miércoles, 21 de diciembre de 2016

Morales Ayma, delincuente confeso

Antes de que las hordas del régimen descarguen su consabida artillería descalificadora –“racista”, “agente de la CIA”, “vendepatria”, “cartelero de la mentira”, etc.- contra el autor de estas líneas, voy a curarme en salud: no hago otra cosa que emplear los mismos términos que el señor Juan Evo Morales Ayma usó para referirse a otros ciudadanos con objeto de sacárselos de encima cuando se le cruzaron en el camino. “Delincuente confeso” por aquí, “delincuente confeso” por allá, fue el sonsonete que se le pegó durante una temporada. Posiblemente alguien mencionó tal cosa, al susodicho le gustó y comenzó a repetirla a discreción, sin reparar en el alcance semántico, stricto sensu, de la muletilla. Mi lógica es: Si el caballero se ha referido de tal manera a ciertas personas, ¿por qué no puede este ciudadano referirse al caballero en los mismos términos, máxime si aplicados a éste se cumplen a cabalidad?

Me explico. Para que alguien pueda ser catalogado como, por ejemplo, “acosador confeso” tiene que haber una admisión explícita, en primera persona, de un hecho de acoso cometido por tal sujeto –digamos, “desde hace cinco meses, vengo asediando sexualmente a la señorita X”. Hay, también, formas más sutiles de hacerlo: con rodeos (“no soy acosador, pero...”), mediante preguntas (“¿acaso no me vieron perseguirla a toda hora?”), o utilizando amenazas veladas. En síntesis, es necesaria una confesión.

Cuando don Juan Evo tilda como delincuentes confesos a quienes señala como tales, lo hace de manera retórica puesto que nadie ha escuchado que los aludidos se hayan autoinculpado de la comisión de algún delito –caso contrario, las autoridades judiciales ya habría procedido a aprehenderlos (aunque no se hallan lejos de ello, pero por otras razones)-. Si mañana aparece alguien confesando que asaltó una remesa de la Universidad de San Simón (dado que, de pronto, le vino un remordimiento de conciencia) lo menos que puede hacer la autoridad es arrestarlo como sospechoso del ilícito –preventivamente-.

Así, llegamos al convencimiento de que a quien mejor le calza aquello de “delincuente confeso” es a Su Excelencia, dado que en su caso sí existe una confesión –incluso más de una- que lo involucra en la comisión de hechos ilícitos.

Un primer antecedente –dejando de lado el trillado “yo le meto nomás”-, una confesión más o menos explícita fue “Recordarán ustedes el año 1997, los movimientos sociales me plantearon la candidatura a la presidencia de la república… Acepté porque había un congreso…especialmente el movimiento indígena originaria, era en Potosí. Después de aceptar, retornando de Potosí a Cochabamba, me arrepentí y pensé como un narcotraficante, un asesino, podía ser presidente…” (sic)

Pero el certificado de confesión llegó este 15 de diciembre. “Si vamos a estar toda la vida sometidos a la ley, no se puede hacer casi nada”; a confesión de parte… La por demás clara admisión presidencial de su delincuencial accionar es aún más alucinante considerando que, al menos desde 2009, Morales gobierna con sus propias leyes –CPE incluida-. ¿Le incomodan sus propias normas? ¿No juró, acaso, cumplir y hacerlas cumplir? ¿Qué clase de delincuente tenemos como Presidente?

Por provenir de quien provienen, dichas confesiones pueden tener devastadoras consecuencias sobre la pedagogía de la democracia al colocarnos más cerca del estado de naturaleza que del Estado de derecho –cuya versión en inglés, Rule of law (Imperio de la ley) es más contundente-. Son una licencia para matar.

En un Estado de derecho, Morales Ayma tendría que ser detenido con fines investigativos, como el delincuente confeso que es. Las autoridades judiciales tienen la palabra.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

2016: El año No-Evo

Nos encontramos ya en las postrimerías de la gestión y, con ello, ante el balance de la misma, tanto en lo individual como sobre lo público. Lo primero lo podemos compartir con nuestro entorno más próximo; lo segundo, con todos –los lectores, para el caso-.
Desde 2010, vengo dando mi particular percepción de lo que el año nos dejó como signo de lo acontecido en ese tiempo. Y cada nuevo repaso anual lo realizo refrescando la memoria sobre los que le precedieron –por lo que el espacio se me hace cada vez más corto-. Así pues, comencemos dicho recorrido:

A 2010, siguiendo este criterio, lo denominé el “Año del rodillazo”. Como se recuerda, aunque ya parece un asunto muy remoto, durante un partido de fútbol entre los equipos del Gobierno central y del municipio, el artillero del primero, nada menos que el Presidente, aplicó un artero rodillazo a los testículos de un jugador contrario. Lejos de ser una anécdota, este asunto expresa el modo arbitrario en el que el régimen entiende y practica el poder ("le meto nomás”). Desgraciadamente, lejos de amainar, esta actitud se pronuncia con cada vez mayor torpeza.

