Pero febrero me hizo estremecer
Con cada diario que entregaría
Malas noticias en la puerta
No pude dar un paso más
No puedo recordar si lloré
Cuando leí acerca de su novia que dejaba viuda
Pero algo me tocó muy profundamente
El día que la música murió
Nada más pertinente que abrir estas
líneas con la segunda y tercera estrofas de la letra de la canción “American
Pie” del cantautor Don McLean –probablemente más conocida entre nosotros por la
versión de Madonna-.
En ellas, el narrador expresa su
consternación ante el acontecimiento que vamos a recordar. Lo hace a manera de
despedida de una era, de una suerte de adiós a la inocencia, de la sospecha de
que nada volvería a ser igual que, a lo largo de la pieza, va sumando otras
circunstancias tormentosas -que no hacen a la efeméride en cuestión- siempre
seguidas del estribillo “Bye, bye, Miss American Pie” (Adiós, Señorita American
Pie – en referencia al pie de manzana, símbolo de la
cultura estadounidense-).
Tendría que tener alrededor de 75 a
80 años para pretender haber sentido lo que McLean menciona en su canción pero,
no obstante tener algunos menos, considero que aquella vez, 3 de febrero de
1959, sucedió “algo” que remeció no sólo a los gringos, sino a todo el
occidente que comenzaba a adoptar nuevas formas musicales, esta vez
popularizadas por jovencitos con aire inocentemente rebelde. Salvando escalas y
distancias, imagino que personas que ni siquiera estaban en proyecto el 11 de
septiembre de 2001, podrán hablar con mucha familiaridad sobre lo acontecido
aquel día –en 2042, por poner un año- porque seguirá en el aire la sensación de
que aquel día sucedió “algo”.
Sin que tuviera aun en mente escribir
esto, los últimos días de 2018 se me dio por escuchar una y otra vez canciones
de Buddy Holly & The Crickets y volví a sentir esa frescura que me produjo
cuando lo hice por primera vez, además de convencerme de que el hombre era un
fantástico compositor de piezas de dos minutos y medio como máximo. En una de
esas audiciones le conté su historia que es la que viene a continuación, no sin
antes mencionar lo que ella me dijo luego de conocerla: “(después de escuchar
la obra de Holly)… ¿Qué más podría haber hecho?). Ciertamente, el corpus
musical de Holly parece una generosa obra artística. Nos ocuparemos también de
Ritchie Valens y mencionaremos a The Big Bopper.
Del catálogo legado por el artista
texano podría decirse que sirvió para su introducción a la “nueva” música a
muchos aspirantes a astros del pop-rock. Si pensamos en los Beatles, por
ejemplo, puede afirmarse que mientras, tanto vocal como expresivamente, Paul
McCartney imitaba a Little Richard, Lennon lo hacía respecto de Buddy Holly.
Mientras McCartney forzaba sus cuerdas vocales con “Long Tall Sally”, Lennon
las acariciaba en “Words of Love”. Si bien no hay un registro de “Rave on” por
los de Liverpool –estoy seguro de que la tuvieron que haber ensayado algún
momento- escuchando “Oh Yoko” del álbum “Double Fantasy” (1980) queda claro que
Lennon está haciendo un guiño al estilo y timbre vocales de Holly. Los Rolling
Stones no quedaron indiferentes a la influencia del americano y lo plasmaron en
su salvaje versión de “Not fade away” (1964), con la que, además, abrieron los
conciertos de su gira “Voodoo Lounge” (1994-1995) –en la que, dicho sea de
paso, me anoté-.
Otras versiones que me vienen a la
memoria son: “It´s so easy” (Linda Ronstadt), “Well all right” (Blind Fate,
Santana), “Not fade away” (Black Oak Arkansas), “Heartbeat” (The Knack),
“Raining in my heart” (Leo Sayer), “That’ll be the day” (Keith Richards) y
“Rave on” (Status Quo).
Ritchie Valens pasó a la historia del
rock and roll por haber hecho la versión para dicho género de la tradicional
canción mexicana “La Bamba”. La película homónima de 1987 cuenta la dura vida y
la muerte del muchacho cuando se encontraba en pleno ascenso en su carrera
artística. Dado el hecho de que la pieza estaba cantada en español –un español
algo desteñido- se le reconoce a Valens haber contribuido a la popularización
de nuestra lengua en Estados Unidos.
J.P. Richardson, más conocido como
“The Big Bopper”, se desempeñaba como disc jockey y cantante. Su tema
emblemático fue “Chantilly lace” que incluye la frase inicial “Hello baby”
modulada a su manera, y que se convirtió en su marca registrada.
El 3 de febrero de 1959, Big Bopper
tenía 28 años; Holly, 22 y Valens, 17.
El infortunio hizo que la avioneta en
la que se trasladaban durante su gira de aquella temporada. Aquel fue el “día
en el que murió la música”.
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