Una cromática declaración le costó el cargo al exministro
de Minería. Antes de que las aguas se enturbiasen más, la Presidenta decidió
echarlo; una decisión, a mi juicio, apropiada. Vaya uno a saber, sin embargo,
si lo hizo por convicción o lo hizo para no comprometer más su ya desgastada
imagen. Es decir, si lo hizo como Presidenta (hipótesis 1) o como candidata
(hipótesis 2). En cualquier caso, el asunto continúa dando tela para cortar. A
propósito, mientras escribo estas líneas –miércoles 4, 22:26 hrs- el ministerio
continúa en acefalía confirmando el rasgo presidencial de tomarse sin prisa
estas minucias, dado que primero está la salud de los bolivianos.
En lo que a mi pluma respecta, ésta comenzó a trazar
coloridas conexiones entre lo sucedido y otras historias teñidas de verde, de
las cuales daré cuenta enseguida.
Lo primero que trazó fue la lejana rememoración de la línea
de campaña del candidato Juan Pereda Asbún, delfín de Hugo Bánzer en las
elecciones de 1978, primer intento fallido de retorno a la democracia luego de
una seguidilla de golpes, con algún interregno constitucional en el camino.
Estamos en los albores del proceso que finalmente, felizmente, nos llevó a
salir de las dictaduras.
Más allá de lo abominable que fue aquella elección –anulada
porque el escrutinio arrojaba más votos que votantes- en lo que podríamos
denominar la prehistoria del marketing político en Bolivia, el eslogan del
candidato de marras no tenía desperdicio: “Verde es mi color”. No sé a quién se
le habrá ocurrido, pero, con un retraso de cuarenta y dos años, le reconozco cinco
estrellas.
Ese mismo tiempo ha transcurrido para que otro verde
aparezca con relativa fuerza en el ambiente político nacional, como una especie
de “verde recargado” proveniente del verde regionalizado y desleído de
Demócratas, cuya última incursión en el campo electoral casi lo deja al borde
de perder la personería jurídica – de hecho, antes de adoptar en denominativo
“Demócratas”, se hacían llamar “Verdes” o “los verdes” –luego hablaremos de
otros “verdes”-. ¿Sabía usted que en la Edad Media al demonio se lo
representaba de verde? Como suele decirse, “el diablo no sabe para quién
trabaja”. Y, hete aquí, que ya con otro nombre, este color está en el Gobierno
y anda en plena campaña para hacer de la Presidenta la próxima Presidenta.
No sé cómo la verá usted, pero yo la veo verde. Y no me
refiero a las docenas de trajes de gama verdosa con la que se la suele ver. No
conozco el tono de las telas con las que se arropaba antes de acceder
-transitoriamente en principio y con todas las de la ley- a la presidencia,
pero si su ropero comenzó a teñirse de lechuga desde que, rompiendo un pacto
con la ciudadanía que ella misma rubricó verbalmente, se declaró candidata, el
asunto ya tiene otras connotaciones. Aparecer con tales tonalidades en actos
oficiales podría ser una forma sutil de campaña y eso contradice aquello de no
mezclar un papel con otro.
En términos reales, lo de separar gestión de
propaganda electoral es, en nuestro medio, un artificio engañoso. De repente
estoy hilando demasiado fino, pero who
knows…
La cuestión es que el verde, en términos políticos, es más
propio de los partidos ambientalistas, cuyo referente más emblemático son (o
fueron) “Die Grünen”, los alemanes que irradiaron al resto del planeta su
ideario. Ya no pesan tanto, porque el tema ambiental ahora es parte de los
programas de todos los partidos, incluidos los azules, los naranjas, los
amarillos, los rojos, los arcoíris, los morados, e inclusive los “verdes”.
En todo caso, verde (no) es mi color.
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