2011 fue un año terrible para nuestra sociedad. En la localidad de Chaparina, los marchistas por el TIPNIS fueron salvajemente reprimidos a instancias del entonces ministro de Gobierno, Sacha Llorenti. Una de las formas de tortura que empleó el régimen contra dichos ciudadanos fue sellarles la boca con cinta masking. Por eso lo denominé el “Año del MASking”. La herida no se ha cerrado.

2012 tuvo un signo escatológico. Con el aún irresuelto restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas con EEUU en la actualidad, la hostilidad del régimen hacia dicho país se ha morigerado en alguna medida. Pero aquel año, el señor Morales no tuvo empacho en declarar que la relación con dicho país era “una caca”. Obviamente, lo llamé el “Año de la caca”.

En 2103, una de las ramas de la mafia oficialista –la red de extorsión- fue puesta en evidencia gracias, en parte, a la intervención del entonces embajador de las buenas causas del Estado Plurinominal, Sean Penn. Ciertamente, fue el “Año de la extorsión”.

El “Año del Estado Plurinominal”. Así caractericé gestión 2014, en referencia a la incompetencia del Órgano Electoral, el peor que tuvo el país en toda su historia, superando con creces a la tristemente célebre “Banda de los Cuatro”. Las papeletas electorales impresas por encargo de ese remedo de institución levaban el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”. En cualquier otra nación, esa grosería hubiese sido causal de anulación de las elecciones –yo sigo insistiendo que tales comicios son ilegales-, pero, bueno, estamos en el medioevo.

El pasado fue el “Año de Petardo” y ya se podía advertir que los signos cambiaban de dirección, que el rumbo era marcado desde fuera del poder. Petardo, la célebre mascota que acompaño a los potosinos en su gesta fue un aliciente para lo que acontecería meses después, es decir los últimos doce meses.

Como yo, seguramente usted recibió, hacia fines de 2015, los deseos de un “Feliz Año No-Evo”. Pues bien, esos deseos se cumplieron ¡Y de qué manera! Quien se creía imbatible y convocara a un referéndum para legitimar su afán reeleccionista, fue barrido por la voluntad popular el 21 de febrero de este año. Pero 2016, el “Año No-Evo”, lo ha sido en toda la forma. Se podría decir que la mezcla explosiva –corrupción, abuso de poder, ineficiencia, ineptitud, etc- que activó apenas llegado al Palacio Quemado, estalló en sus manos causando daños irreversibles a su proyecto de permanencia indefinida en el poder. ¡Que la saga continúe en 2017!

jueves, 24 de noviembre de 2016

Lavarse las manos ¡y sin agua!

Hace aproximadamente siete años, cuando formaba parte de la mesa del programa “Enemigos íntimos”, en radio Fides, el exvicepresidente Víctor Hugo Cárdenas tuvo a bien aceptar nuestra invitación para someterse al no siempre cómodo –para el entrevistado- ejercicio del escrutinio público sobre diversas cuestiones.

Los últimos días me han venido al oído, como si estuviesen sonando hoy, los términos  que la exautoridad nacional, datos en mano, dedicó al asunto del agua, tomándose buena parte del tiempo del programa. Palabras más, palabras menos, Cárdenas, en su admonición final, advirtió que “si no se toman de inmediato las previsiones, el agua desaparecerá de las ciudades en pocos años más”. Dicho y hecho.

El mensaje, obviamente, iba dirigido al régimen, en general, y a los encargados de la gestión del agua, en particular. Me cuesta creer que no lo escucharon –el programa gozaba de algún grado de audiencia, sobre todo la de, por lo menos, gente afín al gobierno que, de tanto en tanto, nos hacía llegar amenazas veladas-. Más bien pienso que, por tratarse de un ciudadano ampliamente conocido por sus críticas al régimen –en la actualidad, con mayor dureza aún- los operadores del mismo, incluidos los “hombres fuertes”, muy pagados de sí mismos por entonces, habrán optado por mofarse de Cárdenas o la habrán considerado como un agente de la CIA en plan alarmista.

Siete años después, el 19 de noviembre de 2016, en Oruro, el señor Evo Morales, tomando por estúpidos a los ciudadanos dice: “No sabía que había problemas en La Paz”, contradiciendo su propia petición de disculpas hecha días antes. Si no sabía de la escasez de agua, ¿por qué qué las pedía? Una vez más la incoherencia del individuo que gobierna el país se hacía patente.

