miércoles, 24 de mayo de 2017

En la Bolivia de "Borgues"



Si por algo hay que agradecerle al régimen en estos casi once años de iniquidades, es por haber proporcionado al universo una pléyade de personajes en busca de autor que refulgen en el firmamento; cada quien a su turno y con su respectiva ocurrencia, a cual más grosera.

Lo curioso del asunto es que fue precisamente uno de estos sujetos quien acuñó el nombre de la hipotética pluma que novelaría las aventuras, desdichas e imposturas –las suyas y las des colegas-: en un picante intercambio de mensajes telefónicos con la novia de su jefe, lo denominó “Borgues”, una suerte de Borges alter-nativo que se ocuparía tanto de sus fortunas como de sus miserias.

En este instante, Borgues está anotando que en tiempos de la justicia “neoliberal, imperialista y vendepatria”, los dos patriarcas del Estado plurinominal (y los secuaces de uno de ellos) fueron beneficiados por sendos fallos que los habilitaron para continuar con sus carreras políticas hasta asumir el poder sin visos de querer soltarlo mientras no queden en calidad de osamenta.

En efecto, El Tribunal Constitucional neoliberal ordenó la restitución del curul parlamentario al cocalero desaforado, entre otras cosas por faltón, con el goce con carácter retroactivo de su dieta. Asimismo, la “justicia colonizadora” benefició con la libertad al entonces terrorista porque su caso había caído en retardación; sus fechorías quedaron en la impunidad y hoy, desde su alto cargo, se permite dar lecciones de moral y buenas costumbres.

Borgues medita sobre ello porque con todo lo cuestionable que pudiese haber sido el sistema judicial del período democrático republicano, éste fue infinitamente más equilibrado que el que, a título de “revolución judicial”, mediante la aberrante “elección de magistrados”, diseñó el régimen para tener una justicia sumisa a sus designios y sin posibilidad de actuar con un mínimo de autonomía, como se patentizó en los juicios al tribuno Gualberto Cusi y a dos de sus colegas.

Y así, de soslayo, Borgues, que no tiene que hacer mucho esfuerzo para construir sus personajes porque éstos están prácticamente (contra)hechos, sigue en su tarea de observador.

Borgues ha visto cómo, en un acto de total descaro, luego del mega escándalo de corrupción en el FONDIOC, al régimen no se le ocurrió mejor idea que la refundarlo… y lo primero que hace es posesionar como su director a un sujeto –muy escrupuloso él- que oficializaba, papel membretado y todo, los diezmos que obtenía de los contratistas que empleaba cuando manejaba otra institución plurinominal.

Con asco y pesar, don Borgues ha apuntado el caso de un degollador de canes, apologista de la tortura y –nos venimos a enterar- padre desnaturalizado e irreponsable que, ¡válganos!, llegó a ocupar por algunas horas el cargo de Presidente subrogante del país. Hoy se desempeña como ministro.

Para no ser malagradecido con el personaje que le dio entidad, Borgues le dedica unos guiños protagónicos en su obra “Borguivia”. Detecta en él una privilegiada vocación por la mala leche y cuenta que -como si él mismo hubiese provocado el paro de los choferes con el sólo objeto de posponer la lectura de sentencia en contra de la novia del régimen- el mismo día en que, con saludo militar incluido, era posesionado como embajador tropicalísimo, que no amazónico, la dama en cuestión escuchaba la condena a la que será sometida por aceptar regalos de ostentosa cuantía y no saber explicar el origen de los mismos; salvo por un cuento chino que nadie supo tomar en serio, como no pudo hacerlo con una “entrevista” patrocinada por el propio régimen.


En fin, Borgues seguirá obteniendo el generoso material que le otorga la propia realidad, ahora más sorprendente que la ficción.

miércoles, 10 de mayo de 2017

10 familias



Palabras claves: corrupción, nepotismo, patrimonialismo, oligarquía.

Al observar la desfachatez con la que el régimen asume sus fechorías, no puedo menos que preguntarme si su podredumbre la llevaba ya en el origen de su ser político -antes aún de acceder al Gobierno- o es el resultado de su prolongado ejercicio del poder –pérdida progresiva de la vergüenza y de las formas-.

Estoy comenzando a inclinarme por la primera opción, en el entendido de que si no lo llevas en los genes políticos, difícilmente has de caer en tanta abyección. Buen esfuerzo ha debido significar para el régimen aguantarse un tiempo de simulación de ciertas formas para, al cabo de unos años, mostrarse tal como son: una pandilla        de aventureros que, en nombre de los postergados, se sostiene sobre la base de una generosa repartija de canonjías, a modo de prebendas.

Aunque, de forma genérica, la mayoría de los vicios desarrollados en el ejercicio del poder tienen relación con la corrupción, cada una de sus manifestaciones tiene particularidades “operativas” que las diferencian de otras.

Weber introdujo el concepto de “patrimonialismo” para referirse al hecho de disponer de los bienes públicos –por parte de quienes ejercer el poder- cual si se tratase de su propiedad privada; entre otras cosas, la discrecionalidad en la otorgación de puestos burocráticos a sus allegados –no necesariamente familiares- para la captura, con carácter de beneficio privado, de espacios públicos. La “nomenclatura” gobernante se apropia, discrecionalmente, de aquello –erario público incluido- que, en derecho, es de administración transitoria mientras dure el mandato que la sociedad le confiara. Tiempos demasiado prolongados en el usufructo del poder estimulan la inclinación hacia en patrimonialismo al extremo de que quienes lo practican comienzan a actuar como dueños del Estado. Por ello, uno de los  principios esenciales de la democracia es la alternancia.

Paralelamente al patrimonialismo, la oligarquización, tendente a una extendida permanencia –atornillarse- en la “poderósfera”, consistente en el establecimiento de un puñado de grupos –corporativos, familiares, económicos- con el fin, precisamente, de reproducir el poder. Los intereses de dicho(s) grupo(s) pasan a sobreponerse al interés colectivo.

El nepotismo, apenas una manera –no las más perniciosa- de generar patrimonialismo y oligarquización (mediante redes familiares) es, sin embargo, la más evidente, dada la recurrencia de ciertos patronímicos en la administración pública. Que, técnicamente, se trate de la coincidencia de miembros de la misma familia en una institución, no tiene mayor significación cuando, por admisión o por denuncia, el aparato estatal está capturado por un puñado de familias.

La información al uso nos da cuenta de diez familias –yo creo que no están todas las que son, ni son todas las que están-. Malpensando, advierto la omisión de las dos “familias reales”, potenciales dinastías –está por verse- que asumen el Estado para sí mismas.

El sólo hecho de que se detecten clanes operando al interior del régimen da cuenta de su carácter arbitrario, ocupado, antes que del interés colectivo, del particular (extensible al de corporaciones y ciertos agentes económicos afines al régimen) y determinado a conservar sus privilegios “colocando”, de manera estratégica, a sus consanguíneos en espacios de influencia distribuidos en los poderes del Estado.


El proyecto de poder encarnado por el régimen no es otro que el del poder en sí mismo, para su propio beneficio y para condenar  a quienes no comulgan con él. A los hechos me remito.