miércoles, 8 de febrero de 2023

Las muertes de Justa Norma Leyes

 





Justa Norma Leyes comenzó a morir al aprobarse la Constitución que la condenaba a elegir por voto universal (político) a quienes deben administrarla. En su momento dijimos que era como acudir a las urnas para elegir al Alto Mando Militar (o policial). Ciertamente, el sistema judicial no era el más prístino del mundo, pero el remedió resultó peor que la enfermedad.

Desde entonces, Justa Norma Leyes muere cada vez que es violada por los operadores judiciales del régimen; es rematada una y otra vez. Para no hablar de que en las dos elecciones de tribunos la ciudadanía votó mayoritariamente por los candidatos “nulo” y “blanco” dando pie a que los magistrados se posesionen en sus cargos con ínfimos porcentajes de la votación popular. Es decir que habiendo tropezado dos veces con la misma pifia, el régimen intenta asestar el tiro de gracia al ya absolutamente desacreditado sistema de justicia –eso desde el punto de vista de la ciudadanía que ve día a día cómo es usado para perseguir, amedrentar, extorsionar, y encarcelar por razones políticas; por eso es que al régimen no le interesa cambiarlo. Es más, parecería que le urge tener una judicatura aún más dócil a sus mandados-.

Porque últimamente, su agusanado cuerpo viene recibiendo puñaladas arteras que la desfiguran más y MAS. Y no obstante el repudio ciudadano de que es objeto, se anuncia una nueva –la tercera- elección con las mismas taras de las anteriores, es decir un proceso amañado –pantomima de selección cuyas cartas están marcadas- muy similar al que se opera para la designación del Defensor del Pueblo, con la diferencia de que para el caso no hay “elecciones”. Sin embargo, ambos dejan de lado lo fundamental para cargos de esta clase: la meritocracia. En el proceso de selección para la Defensoría, los postulantes mejor calificados –uno de ellos, particularmente- fueron eliminados en las primeras rondas, siendo sus buenos nombres manoseados por los badulaques que tienen la orden de escoger a uno de los suyos. Por eso es que no hay muchos profesionales de excelencia que acudan a la convocatoria. Y así nos va…

Ahora que un grupo de notables juristas pretende enmendar –dándole una suerte de respiración artificial- tal iniquidad, el régimen vuelve a soltar a su rotweiiler y a sus doberman con gastadas consignas que pretenden confundir a la ciudadanía para desanimarla a firmar los libros que, muy a pesar suyo, están siendo sostenidamente signados.

Se cuestiona el procedimiento por una supuesta inconstitucionalidad, cuando cualquier persona mínimamente formada sabe que la iniciativa legislativa ciudadana está reconocida por La Constitución y su institución data de la reforma constitucional de 2004.

Se observa una supuesta (ex)temporalidad, cuando sus promotores han demostrado que los tiempos, con voluntad política para administrarlos, son suficientes para alcanzar a noviembre con una reforma parcial de la CPE que evite otra muerte de Justa Norma Leyes.

Finalmente, se apunta a las personas cuando, si se aprecia su trayectoria profesional, méritos les sobran; entre otros, a Juan del Granado le cupo ser la cabeza en el proceso que logró la sentencia condenatoria al dictador Luis García Meza y colaboradores por la vía del juicio de responsabilidades. Hecho inédito en Latinoamérica.

Si finalmente el régimen se emperra en meterle nomás a su elección, se debería comenzar una campaña por el Nulo (con mayúscula) para que la ciudadanía se vaya sumando y esta vez alcance a 80% (la anterior llegó a 65%). Puede ser meramente testimonial –el régimen impondrá a sus amigos de todas maneras- pero los deslegitimará al punto de invalidar sus ulteriores actos.


domingo, 5 de febrero de 2023

3 de febrero de 1959: “El día en el que murió la música”

 



 

Pero febrero me hizo estremecer 
Con cada diario que entregaría
Malas noticias en la puerta
No pude dar un paso más

No puedo recordar si lloré
Cuando leí acerca de su novia que dejaba viuda
Pero algo me tocó muy profundamente
El día que la música murió 

 

Nada más pertinente que abrir estas líneas con la segunda y tercera estrofas de la letra de la canción “American Pie” del cantautor Don McLean –probablemente más conocida entre nosotros por la versión de Madonna-.