Finalmente, rendido a la evidencia, reconoció –a la manera de un amante que es el último en enterarse de que su pareja le es infiel- que la crisis del agua está ante sus narices y que tira para largo. Como medida política antes que técnica, desconociendo –censurándola sería más propio decir- a la ministra del área, designa un gabinete especial comandado por su factótum, el siniestro Señor de los Camiones, cuyas primeras medidas parecen ahondar aún más la crisis.

Morales y sus llunkus reconocen la existencia del problema –ya sería demasiado que no lo hicieran; la propaganda es inútil cuando la realidad se presenta a ojos vista-. Pero una cosa es reconocer y otra, asumir su responsabilidad –culpa, inclusive- en el desencadenamiento de tan extrema situación.

Como de costumbre, la Nomenklatura oficialista ha salido por la tangente, internamente purgando de sus cargos a sabandijas puestas por ella misma; ¿la MAE? Bien, gracias; ¿el capo de tutti capi? En las nubes. Pero la artillería del régimen ha sido, una vez más, dirigida a factores externos: Doria Medina, la prensa “exagerada”, las redes sociales… Vergonzosa “lavada de manos” que, sin embargo, la han hecho sin agua. Un portento sólo posible con una colosal dosis de cinismo.

En la gestión del régimen hay, por lo menos, un alto grado de imprevisión -con un posible agravante de corrupción- ¿No es corrupción, acaso, destinar ingentes recursos a lujos y placeres, mezquinándoselos a las necesidades más apremiantes de la población: salud, educación, servicios básicos, justicia y seguridad?


Hace poco, en medio de la desesperación de la ciudadanía al borde de la deshidratación y amenazada por enfermedades, el malhechor que vive en las nubes definió sus prioridades mostrándose preocupado por la organización de un cuadrangular de fútbol. Es el mejor testimonio de que, desde hace diez años, a Bolivia la están gobernando con los pies.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

En su propio vómito

Como usted sabe, quien escribe sostiene que el régimen perdió, hace tiempo, el alma (su capital simbólico) lo que, sin embargo, no le impide deambular como ebrio entre la bruma.

En tal condición, tanto sus acciones como las declaraciones de sus operadores son cada vez más atrabiliarias. El tufo dictatorial que rezuma en cada una de ellas es tan notorio que es muy probable que le pase factura a su físico (su capital político) prontamente.

Desde que, mucho tiempo atrás, comenzó a apagarse –y este año se ha portado particularmente cruel con éste- el régimen ha adoptado un comportamiento similar al de una enana blanca, es decir de una estrella en decadencia terminal: extremadamente caliente aunque sin brillo alguno (prácticamente apagada), pero que en su agonía aún puede calcinar a quien ose acercársele demasiado.

Y en su siempre mañoso proceder ha incluido en su repertorio persecutorio su versión –“plurinominal”, podríamos llamarla- de una institución jurídica del medio Evo: las ordalías; esos juicios que, en su fase probatoria, incluían absurdas maneras de probar inocencia tales como la sujeción de barras de fierro candentes, la introducción de las manos del acusado en brasas ardientes, la caminata entre hogueras o la sumersión de la cabeza durante prolongado tiempo en una tina con agua. Obviamente, ante tales torturas, el imputado acababa declarándose culpable e implorando clemencia –si es que llegaba a sobrevivir-.

El régimen, despiadado y ducho en materia de perseguir y judicializar la política, ha ido perfeccionando métodos algo más sutiles pero no menos crueles para despachar a los opositores a las celdas del terrible sistema penitenciario a su cargo. Los presos políticos se cuentan por decenas –Leopoldo Fernández y Eduardo León, probablemente los más emblemáticos- y varios candidatos a correr tal suerte se encuentran en lista de espera.

Las últimas dos semanas le ha tocado el turno a Samuel Doria Medina (todavía no doy pie en bola con el criterio que sigue el régimen para determinar a quién le jode la vida en determinado momento); el caso es que ahora es el turno es del líder de Unidad Nacional y, para ello, el régimen ha fabricado una batería de supuestos delitos sorprendente: sólo falta el de descuartizar en serie, con lo que tendríamos a un verdadero monstruo como accionista mayoritario de “Los Tajibos”.

Pero las condiciones objetivas (e incluso la subjetivas) –en términos marxistas- para continuar con sus fechorías ya no son las mismas que, por ejemplo, para el caso de Fernández. Hoy, la comunidad internacional ya no está encandilada con el cuento del “primer indígena…” y tiene claro con qué tipo de régimen está tratando, lo que lo encoleriza más aún.

Una explicación plausible a toda esta andanada autoritaria podría ser el intento de desviar la atención de la opinión pública de los recientes –paupérrimos- indicadores que dejan muy mal parado al Estado plurinominal –sigo manteniendo la nomenclatura de la papeleta electoral con la que fue elegido Morales la pasada elección general- en materias de corrupción (subcampeón, entre 138 países estudiados por el Foro Económico Mundial para su Índice Global de Competitividad) competitividad  (puesto 121 entre 138 en el mismo informe), balanza comercial (835 millones de dólares de déficit comercial entre enero y septiembre del 2016) y la sostenida caída de las reservas internacionales netas (ahora por debajo de los once mil millones de dólares).

