miércoles, 19 de agosto de 2015

Pacto de (imp)unidad



“No me toquen el Pacto de Unidad”, advirtió el Presidente del neonato en el tiempo de la historia -y sostenido con respiración artificial- “Estado Plurinacional” durante el informe que, con motivo del centésimo nonagésimo –equivalente a la juventud biológica del individuo- aniversario de la creación de la República de Bolivia (cambiando, con buen criterio, el original “de Bolívar”), salía al paso de los cuestionamientos que sobre dicho instrumento del régimen están circulando, con cada vez mayor frecuencia, en la prensa independiente.

El denominado “Pacto de Unidad” –o le que queda de él- es el trípode–estructura sindical de llamado “Instrumento para la Soberanía de los Pueblos” (IPSP) que sostuvo con monolítica solidez al régimen durante sus primeros años. Es responsable, entre otras cosas, de la adopción de la discutible categoría “sujeto indígena-originario-campesino” y del cerco para la aprobación del proyecto de Constitución Política del estado en su versión “La Calancha”, que luego fue morigerado en sus versiones “Lotería” y Congreso Constituyente. 

Con el paso del tiempo, el PU se convirtió en un conglomerado multifuncional que bien puede fungir como grupo de choque, como rellenador de desfiles, como operador burocrático o como dispensador de represalias, merced a su organización de tipo sindical y a la relación prebendal que sostiene con el régimen. Sus organizaciones tienen cuotas bien definidas en el Gobierno. 

El escándalo originado en la megacorrupción dentro del Fondo de Desarrollo Campesino, la entidad más visible del cuoteo en favor de organizaciones del PU develó, como en otras instancias del oficialismo, la existencia de redes de desvío de los recursos públicos asignados a proyectos entre inconclusos y fantasmas como forma de movilidad social de ambiciosos dirigentes “originario-indígena-campesinos”. Algunas cabezas han rodado, pero las principales parecen contar con un fuerte blindaje (palabra cara al régimen) provisto desde la cima del poder.

Para que desde esa cima se manifieste la intocabilidad del PU tiene que estar quitándole el sueño la posibilidad de que haya muchos FONDIOC más y el ya frágil sostén que brinda el trípode acabe por venirse abajo. Lo curioso es que el propio señor Morales lanzó munición menuda a los “ioc”, primero, a propósito de las autoridades judiciales “elegidas” por voto universal (“en vano incorporamos ponchos y polleras”) y luego, con motivo de la resistencia a la explotación de hidrocarburos en áreas protegidas (“el movimiento indígena ya no es una reserva moral”). 

A propósito, lejos de visiones rousseaunianas, traigo una cita de mi autor de cabecera, Fernando Savater: “No debemos olvidar que el tiempo de las sociedades es largo y el de las personas breve, que cada uno de nosotros está socialmente constituido por el mismo tejido que trata de reformar, que nunca habrá realmente tal cosa como un ‘hombre nuevo’, sino sólo novedades relevantes al alcance del hombre”. Y si la estructura del régimen está a punto de colapsar, su tejido tiene principios de gangrena.

En los regímenes de corte autoritario, sin embargo, la tendencia ante el debilitamiento es a incrementar la dosis de autoritarismo como recurso último de permanencia en el poder;  podríamos estar transitando, entonces, de una democracia residual, que es la que está aún en curso, a una dictadura pactada apoyada en un “pacto de impunidad”, cuyas nuevas manifestaciones (la sistemática acción contra periodistas y ong’s, por ejemplo) ya se hicieron sentir como torpe método de acallamiento de la crítica y su consecuente recorte de derechos civiles y políticos.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Bolivia



Entrañable república, estás de aniversario y el hecho de que en este momento sea en tu nombre que se realizan actos solemnes y festivos recordando tu creación es prueba de que, lejos de denominaciones eventuales, trasciendes el tiempo y has ingresado en la cuenta regresiva que culminará en diez años cuando  apagues doscientos cirios, ocasión que, si el devenir lo dispone, me tendrá, como ahora, haciéndote honores desde mis letras.

Dejando de lado el apóstrofe con el que me dirigí a la república a manera de salutación, me defino como un boliviano de y por derecho cuyas raíces están profundamente arraigadas en esta parte del mundo, alimentándose de su(s) cultura(s) y de su historia, y cuyas antenas –como reza el nombre de la columna de Gonzalo Chávez- están conectadas al resto del orbe, captando las señales provenientes de diversas latitudes.

Como tantos otros hijos de esta república, éste lo es de padres provenientes de distintos lugares -una suerte de intramestizaje dentro del macromestizaje que caracteriza al país-. Lo he dicho muchas veces: padre chuquisaqueño, madre pandina, vástago paceño. Dicho de otra manera: aquel, del departamento en el que se fundó la república, aquella, del último departamento que se creó en la república y éste, del departamento cuya urbe que se consolidó como sede del gobierno de la república.

“No hallando vuestra embriaguez una demostración adecuada a la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro nombre y dio el mío a todas vuestras generaciones. Esto, que es inaudito en la historia de los siglos, lo es aún más en la historia de los desprendimientos sublimes. Tal rasgo mostrará a los tiempos que están en el pensamiento del Eterno, lo que anhelabais, la posesión de vuestros derechos, que es la posesión de ejercer las virtudes políticas, de adquirir los talentos luminosos y el goce de ser hombres. Este rasgo, repito, probará que vosotros erais acreedores a obtener la gran bendición del cielo –la Soberanía del Pueblo- única autoridad legítima de las naciones”, decía Bolívar en su mensaje del 26 de mayo de 1826 al Congreso Constituyente.

Bolivia tiene glorias en abundancia pero, ¿se puede achacar, entonces, a la república las variadas desventuras que ha sufrido a lo largo de estos casi dos siglos? ¿no es, acaso, ello, atribuible a gobiernos en particular y a circunstancias, en general?

Lo paradójico de la presente celebración republicana es que sean quienes la denostaron, al punto de renegar de ella –e incluso proponer su eliminación del calendario festivo-, los que se cuelgan refulgentes medallas. ¿No deberían, por discreción, brillar por su ausencia?. O lo suyo es pura impostura o se rindieron a la evidencia histórica. Me gustaría pensar que sucedió lo segundo.

Es esencial, pues, reivindicar el espíritu republicano que, como se ha dicho previamente, trasciende el tiempo, para sacudirse del esperpento jurídico que ha pretendido, sin éxito –aunque se lo hubiera introducido en la CPE, La Calancha mediante- imponerse a la sustancia histórica del país.

Corresponde entonces, siguiendo a Jorge Lazarte, reponer plenamente, en la siguiente Constitución –o en la reforma de la vigente- la cualidad republicana de Bolivia: “Restablecer la condición de ‘república’ a la organización política del país, y definir a Bolivia como ‘República’ que marcó la ruptura política institucional con el Imperio español. La república entendida cono transferencia de la soberanía política del soberano al pueblo. De un lado, República no es el estado sino el país… Bolivia entendida como ‘república’, ‘res-pública’ en tanto espacio de lo colectivo por encima de los particularismos”.

¡Viva la república!