En ellas, el narrador expresa su consternación ante el acontecimiento que vamos a recordar. Lo hace a manera de despedida de una era, de una suerte de adiós a la inocencia, de la sospecha de que nada volvería a ser igual que, a lo largo de la pieza, va sumando otras circunstancias tormentosas -que no hacen a la efeméride en cuestión- siempre seguidas del estribillo “Bye, bye, Miss American Pie” (Adiós, Señorita American Pie – en referencia al pie de manzana, símbolo de la cultura estadounidense-).

Tendría que tener alrededor de 75 a 80 años para pretender haber sentido lo que McLean menciona en su canción pero, no obstante tener algunos menos, considero que aquella vez, 3 de febrero de 1959, sucedió “algo” que remeció no sólo a los gringos, sino a todo el occidente que comenzaba a adoptar nuevas formas musicales, esta vez popularizadas por jovencitos con aire inocentemente rebelde. Salvando escalas y distancias, imagino que personas que ni siquiera estaban en proyecto el 11 de septiembre de 2001, podrán hablar con mucha familiaridad sobre lo acontecido aquel día –en 2042, por poner un año- porque seguirá en el aire la sensación de que aquel día sucedió “algo”.

Sin que tuviera aun en mente escribir esto, los últimos días de 2018 se me dio por escuchar una y otra vez canciones de Buddy Holly & The Crickets y volví a sentir esa frescura que me produjo cuando lo hice por primera vez, además de convencerme de que el hombre era un fantástico compositor de piezas de dos minutos y medio como máximo. En una de esas audiciones le conté su historia que es la que viene a continuación, no sin antes mencionar lo que ella me dijo luego de conocerla: “(después de escuchar la obra de Holly)… ¿Qué más podría haber hecho?). Ciertamente, el corpus musical de Holly parece una generosa obra artística. Nos ocuparemos también de Ritchie Valens y mencionaremos a The Big Bopper.

Del catálogo legado por el artista texano podría decirse que sirvió para su introducción a la “nueva” música a muchos aspirantes a astros del pop-rock. Si pensamos en los Beatles, por ejemplo, puede afirmarse que mientras, tanto vocal como expresivamente, Paul McCartney imitaba a Little Richard, Lennon lo hacía respecto de Buddy Holly. Mientras McCartney forzaba sus cuerdas vocales con “Long Tall Sally”, Lennon las acariciaba en “Words of Love”. Si bien no hay un registro de “Rave on” por los de Liverpool –estoy seguro de que la tuvieron que haber ensayado algún momento- escuchando “Oh Yoko” del álbum “Double Fantasy” (1980) queda claro que Lennon está haciendo un guiño al estilo y timbre vocales de Holly. Los Rolling Stones no quedaron indiferentes a la influencia del americano y lo plasmaron en su salvaje versión de “Not fade away” (1964), con la que, además, abrieron los conciertos de su gira “Voodoo Lounge” (1994-1995) –en la que, dicho sea de paso, me anoté-.

Otras versiones que me vienen a la memoria son: “It´s so easy” (Linda Ronstadt), “Well all right” (Blind Fate, Santana), “Not fade away” (Black Oak Arkansas), “Heartbeat” (The Knack), “Raining in my heart” (Leo Sayer), “That’ll be the day” (Keith Richards) y “Rave on” (Status Quo).

Ritchie Valens pasó a la historia del rock and roll por haber hecho la versión para dicho género de la tradicional canción mexicana “La Bamba”. La película homónima de 1987 cuenta la dura vida y la muerte del muchacho cuando se encontraba en pleno ascenso en su carrera artística. Dado el hecho de que la pieza estaba cantada en español –un español algo desteñido- se le reconoce a Valens haber contribuido a la popularización de nuestra lengua en Estados Unidos.

J.P. Richardson, más conocido como “The Big Bopper”, se desempeñaba como disc jockey y cantante. Su tema emblemático fue “Chantilly lace” que incluye la frase inicial “Hello baby” modulada a su manera, y que se convirtió en su marca registrada.

El 3 de febrero de 1959, Big Bopper tenía 28 años; Holly, 22 y Valens, 17.

El infortunio hizo que la avioneta en la que se trasladaban durante su gira de aquella temporada. Aquel fue el “día en el que murió la música”.