Retomando el modo en el que el régimen se ha farreado la bonanza (“con pies de barro”, como la llamo) y sus efectos traducidos en borrachera de poder, podría decirse que el régimen se está comenzando a ahogar en su propio vómito.

miércoles, 26 de octubre de 2016

El barón Münchhausen plurinominal

Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, fue lo que ahora llamaríamos un embustero compulsivo, pues alcanzó fama universal por sus historias, en la que él era el héroe , sobre las supuestas hazañas –por supuesto falsas o, al menos, groseramente exageradas- que había, decía, protagonizado.

Entre ellas se cuentan episodios como haberse salvado de ahogarse en un pantano tirándose de los pelos, haber cabalgado sobre una bala de cañón, haber matado a un oso para cubrirse con su piel y pasar, así, inadvertido entre la manada, haber encendido la mecha de su fusil con la nariz, y varias aventuras tan asombrosas como éstas.

Dichos relatos fantasiosos le valieron al barón en cuestión la una reputación que se extendió a la literatura –Rape fue el responsable de ello-, al teatro, al cine (son varias las comedias sobre el tema) y, curiosamente, a la psicología –se conoce como “Síndrome de Münchhausen” a la alteración consistente en fingir alguna enfermedad, habitualmente para reclamar atención para sí- y a la teoría del conocimiento –sobre el cual he escrito anteriormente, que trata de la imposibilidad de lograr una justificación última para cualquier proposición-.

Émulos de Münchhausen los hay en todo tiempo y lugar: ese embustero oficial que en lugar de causar admiración inspira compasión; él sabe que lo que dice no es cierto pero su modo de decirlo y, desde donde la hace, llega a cautivar a gente genuinamente incauta y a otra más interesada –esta última también finge creerle para congraciarse con el barón de turno-. En rigor, habría que decir que, las más de las veces, las mentiras de tal personaje son inocuas pues sólo reflejan la poca estima que se tiene a sí mismo. Podríamos también perfilar la existencia de un “Münchhausen recargado”, algo más perverso.

En el Estado plurinominal tenemos varios sujetos con un perfil aproximado al personaje en cuestión, pero creo que uno se lleva el título de “Münchhausen oficial” del mismo.

Es aquel que, ya hace una década, nos habló de los “más de 20 000” libros que leyó en su épica vida. Para su mala suerte, como, en tono humorístico, lo explica el sitio buitter.com, para llegar a tal guarismo en tal materia se necesitan 156 años de dedicación exclusiva a la lectura. Podría concluirse, siguiendo el mismo tono jocoso, que nuestro Münchie es inmortal, que es lo que en realidad nos quiere decir. Bonus Track: el mismo compañero manifiesta que ninguna de esas 20 000 es obra de ficción (novela, cuento) pero tiene el tupé de calificar a la novela “De cuando en cuando Saturnina”, de Alison Speeding, como “la mejor novela jamás escrita”.

Más recientemente, en Corpaputo para ser más preciso, nuestro barón nos ha tomado por sorpresa contándonos sus hazañas de cuando ejercía el terrorismo. Resulta que con sólo 50 hombres a su mando, aprendices, de paso, había logrado –merced a su destreza estratégica- zafar de una emboscada que les tendieron 5 000 efectivos militares. ¡Cuán distinta hubiese sido la historia si este barón hubiese dirigido las operaciones en Boquerón o si hubiese asesorado a Ernesto Guevara en su fracasada aventura en Bolivia!

Menos inocente, porque implica dolo, es el haber fraguado un grado académico que no posee –vuelvo a repetirlo: el pecado no está en el hecho de no tener título; pero el hecho de falsear un documento se constituye en delito-. Por muy barón que uno sea, una mentirota de tal calibre tiene sanción penal, menos en el dichoso Estado plurinominal.

Dicen que por estos días el Münchhausen criollo está delicado de salud. Aventuro un probable diagnóstico: mitomanía.

miércoles, 12 de octubre de 2016

"Si hay muertos, yo pongo los cajones"

Octubre de 2006, diez años atrás. Disputas por el control y explotación del mineral del cerro Posokoni, derivaron en una batalla campal entre cooperativistas y asalariados. El escenario fue la población de Huanuni. Al cabo de la refriega, unos veinte mineros –lo menciono “de memoria”- perdieron la vida y otros cincuenta resultaron heridos.

