miércoles, 18 de abril de 2018

La mancha voraz



Un cuerpo del espacio exterior hace colisión con nuestro planeta en algún rincón del mismo. Los curiosos de los alrededores se aproximan al lugar del suceso y, en su intento de manipular lo que resulta ser una especie de meteorito, provocan que el objeto reviente, liberando una sustancia viviente que comienza a adquirir autonomía y causando estragos a su paso. Su expansión va cubriéndolo todo sin que haya fuerza, incluido el Ejército, capaz de detener dicho fenómeno.

Más o menos esa es la historia que cuenta la película La mancha voraz, misma que marcó el debut actoral en el séptimo arte de Steve McQueen, un grande de la cartelera.

La producción cinematográfica hollywoodense de aquel tiempo, mediados de los cincuenta a principios de los sesenta, estaba plagada de alusiones a criaturas provenientes de otros mudos que venían a causar terror y destrucción al planeta; en realidad, a una parte del planeta. Se tiene la idea de que de esa manera, el cine de Norteamérica aludía a los “extraños” (aliens) del campo socialista, en plena Guerra Fría. Ellos eran los que traerían la desgracia al mundo libre, contado en clave extraterrestre.

Ahora que el escenario político mundial tiende a configurarse como multipolar, aunque el predominio de los clásicos opuestos todavía es notorio, pretender equiparar los fenómenos actuales con invasiones de carácter alienígena sería un recurso poco convincente. El terrorismo transnacional, el narcotráfico y la corrupción pública son las manchas voraces que asuelan al globo.
Las semanas recientes se ha conocido profusa información sobre la última de las mencionadas manchas: un gobernante en ejercicio renunció a su mandato ante las palmarias evidencias de compra de votos para salvarse de un probable  impeachment, cuyo origen se encontraría en los sobornos que, en su calidad de ministro en un gobierno anterior, recibió de parte de la constructora Odebrecht. 

Otro influyente político, de signo ideológico opuesto, acaba de ingresar en prisión por (¡vaya casualidad!) el mismo motivo. ¿Qué significa esto? 1. Que la mancha voraz no reconoce color ideológico y 2. Que no siempre viene de afuera.

Si hablamos de la voracidad de la corrupción interna, tenemos necesariamente que referirnos al caso Fondioc, caso ante el cual palidecen otros hechos de monstruosa corruptela vinculados al régimen de Evo Morales: han pasado más de tres años desde que se destapó el escándalo del desfalco de 223 millones de bolivianos a manos de operadores del MAS y todo hace prever que el asunto pasará al olvido, por lo menos mientras Morales Ayma continúe en el poder.

Tres casos de corrupción descubiertos, investigados y denunciados por periodistas en tiempos de la dictadura de García Meza aceleraron la caída de su régimen: vidrios rayban, carritos Hane y piedras de La Gaiba. Sumados no deben llegarle ni a la pantorrilla del Fondioc. La mancha voraz se extiende a lo largo y ancho del gobierno plurinacional.

Lo que hace doblemente deplorable a esta película de horror es que los manchados se anunciaban como “reserva moral”, eslogan con el que consiguieron engatusar al electorado y que, una vez al mando del Estado, dieron rienda suelta a su cleptomanía.

La insistencia en manipular las instituciones para perpetuarse en el poder no es otra cosa que la previsión de que fuera del mismo correrán la misma suerte que otros corruptos. La única manera de librarse de ello es el límite biológico del caudillo.

De todas maneras, este régimen pasará a la historia como el que, movido por su desmedida ambición, se convirtió él mismo en una mancha voraz.