían vinculados al narco.

Con tales credenciales, el individuo en cuestión hace de portavoz de Morales Ayma cuando cuestiona a la OEA como organismo observador electoral y al TSE como órgano rector.

¡Vaya tupé! Señores de la OEA, hagan el favor de hacerse a un lado; se los está pidiendo Luis. Señores del TSE, los expertos en fraude dicen que desconfían de ustedes.

El fugado dictador también ha hecho decir a Luis que en Bolivia se viven ocho meses de ausencia de democracia. ¡Pero claro!, hay que volver a la “democracia” de la judicialización de la política, a la “democracia” del fraude, a la “democracia” del FONDIOC, a la “democracia” de Zapata... ¿les damos el gusto? Porque si no se los damos anuncian que viene la convulsión.

Por último, precedido por su fama de buen cajero, Luis se permite dar consejos de economía y de salud. Pocos reparan en el hecho de que Luis fue un administrador de la abundancia originada en las altas cotizaciones de las materias primas y aun así endeudó al país en guarismos no conocidos anteriormente. Más de una década de crecimiento con pies de barro nos pasan ahora la factura del despilfarro y la corrupción masista: canchitas, elefantes blancos, narcotráfico y consorcios mafiosos en lugar de un sistema de salud medianamente decente.

Venga, Luis, siga poniendo su voz a las exigencias y amenazas de su jefe que, desde la Bolivia democrática le responderemos a coro ¡cómo no, Lucho!

miércoles, 1 de julio de 2020

La Paz, julio 10 de 2020


Sra. Presidenta:

Valoro profundamente la decisión que usted asumió hace tres días; sé que no le fue fácil adoptarla, pero a la fecha, su dimensión de lideresa ha crecido inmensamente. Respetuoso de la fe que cada quien puede abrazar en un Estado laico, le dedico una cita tomada del libro de la suya:

“Finalmente, recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!’” Y así, se levantó y regresó con su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó”.

La escena de la que deriva la misma se encuentra en el capítulo 15 del Evangelio según Lucas y refiere a un padre que, a instancias de uno de sus dos hijos, les adelanta la herencia, pero éste la dilapida y pasa hambre. Posteriormente, su padre lo vuelve a acoger y para celebrar el retorno, le hace vestir con los mejores atuendos y comer los manjares más exquisitos, a más de decretar fiesta.

Estoy seguro de que usted, ferviente cristiana, la conoce. Es la parábola del hijo pródigo, como pródiga fue su persona al reconsiderar (“finalmente recapacitó y dijo…”) la decisión, seguramente tomada al calor del momento, de presentarse como candidata en las elecciones generales, inicialmente programadas para mayo y pospuestas para septiembre.

Con este gesto de grandeza, usted ha vuelto a ser aquella mujer a la que la ciudadanía confió el tránsito democrático, pacífico y ordenado a un nuevo periodo constitucional de gobierno.

Estos últimos tres días han resonado con mayor fuerza algunas de sus palabras pronunciadas con anterioridad a haberlas traicionado:  "Lo que particularmente yo quiero es cumplir con Bolivia, no estar aprovechándome de una situación y decir, ¡ah yo también podría ser candidato y me aprovecharé de eso!, porque creo que sería deshonesto"; "Por ahí dicen que yo estaba buscando candidaturas… es una especulación de muy mal gusto porque yo, de mi boca, ni en mi pensamiento lo pensé, no sería honesto. Aquí el objetivo de nuestro gobierno es llevar a elecciones y se acabó; yo no quiero ser candidata a nada”.

Hace tres días, Bolivia no perdió una candidata, recuperó una Presidenta. Y así lo entendieron tanto los ciudadanos de a pie como los actores políticos. Más de uno la está proyectando hacia las subsiguientes elecciones, dentro de cinco años. Y sí, con la generosidad mostrada ahora, podría sino imbatible, ser una formidable candidata –créame que las condiciones serán mucho más propicias que las actuales-.