Un actor central del conflicto fue en entonces ministro de Minería, Walter Villarroel, quien llegó a ocupar la cartera como la “cuota” que el sector cooperativista exigió al régimen a cambio de apoyo corporativo. Villarroel, desde las primeras escaramuzas, se mostró claramente parcializado con los suyos, vale decir con el bando de los cooperativistas.

Mientras la cotización de los minerales –el estaño, para el caso- estuvo por suelos, nadie reclamó por dicho yacimiento; pero, coincidiendo con la asunción al poder del régimen aún en funciones, cuando aquélla comenzó su escalada a la cima, la codicia –alentada desde el ministerio del rubro- comenzó a generar violencia.

La primera reacción del Gobierno fue la misma que hasta ahora saca a relucir: acusar a la oposición –cuando no al imperialismo, a la Iglesia o a los medios- de ser la causante de la confrontación. Demás está decir que la misma no tuvo relación alguna con tales hechos.

El entonces  Secretario General de la COB, Pedro Montes –a la sazón, actual senador por el MAS- exigió, entre otras cosas, la destitución del titular de Minería y que el Gobierno evite más muertes. Podría decirse, a estas alturas, que el Ejecutivo actuó con prudencia al no militarizar la zona –cosa que podría haber exacerbado aún más el ya cargado ambiente- pero, en contraparte, tampoco permitió la mediación de instancias llamadas para tal efecto –de oficio, fueron al lugar representantes de algunas de ellas, como la Defensoría del Pueblo-. Sin embargo, no fue hasta que los muertos y heridos sumaron la cantidad anotada que la pesadilla comenzó a serenarse.

La “solución” –más bien, salida- contempló el retiro del ministro cooperativista, la asimilación de miles de cooperativistas al sistema estatal y una asistencia económica a los familiares de los difuntos.

En medio de todo este dolor, Álvaro García Linera, que se encontraba como Presidente en ejercicio –desde el comienzo de su mandato, Evo Morales, casualmente "desaparece” de escena en los conflictos- se despachó una de las frases más despiadadas que jamás pronunciara jefe de Estado alguno: “Si hay muertos, yo pongo los cajones”.

De estas palabras, pocos rastros quedan en el ciberespacio. Sospecho que su “desaparición” tiene que ver con un paquete de enlaces que el régimen hizo retirar del internet. Digo esto por si se quisiera verificar tal cosa. No obstante, hemerotecas y archivos generales conservan las publicaciones de la época y, en última instancia, está la memoria colectiva que registró la infamia de dicho sujeto.

Cuesta creer que, luego de diez años, este individuo, terrorista en sus años mozos, continúe dirigiendo, a la sombra del jefazo, los destinos del país y superándose a sí mismo en la emisión de declaraciones crueles y chapuceras.

¿Qué ha ocurrido con Huanuni a una década de los acontecimientos aquí rememorados? Por boca del propio operador gubernamental José Pimentel, persona involucrada en el secuestro de Doria Medina el año 1995 que también se desempeñó como ministro de Minería de Evo Morales, “falta una gerencia calificada”, lo que, entre líneas, quiere decir que la empresa estatal ha sido un absoluto fracaso. Eso sí, los cooperativistas han sido derrotados “política y militarmente” –como diría el Kananchiri-.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Sombrerías


Cuando se conoció el nombre de la sucesora de la anterior ministra de Comunicación, una amiga ironizó a través de las redes sociales que pronto extrañaríamos a la funcionaria saliente quien, como se conoce, se caracterizaba por sus destempladas declaraciones y por su enfermiza devoción por el jefazo; la sobriedad no era precisamente su mayor virtud.

Debo, hidalgamente, reconocer que quien hizo dicha publicación tenía razón; al menos yo, extraño a la exministra quien, pese a lo anotado fue un modelo de decencia, comparada con lo que vino luego que es lo que estamos padeciendo hasta la fecha. La predecesora de quien ahora ocupa la titularidad de la mencionada cartera fue objeto de un sinnúmero de “cargadas” en el espacio virtual y sin embargo no perdió del todo los papeles.

Por su alto grado de exposición pública, el encargado o la encargada de la comunicación del Estado debe tener un perfil personal en el que predominen el autocontrol y la templanza. Desde el polémico Mario Rueda Peña, recordado por las cuadrículas que trazaba para calcular el número de manifestante en las protestas, quien acepte el puesto debe estar consciente de que va a ser objeto del escarnio público porque, entre otras tareas, tiene la ingrata misión de “explicar” las metidas de pata del Presidente al que “interpreta” –el famoso “no dijo lo que dijo”- que en el caso del mandatario de turno es un asunto de varias veces al día –me vienen a la memoria las coplas carnavaleras, un verdadero desafío a la creatividad de quien intente justificarlas-.

