viernes, 20 de junio de 2014

Buscando la clave de la felicidad



Resulta que nací el año del Mundial de Chile –vaya sacando cuentas de mi añejamiento-, por lo que del primero que tengo conciencia clara es del primero que se jugó en México: junto a los álbumes “Naturama” y “Enciclopédico” –me costó mucho convencer a mi papá de que me lo comprara porque se negaba a costearme un álbum “psicodélico”, que es lo que sus hipersensibles oídos le habían transmitido- apareció el dedicado al certamen azteca.

A regañadientes, mi viejo accedió a financiarme el llenado del mismo, tal como los otros progenitores hicieron con sus respectivos hijos y como, en calidad de padres, lo hacemos ahora con los nuestros.
Creo que el encanto de llenar estos álbumes ha adquirido un carácter de vínculo intergeneracional que pocas cosas, entre ellas el fútbol, pueden conseguir… vaya usted por las proximidades del las graditas de la Pichincha y le será difícil percibir quién está más entusiasta: si el padre que “acompaña” al hijo a conseguir las “figuritas” que le faltan o si éste, que anda tras la “clave” por la cual aquel tendrá que pagar una pequeña fortuna.

Mi hijo ya lleva tres álbumes completados con la complicidad de su viejo, aunque debo reconocer que este año fue más bien su madre la que se involucró en esta historia.

Hago estas consideraciones porque pasada las ceremonias de coronación del campeón y comenzada una nueva espera de cuatro años hasta la próxima –y así sucesivamente-, los álbumes mundialistas van quedando como el elemento con mayor cualidad evocativa, no sólo de cada evento, sino de nuestras propias vidas.

Yo, que no soy, en absoluto, un tipo nostálgico, puedo, a través de la mirada a estos cuadernillos repletos de caras de jugadores, actualizar con claridad pasajes de historias, propias y ajenas, que no tienen mucho que ver con el fútbol pero que sin éste se habrían perdido irremisiblemente.

Con mi hijo compartimos la pasión futbolera: ambos nacimos en año mundialista –él, en pleno Francia 98-, pero, además, ambos “año del Tigre” en el calendario chino y, por si fuera poco, nuestro corazones son aurinegros.


Y, mundial tras mundial, volvemos a buscar “la clave”, la clave de la felicidad…

jueves, 19 de junio de 2014

No cayó en saco roto

Cuando prácticamente el clamor estaba a punto de convertirse en rogativa y ni aun así parecía tener eco, la unidad –o el principio de una más amplia- de las fuerzas democráticas es un hecho que no tengo ningún empacho en celebrarla.

Si bien es cierto que no hubo paros, bloqueos, marchas o huelgas pidiendo unidad, probablemente porque algunos de estos métodos están reservados para una subcultura política poco (o nada) democrática, sí abundaron manifestaciones ciudadanas –expresadas en columnas, foros, conversaciones en el transporte público, charlas familiares, redes sociales, etc.- que, en conjunto, transmitían el mensaje de que la unidad es el camino para devolverle al país la condición de estado de Derecho , por el lado amable, y de que si los llamados a hacerla no estaban a la altura de esta alta responsabilidad (en el sentido weberiano del término) serían, precisamente, los responsables (en el sentido elemental del término) de darle vía libre a la dictadura en ciernes.

Es que se necesitaba ser demasiado mezquino para no caer en cuenta de que estamos, como bolivianos, ante un reto colosal: la de contener la ola del proyecto autoritario, cuya  única manera de hacerlo es la edificación de un dique democrático que la frene en seco y, mejor todavía, la reduzca a su mínima expresión.

En circunstancias democráticas normales, que no es el caso, los partidos democráticos compiten entre sí por llegar al gobierno conquistando el voto de los ciudadanos; pero cuando lo que hay al frente no es otra cosa que la abusiva construcción de una estructura autoritaria, sobre la base de la prebenda, el control de los poderes del Estado, la corrupción, y otros elementos inconfesables, se impone la postergación de legítimas aspiraciones en función del bien supremo: la democracia.

La disyuntiva de octubre es afirmación del proyecto totalitario o reconducción del proceso democrático. Así lo han comprendido quienes esta semana nos dieron la buena noticia de que, haciendo a un lado sus diferencias e intereses particulares, han sellado un acuerdo de unidad que, seguramente, se irá nutriendo con más adhesiones.

En un tiempo en el que la mayor parte de las propuestas constructivas caen en saco roto, es reconfortante dar fe de que ésta (la de la unidad) no lo hizo. La ciudadanía, agradecida.

jueves, 5 de junio de 2014

La disyuntiva de octubre

¿Izquierda vs derecha?, ¿campo vs ciudad?, ¿rico vs pobre?, ¿oriente vs occidente? ¿indígena vs “k’ara”? ¿actualidad vs pasado? ¿juventud vs experiencia? ¿Strongest vs Bolívar?...

Ironías aparte, habrá notado usted que el régimen quiere hacer de las elecciones que se aproximan una confrontación en términos de izquierda-derecha, asumiéndose, desde luego, como el exponente mayor del lado siniestro del espectro ideológico y posicionando al resto del mismo en el diestro.

O sea, de manera engañosa, el régimen quiere forzar lo que en categoría marxista se denomina la “contradicción principal” cuando, por varias razones, no ocurre tal cosa.

Incluso si tomásemos la obsoleta relación lineal de la caracterización político-ideológica, nos encontramos ante una variada gama de grises que se combinan a discreción en función de la realidad. Por ello es que, con mayor propiedad, se habla de “izquierdas” y “derechas” y, además, uno está situado más o menos cerca de unas u otras en relación a otro. Me explico: al lado de uno puedo estar “más a la izquierda” y al lado de otro, “más a la derecha”. Casi podría decir que “no se es” sino que “se está” (más acá o más allá).

Pero el tema es más complejo dado que ahora las adscripciones no son unidimensionales, sino que se ubican en un plano y las posiciones adquieren mayor definición.

Vengo sosteniendo desde mi posición socialdemócrata –centro-izquierda, vista desde arriba; centro-derecha, vista desde abajo- que un derechista con visión democrática me produce mayor simpatía que un izquierdista con misión autoritaria. Por cierto, un izquierdista democrático es lo más cercano a mi postura.

¿Cuál es, entonces, la disyuntiva en pugna en las elecciones del 12 de octubre? Sin lugar a dudas que Democracia versus Autoritarismo, disyuntiva en cuyo polo autoritario se encuentra el actual régimen -en cuyo seno están agrupadas las expresiones más conservadoras de la cultura política antidemocrática-.

Esto hace de la situación algo poco deseable pues, dada la relación prebendal que el régimen ha construido con gruesos sectores corporativos –autoritarios por definición- las expresiones democráticas no puedan competir entre sí, a riesgo de entregar al país a manos del oscurantismo político, y tengan como misión la contención al proyecto autoritario. La ciudadanía espera que estén a la altura del reto.