Habrá notado que, en estas casi 72 horas, los dardos ya no apuntan a su persona y, de los que permanecen en carrera, un par se están destruyendo sin piedad. Probablemente su decisión haya causado malestar en algunos de sus allegados, pero fueron ellos mismos los que ratificaron, en su momento, que usted no iba a dar el mal paso que dio y que ya enmendó. “No va a ser candidata ni va a hacer política por ningún candidato”, confirmaba el entonces Ministro de Obras Públicas, hoy en la cartera de la Presidencia.

Fíjese, además, que, como por arte de magia, la Asamblea controlada por el MAS ha comenzado a aprobar créditos y varias otras propuestas para hacer frente a la calamidad que aún nos amenaza. Obvio: usted ya no es “el enemigo”, es la Presidenta de Bolivia.

Gracias por haber recapacitado. Yo también reconsideraré mi decisión de no votar por usted. Lo haré en cinco años.

miércoles, 17 de junio de 2020

Por quién doblan las campañas

                                          Getty Images


Independientemente de que los comicios generales se realicen o no el 6 de septiembre, un clima social y político electoral nos envuelve irremediablemente y vemos a sus actores hechos un manojo de nervios ante lo que, según el cálculo de cada quien, se juega en aquellos.

Luego del monumental fraude cometido por el antiguo régimen vino una sucesión constitucional cuya titular recibió el mandato –en tácito contrato con la ciudadanía- de llevar una transición democrática no traumática que comenzó auspiciosamente. La ruptura de dicho mandato, un hecho político vergonzoso, y la aparición de la calamidad, un hecho de salud pública sin precedentes, pusieron todo de cabeza y acá estamos con un Tribunal Supremo Electoral, fruto, precisamente, de la voluntad ciudadana expresada en las jornadas de octubre y diciembre del pasado año, hastiada de las pandillas que el MAS entronizaba en el ente rector de los procesos electorales –Poder del Estado, para más señales- sometido a fuego cruzado.

Que el señor Morales Ayma y sus huestes la emprendan contra el organismo electoral no debería extrañar a nadie. Evidentemente, una institución imparcial es lo que menos le conviene a la tienda azul, acostumbrada a ordenar a “su” tribunal plurinacional cada una de sus acciones.

Pero que sea el propio gobierno de transición que posibilitó, para regocijo de la ciudadanía, la “limpieza” del TSE quien le dispare munición gruesa raya en la más absurda incongruencia.

Supongamos por un momento que la señora Presidenta no fuera parte involucrada en la carrera electoral. ¿Estaría su Gobierno en afanes de defenestrar al Poder Electoral? No lo estaría, obviamente.

Ocurre, sin embargo, que como se ha entremezclado la gestión con la campaña -cada vez más inclinada a ésta que a aquella- se ha perdido también el sentido histórico de la misión que le fuera conferida por el soberano. No quiero pensar en que a la presi-candidata le encantaría tener una corte dócil a su disposición. Ojalá no sea el caso, porque de ser así se habrá convertido en aquello que se condenaba desde el frente, pero que, al cruzar la calle, encandilada por el poder, se lo asume como propio y con todas sus miserias.

Como no soy cosmobiólogo no puedo predecir lo que, finalmente, ira a suceder; pero, al menos puedo visualizar escenarios posibles y uno de ellos es el de la exacerbación de las campañas hasta tornarse en violentas. Una violencia que podría trascender el cuidado sanitario impuesto por la calamidad.

A ese escenario, prefiero el de unas elecciones con todas las medidas de bioseguridad que se requieran. Y esto, según me han comentado amigos conocedores del tema no es un asunto de cuándo, sino un asunto de con cuánto.

Esto quiere decir que, si se tienen los recursos económicos necesarios para tal empresa, las elecciones podrían realizarse efectivamente el 6 de septiembre y que si no se los tiene (o el Gobierno no los suelta) podemos esperar sentados hasta el próximo año –y me estoy quedando corto-.