El colega columnista Andrés Gómez Vela escribió en su columna del 1 de febrero de 2015 (“¿Ministerio de Comunicación o Ministerio del Insulto?”): “Ojalá que la nueva ministra Marianela Paco reoriente el MC para que no siga siendo un Ministerio del Insulto y de la Censura”. Sí, hubo alguna reorientación pero no la que el periodista esperaba: al insulto y a la censura (expresada, en una de sus formas, como no otorgación de publicidad estatal a medios independientes), se agregó la persecución a quienes caricaturizaran la imagen ensombrerada de la titular del cargo en las redes.

Es muy conocido el proverbio que reza que “cuando el sabio señala la luna, el tonto mira al dedo”. Esto –sin pretender que todos los críticos son sabios- es lo que pasa con la ministra de marras. Llevar a juicio una sinécdoque sombreril es ratificar lo tonto que uno(a) es. Fíjese que la ministra de Justicia luce con garbo el suyo y no anda enceguecida disparando contra sus críticos –será porque dice o hace menos estupideces, aunque no se libra de cometerlas-. Curiosamente, en el caso de la ministra de Justicia, el sombrero sí forma parte de su identidad, cosa que no ocurre con la de Comunicación, de quien, al ser un accesorio recién incorporado a su testa forma más bien parte de su imagen aunque ella quiera forzar la figura identitaria en su sentido antropológico.

Total, que ahora tenemos un puñado de ciudadanos procesados penalmente por nimiedades. Parecería que la franquicia persecutoria del régimen –apoyada en discutibles instrumentos legales- opera de esta manera: Cuando te persigue por “exceso de llamadas”, por un meme o por “quítame estas pajas”, es que te ha buscado mugre por todo lado y, al no encontrártela, hasta tu modo de andar es motivo de proceso.

La mal utilizada ley contra la discriminación y el racismo se ha convertido en el expediente más grosero para que la incompetencia, la corrupción y la estupidez se escuden detrás del yelmo de la identidad, la piel y los quinientos años.

Bien hubiera sido tenerla cuando exaltados “comunarios” correteaban a los ciudadanos para cortarles la… corbata –eso no era un meme; era una acción cuasi criminal-.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Palabras mayores (2016)

Con este mismo título escribí, hace aproximadamente una década, una columna de la que ésta puede considerarse su continuación.

Una colección de palabras sueltas, aquellas más recurridas en un determinado tiempo, puede dar cuenta, sino del pensamiento o la historia de la humanidad, al menos del espíritu de época que guiaba a quienes las usaban corrientemente a su paso por este mundo. Ciertamente, hay términos que, trasponiendo barreras lingüísticas o encontrando equivalentes en lenguas particulares, se popularizan al extremo de que a su sola pronunciación podrían -los estudiosos del lenguaje y los inquietos por esta materia- ubicarlas en los momentos en que su uso fue más frecuente que en otros. Ciertamente, según las circunstancias, hay vocablos que luego de haber perdido vigencia, retornan con fuerza renovada y vuelven a marcar tendencias.

Pero las palabras no son solamente signos acústicos o escritos; son un universo de significaciones, de sentidos. Por ello es que conociendo un puñado de significantes en boga de algún período temporal, es posible imaginar las ideas, preocupaciones, expectativas, temores y creencias que pasaban por la cabeza de individuos atravesando a sus respectivas colectividades.

Tratándose de un asunto de la cultura en su sentido más amplio, tales términos abracan una variopinta mezcla de categorías, desde la política hasta el entretenimiento. Así pues, si hablamos de “zeppelin”, nos remitimos a principios de siglo XX; si lo hacemos respecto de “macartismo”, lo hacemos a la década de los 40, en adelante, del mismo siglo; y si decimos “hippie”, no hay duda de que estamos en los años 60. Es de hacer notar que muchas de ellos son términos adoptados del idioma original en casi todo el orbe; pero los aportes locales de cada comunidad de hablantes son tanto o más abundantes.

Con esta idea en mente, desafié a un grupo de universitarios – alrededor de 50, veinteañeros, clase media- a confeccionar una lista de las palabras que forman parte de su imaginario los últimos años (2006-2016), sin que medie inducción alguna ni jerarquización de algún tipo.

Así, en plena libertad, procedieron a hacerla. Y el resultado me parece extraordinario. Para empezar, algunos vocablos que uno consideraría como números puestos, no figuran en absoluto. Separando por categorías, en la política no aparecen ni “Evo”, ni “descolonización” y sí se mencionan “plurinacional” y “Obama”. En la cultural, en sentido estricto, no hay “rock” y sí figuran “pop” y “reguetón”. Y así, el listado ofrece un sabroso menú digno de análisis y de consideración sobre una generación que está en puertas de ocupar la centralidad social.

