miércoles, 26 de octubre de 2016

El barón Münchhausen plurinominal

Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, fue lo que ahora llamaríamos un embustero compulsivo, pues alcanzó fama universal por sus historias, en la que él era el héroe , sobre las supuestas hazañas –por supuesto falsas o, al menos, groseramente exageradas- que había, decía, protagonizado.

Entre ellas se cuentan episodios como haberse salvado de ahogarse en un pantano tirándose de los pelos, haber cabalgado sobre una bala de cañón, haber matado a un oso para cubrirse con su piel y pasar, así, inadvertido entre la manada, haber encendido la mecha de su fusil con la nariz, y varias aventuras tan asombrosas como éstas.

Dichos relatos fantasiosos le valieron al barón en cuestión la una reputación que se extendió a la literatura –Rape fue el responsable de ello-, al teatro, al cine (son varias las comedias sobre el tema) y, curiosamente, a la psicología –se conoce como “Síndrome de Münchhausen” a la alteración consistente en fingir alguna enfermedad, habitualmente para reclamar atención para sí- y a la teoría del conocimiento –sobre el cual he escrito anteriormente, que trata de la imposibilidad de lograr una justificación última para cualquier proposición-.

Émulos de Münchhausen los hay en todo tiempo y lugar: ese embustero oficial que en lugar de causar admiración inspira compasión; él sabe que lo que dice no es cierto pero su modo de decirlo y, desde donde la hace, llega a cautivar a gente genuinamente incauta y a otra más interesada –esta última también finge creerle para congraciarse con el barón de turno-. En rigor, habría que decir que, las más de las veces, las mentiras de tal personaje son inocuas pues sólo reflejan la poca estima que se tiene a sí mismo. Podríamos también perfilar la existencia de un “Münchhausen recargado”, algo más perverso.

En el Estado plurinominal tenemos varios sujetos con un perfil aproximado al personaje en cuestión, pero creo que uno se lleva el título de “Münchhausen oficial” del mismo.

Es aquel que, ya hace una década, nos habló de los “más de 20 000” libros que leyó en su épica vida. Para su mala suerte, como, en tono humorístico, lo explica el sitio buitter.com, para llegar a tal guarismo en tal materia se necesitan 156 años de dedicación exclusiva a la lectura. Podría concluirse, siguiendo el mismo tono jocoso, que nuestro Münchie es inmortal, que es lo que en realidad nos quiere decir. Bonus Track: el mismo compañero manifiesta que ninguna de esas 20 000 es obra de ficción (novela, cuento) pero tiene el tupé de calificar a la novela “De cuando en cuando Saturnina”, de Alison Speeding, como “la mejor novela jamás escrita”.

Más recientemente, en Corpaputo para ser más preciso, nuestro barón nos ha tomado por sorpresa contándonos sus hazañas de cuando ejercía el terrorismo. Resulta que con sólo 50 hombres a su mando, aprendices, de paso, había logrado –merced a su destreza estratégica- zafar de una emboscada que les tendieron 5 000 efectivos militares. ¡Cuán distinta hubiese sido la historia si este barón hubiese dirigido las operaciones en Boquerón o si hubiese asesorado a Ernesto Guevara en su fracasada aventura en Bolivia!

Menos inocente, porque implica dolo, es el haber fraguado un grado académico que no posee –vuelvo a repetirlo: el pecado no está en el hecho de no tener título; pero el hecho de falsear un documento se constituye en delito-. Por muy barón que uno sea, una mentirota de tal calibre tiene sanción penal, menos en el dichoso Estado plurinominal.

Dicen que por estos días el Münchhausen criollo está delicado de salud. Aventuro un probable diagnóstico: mitomanía.

miércoles, 12 de octubre de 2016

"Si hay muertos, yo pongo los cajones"

Octubre de 2006, diez años atrás. Disputas por el control y explotación del mineral del cerro Posokoni, derivaron en una batalla campal entre cooperativistas y asalariados. El escenario fue la población de Huanuni. Al cabo de la refriega, unos veinte mineros –lo menciono “de memoria”- perdieron la vida y otros cincuenta resultaron heridos.

Un actor central del conflicto fue en entonces ministro de Minería, Walter Villarroel, quien llegó a ocupar la cartera como la “cuota” que el sector cooperativista exigió al régimen a cambio de apoyo corporativo. Villarroel, desde las primeras escaramuzas, se mostró claramente parcializado con los suyos, vale decir con el bando de los cooperativistas.

Mientras la cotización de los minerales –el estaño, para el caso- estuvo por suelos, nadie reclamó por dicho yacimiento; pero, coincidiendo con la asunción al poder del régimen aún en funciones, cuando aquélla comenzó su escalada a la cima, la codicia –alentada desde el ministerio del rubro- comenzó a generar violencia.

La primera reacción del Gobierno fue la misma que hasta ahora saca a relucir: acusar a la oposición –cuando no al imperialismo, a la Iglesia o a los medios- de ser la causante de la confrontación. Demás está decir que la misma no tuvo relación alguna con tales hechos.

El entonces  Secretario General de la COB, Pedro Montes –a la sazón, actual senador por el MAS- exigió, entre otras cosas, la destitución del titular de Minería y que el Gobierno evite más muertes. Podría decirse, a estas alturas, que el Ejecutivo actuó con prudencia al no militarizar la zona –cosa que podría haber exacerbado aún más el ya cargado ambiente- pero, en contraparte, tampoco permitió la mediación de instancias llamadas para tal efecto –de oficio, fueron al lugar representantes de algunas de ellas, como la Defensoría del Pueblo-. Sin embargo, no fue hasta que los muertos y heridos sumaron la cantidad anotada que la pesadilla comenzó a serenarse.

La “solución” –más bien, salida- contempló el retiro del ministro cooperativista, la asimilación de miles de cooperativistas al sistema estatal y una asistencia económica a los familiares de los difuntos.

En medio de todo este dolor, Álvaro García Linera, que se encontraba como Presidente en ejercicio –desde el comienzo de su mandato, Evo Morales, casualmente "desaparece” de escena en los conflictos- se despachó una de las frases más despiadadas que jamás pronunciara jefe de Estado alguno: “Si hay muertos, yo pongo los cajones”.

De estas palabras, pocos rastros quedan en el ciberespacio. Sospecho que su “desaparición” tiene que ver con un paquete de enlaces que el régimen hizo retirar del internet. Digo esto por si se quisiera verificar tal cosa. No obstante, hemerotecas y archivos generales conservan las publicaciones de la época y, en última instancia, está la memoria colectiva que registró la infamia de dicho sujeto.

Cuesta creer que, luego de diez años, este individuo, terrorista en sus años mozos, continúe dirigiendo, a la sombra del jefazo, los destinos del país y superándose a sí mismo en la emisión de declaraciones crueles y chapuceras.

¿Qué ha ocurrido con Huanuni a una década de los acontecimientos aquí rememorados? Por boca del propio operador gubernamental José Pimentel, persona involucrada en el secuestro de Doria Medina el año 1995 que también se desempeñó como ministro de Minería de Evo Morales, “falta una gerencia calificada”, lo que, entre líneas, quiere decir que la empresa estatal ha sido un absoluto fracaso. Eso sí, los cooperativistas han sido derrotados “política y militarmente” –como diría el Kananchiri-.