O sea, que nos vengan a decir que esto de patear lo más lejos posible las elecciones un asunto de carácter sanitario –basta con darse una vuelta por cualquier feria local para caer en cuenta de que una elección con todas las medidas de control es infinitamente más inocua-. ¡Es puro cálculo!, como lo es la insistencia de otros por ir a las urnas la próxima semana si de ellos dependiese.

Es, por último, campaña. Campaña(s) en las que los actores, como decía, están algo desquiciados por lo que se juegan.

Final abierto con pregunta retórica: ¿Por quién doblan las campañas?

miércoles, 3 de junio de 2020

Verde (no) es mi color




Una cromática declaración le costó el cargo al exministro de Minería. Antes de que las aguas se enturbiasen más, la Presidenta decidió echarlo; una decisión, a mi juicio, apropiada. Vaya uno a saber, sin embargo, si lo hizo por convicción o lo hizo para no comprometer más su ya desgastada imagen. Es decir, si lo hizo como Presidenta (hipótesis 1) o como candidata (hipótesis 2). En cualquier caso, el asunto continúa dando tela para cortar. A propósito, mientras escribo estas líneas –miércoles 4, 22:26 hrs- el ministerio continúa en acefalía confirmando el rasgo presidencial de tomarse sin prisa estas minucias, dado que primero está la salud de los bolivianos.

En lo que a mi pluma respecta, ésta comenzó a trazar coloridas conexiones entre lo sucedido y otras historias teñidas de verde, de las cuales daré cuenta enseguida.
Lo primero que trazó fue la lejana rememoración de la línea de campaña del candidato Juan Pereda Asbún, delfín de Hugo Bánzer en las elecciones de 1978, primer intento fallido de retorno a la democracia luego de una seguidilla de golpes, con algún interregno constitucional en el camino. Estamos en los albores del proceso que finalmente, felizmente, nos llevó a salir de las dictaduras.

Más allá de lo abominable que fue aquella elección –anulada porque el escrutinio arrojaba más votos que votantes- en lo que podríamos denominar la prehistoria del marketing político en Bolivia, el eslogan del candidato de marras no tenía desperdicio: “Verde es mi color”. No sé a quién se le habrá ocurrido, pero, con un retraso de cuarenta y dos años, le reconozco cinco estrellas.

Ese mismo tiempo ha transcurrido para que otro verde aparezca con relativa fuerza en el ambiente político nacional, como una especie de “verde recargado” proveniente del verde regionalizado y desleído de Demócratas, cuya última incursión en el campo electoral casi lo deja al borde de perder la personería jurídica – de hecho, antes de adoptar en denominativo “Demócratas”, se hacían llamar “Verdes” o “los verdes” –luego hablaremos de otros “verdes”-. ¿Sabía usted que en la Edad Media al demonio se lo representaba de verde? Como suele decirse, “el diablo no sabe para quién trabaja”. Y, hete aquí, que ya con otro nombre, este color está en el Gobierno y anda en plena campaña para hacer de la Presidenta la próxima Presidenta.

No sé cómo la verá usted, pero yo la veo verde. Y no me refiero a las docenas de trajes de gama verdosa con la que se la suele ver. No conozco el tono de las telas con las que se arropaba antes de acceder -transitoriamente en principio y con todas las de la ley- a la presidencia, pero si su ropero comenzó a teñirse de lechuga desde que, rompiendo un pacto con la ciudadanía que ella misma rubricó verbalmente, se declaró candidata, el asunto ya tiene otras connotaciones. Aparecer con tales tonalidades en actos oficiales podría ser una forma sutil de campaña y eso contradice aquello de no mezclar un papel con otro. 