Voy a pasar a transcribir la lista completa, pero antes quiero advertir que la misma no pretende ser representativa más allá de las referencias que di sobre quienes la elaboraron. Asimismo, con su venia, omitiré las comillas –salvo un par de nombres- y las pondré si discriminación de categorías (incluso hay un par de expresiones que se colaron entre las palabras sueltas). Dicho esto, he aquí lo anunciado –palabras mayores, como las llamo-:

 Google, maltrato, outfit, tattoo, “Preguntados”, extinción, E-bay, hiperactividad, boda, videojuego, fitness, nacionalización, clase media, feisbuc, terremoto, tecnología, wi-fi, liberalismo, redes sociales, índigo, inflación, falsedad, selfie, hashtag, musulmán, asilo, feminismo, Obama, anarquía, Dios, wachiturro, feminicidio, socialismo, terrorismo, café, whatsapp, ateo, refugiados, ruido, Smartphone, muerte, crisis, estereotipo, realidad virtual, hardcore, superficialidad, clásico, pantallazo, velocidad, marihuana, tuiter, diabetes, k-pop, videollamada, niños, Galaxy, porno, electrónica, ciberespacio, calentamiento global, drogas, cambio, miembro, ¡Carajo, no me puedo morir!, reciclar, libertinaje, chatear, igualdad, migración, apatía, zumba, Marvel, símbolo, Tomorrow Land, Pókemon-Go, 3-D, Smart TV, ¡Vamo’a calmarnos!, web, swingers, acoso, plurinacional, Play Station, capitalismo, HD, inseguridad, e-mail, xenofobia, gay, cultura, Android, educación, megas, infancia, iluminati, poser, Al Kaeda, meme, sobrepeso, desarrollo, pirateo, economía, ozono, Internet, corrupción, evolución, moda, polémica, ataque, globalización, extraterrestre, aceptación, medioambiente, digital, twerking, 4K, GPS, homenaje, cocaína, Mundial, Messi, olímpico, CR-7, deporte, inbox, contaminación, LSD, cáncer, ISIS, Youtube, potencia, Warcraft, deep web, discriminación, desempleo, reboot, basurita, crimen, DJ (dee jay), rave, sexo, pop, catfish, Instagram, reguetón, snapchat, bullying, Pray for…, EDM, I-phone, fin del mundo, agnóstico, X-box, Zika, herpes y bluetooth.

martes, 30 de agosto de 2016

Réquiem por el régimen

Muy probablemente, 2016 pase a la posteridad –espero ratificarlo en mi columna de fin de año- como el de la inflexión en el pretenciosamente llamado “proceso de cambio”.

Los recientes acontecimientos en los que se cobró la vida de cinco compatriotas –escribo mientras un sexto se encuentra con muerte cerebral- no son sino el triste corolario del ejercicio atrabiliario del poder con el que, durante diez años, el régimen castigó al país sumiéndolo en un oscurantismo político que recién ahora, cuando los billetes que lo disimulaban se hicieron gas, es sometido a juicio por la ciudadanía –ya no es considerado como una de resentidos “opinadores” (como, despectivamente, llama el poder a los periodistas de opinión)-.

Tomar el asunto aisladamente, como quiere el régimen es, al menos patético. El mismo no puede ser desconectado del resto de actos bárbaros cometidos en nombre de los denominados “movimientos sociales” –eufemismo por “pacto de corporaciones”-. Pero no deja de ser sombrío que el hecho en cuestión hubiese sido perpetrado por dos (ex)aliados, hoy enfrentados.

En efecto, y como muchos ya lo han refrendado, la corporación “cooperativista” fue hasta hace poco la engreída del régimen –aunque, ciertamente, paulatinamente fue perdiendo espacios de poder (esto, quizás, explique parte del problema)-.

Los ahora no-amigos del régimen tuvieron, en su mejor momento, envidiables cuotas de poder; desde un ministerio hasta varios curules parlamentarios. En la cima de su fuerza corporativa llegaron a “poner” a uno de los suyos, su asesor jurídico, como vocal del organismo electoral. Recordemos que el tribunal del que formó parte el susodicho, fue el de peor desempeño en la historia electoral del país, relegando a segundo lugar, de lejos, a la malhadada “banda de los cuatro”. Por intermedio de este sujeto, los cooperativistas cohonestaron las fechorías que tal “institución” cometió para favorecer al MAS.

En plena descomposición del régimen, la corporación cooperativista llevo la peor parte, debilitándose y perdiendo casi toda influencia al interior del oficialismo; éste, no corto, no perezoso aprovechó el knock out técnico de este sector de mineros para “ponerlos en su lugar” (cosa que debió hacer, pacíficamente, hace diez años) y, regalo de dinamita incluido, éstos sacaron a las carreteras el último gramo de fuerza que les quedaba: la numérica. Y la dinamita explosionó en las manos del propio régimen. El chapucero manejo del conflicto que el Gobierno operó hizo el resto; y la sangre llegó al camino. “¡Golpistas!”, “¡derechistas!”, “¡imperialistas!”, se repitió como tantas otras veces.