En términos reales, lo de separar gestión de propaganda electoral es, en nuestro medio, un artificio engañoso. De repente estoy hilando demasiado fino, pero who knows

La cuestión es que el verde, en términos políticos, es más propio de los partidos ambientalistas, cuyo referente más emblemático son (o fueron) “Die Grünen”, los alemanes que irradiaron al resto del planeta su ideario. Ya no pesan tanto, porque el tema ambiental ahora es parte de los programas de todos los partidos, incluidos los azules, los naranjas, los amarillos, los rojos, los arcoíris, los morados, e inclusive los “verdes”.

En todo caso, verde (no) es mi color.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Esta distopía



A pesar de las circunstancias, no me he permitido caer en el desánimo ni en la paranoia. No se trata de evasión ni cosa parecida; por el contrario, estoy absolutamente consciente de la magnitud y de las implicaciones de la calamidad que nos asola. Su costo en vidas humanas será considerable, pero no al extremo de poner en peligro la continuidad de la especie sobre la faz de la tierra. Serán los que sobrevivan –esperemos estar entre éstos- quienes cargarán con el peso de levantar de nuevo la sociedad y la economía. Digo “volver” porque no sería la primera vez que la humanidad salga adelante luego de una pandemia devastadora como la actual –quizás la de mayor alcance de la historia-. 

Lo que sí ha conseguido provocar en mí es una sensación de estar viviendo, en tiempo real, una distopía; una distopía curiosamente no prevista ni por quienes dicen tener el poder de adivinar el futuro –lo que no merece mayor comentario- ni por quienes, en textos de ficción, algunos de ellos trasladados al cine, nos contaron historias de grupos humanos sometidos a poderes absolutos de todo orden pero –al menos no recuerdo que lo haya- no hay una que narre claramente una donde unos virus tengan a toda la población mundial en vilo. Descartando que dichos virus sean armas de nueva generación –como plantean cierta hipótesis de carácter conspirativo- estamos ante un escenario ni siquiera imaginado. Quizás lo más cercano a esto sea la versión cinematográfica de la obra de Meyling “El Golem” que, dicho sea de paso, no le guarda mucho respeto al libro, pero la sensación de que Dios ha abandonado a sus hijos es muy parecida a la presente.

Si una utopía se figura como un estado idealizado de la convivencia entre iguales, las distopías avizoran distintas formas de poder que arrebatan la dignidad a los seres y sometiéndolos a sus designios. Esto provendría generalmente de fuerzas poderosas, unas veces producto de las ideologías totalitarias, otras, de fuerzas externas: máquinas, extraterrestres, ciertas formas de tecnología, etc.

La distopía político-ideológica por antonomasia es la del Gran Hermano, descrita por Geoge Orwel en “1984”, de alguna manera vivida en Estados que cayeron en las garras del “socialismo real” cuyos sistemas periclitaron ante el ansia de libertad, inherente a los seres humanos.

Hay también música que nos remite a un mundo distópico como el que describe el grupo King Crimson en la canción “El hombre esquizofrénico del siglo XXI” (1969): “Neurocirujanos gritan por más en la puerta de la paranoia”.

Menos recordada, probablemente, es la serie de TV de los años 80, “Max Headroom” que propone la omnipotencia, hoy relativizada por las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, de la televisión, la distopía de los medios de comunicación de masas.

Vigente hasta nuestros días, está toda la gama de series, filmes y cuentos, alimentada desde los tiempos de la “guerra fría”, alrededor del dominio sobre la especie humana que supuestamente ejercerían seres provenientes del espacio en todas sus variantes. Con el creciente desarrollo de la inteligencia artificial, surge la variante del poder ejercido por autómatas, siempre en un ambiente de temor/terror de nuestros congéneres.

Pero esta distopía que nos toca afrontar, que suponemos pasajera, tiene como protagonistas a elementos invisibles al ojo humano y ha socavado los profundos cimientos sociales que nos sostenían hasta hace poco.

Una vez más, la capacidad resiliencia de la especie humana está puesta a prueba. Esperemos estar a la altura de nuestros antecedentes para fortalecer los lazos que nos unen.