El régimen también se acordó de que este “cooperativismo” es un eufemismo de capitalismo salvaje (que lo es, sin duda); que es una actividad depredadora del medioambiente (que lo es, sin duda)… lo que no dice es que apañó tal capitalismo y tal depredación durante diez años.

2016 es el año del réquiem por el régimen porque desde el primer día hasta la fecha no hace sino hundirse en su propia descomposición –corrupción, abuso de poder, terrorismo verbal, prédica del odio, culto a la personalidad, centralismo-. Así lo entendió la ciudadanía al sentenciar, con un “NO” rotundo, su inviabilidad a futuro.

Esto no quiere decir que lo que queda del proyecto cocalero no vaya a ocupar un lugar –cada vez más menguante, sin embargo- en la administración estatal, pero lo hará en calidad de zombie, toda vez que perdió para siempre el capital simbólico que alguna vez encandiló a un electorado fácilmente impresionable.

El remedio, una vez más, resultó peor que la enfermedad.

martes, 16 de agosto de 2016

Reveladora admisión presidencial




Como acostumbro a hacer los últimos años, preferí dedicar mi tiempo a actividades más edificantes que a escuchar el mensaje –en cadena- de S.E. -esta vez con motivo del centésimo nonagésimo primer aniversario de la creación de la República de Bolivia, tan vapuleada por el régimen que el aludido jefaturiza-. Reconozco, sin embargo, que, por todo lo que luego escuché decir, que esta vez me hubiera gustado seguir con atención la transmisión en directo de dicho discurso; principalmente por la brevedad del mismo –es que 45 minutos, tratándose del Supremo, es cosa de Alasita-, por el contenido –resumido en el oxímoron “decrecer creciendo”-, y por la cara del orador –de pocos amigos, según me cuentan-.

Estuve, eso sí, fisgando, de tanto en tanto, las publicaciones en tuiter y féisbuc, una de las cuales mencionaba que el jefazo se eximía de responsabilidades en la presente crisis echando la culpa de la misma a otros. En principio no di crédito a semejante revelación que echaba por tierra diez años de propaganda en sentido de que la jauja vivida hasta hace poco era obra y mérito del Tata Evo.

Para salir de la duda, conseguí la transcripción de la mentada pieza retórica y, voilá, vi con mis propios ojos aquella demoledora admisión de deslinde de responsabilidad –tanto por las vacas gordas, como por las flacas- en materia de ingresos del Estado.

Para volver a convencerme de no estar soñando, copio la parte pertinente del texto: “…tuvimos una disminución de 4.173 millones de dólares en las exportaciones; eso no fue por culpa de Evo, de Álvaro ni del Gobierno, sino…” (Debo decir que arreglé la puntuación que, en la publicación del ministerio de Comunicación, es deplorable).

¿Será que ni el señor Morales ni su círculo de adulones se percataron de la magnitud de tal confesión? ¿Cómo fue posible que algo así se les hubiera escapado de control? En cualquier caso, es de agradecer que la reproducción impresa del discurso haya respetado esas palabras (aunque, como dije, con una horrible puntuación).

Siendo que los principales rubros de exportación del país son los hidrocarburos y los minerales (extractivismo químicamente puro), y su baja cotización es la causa de la disminución de ingresos que el Presidente menciona –cifras incluidas-, el mismo criterio es válido para cuando, en tiempo de opulencia, el país recibía una chorrera de dólares por el tubo.

Pretender, como parece decir el presidente de las seis federaciones de cocaleros, que la bonanza fue por mérito suyo y que la crisis es por culpa de otros –siendo, como se ha señalado, que el factor de ingresos es el mismo- es una absoluta inconsistencia.

A Morales le tocó en suerte gobernar durante el ciclo de cotizaciones altas –que empezaron recuperarse en la gestión de Carlos Mesa- facilitando la entrega de transferencias directas (bonos), que el régimen exhibe como su mayor consecución, que, al no tener una base de sustento firme (productivo), corren el riesgo de ser disminuidas e incluso recortadas –aunque, a efectos sociales, se hubieran constituido en “derecho adquirido”-.

Durante casi una década, varios críticos advirtieron que sin una base productiva real, el shock de ingresos era una suerte de espejismo reflejado en el consumismo más obsceno que se haya conocido en la historia del país. En particular, quien escribe designó a este modelo como “bonanza con pies de barro”. En el camino, se ha perdido –al optar por un desarrollismo sin perspectiva- la, quizás, más espectacular oportunidad para instalar al país en la senda de un auténtico desarrollo sostenible.

A los hechos me remito, y el Presidente me asiste en tal propósito.