miércoles, 19 de julio de 2017

SofisMAS



Y cuando pensábamos que ya nada de lo que el régimen hiciera nos podría sorprender, éste se las arregla para seguir asombrándonos con sus ocurrencias, todas ellas carentes de sensatez, cuyo propósito es seguir engatusando a quienes aún dan por válido todo lo que el mismo les introduce.

En realidad, lo admirable de esto no es tanto la técnica discursiva –mecánica y previsible- del régimen, sino el hecho de que haya una cantidad todavía apreciable de gente que se trague los juegos verbales de Morales Ayma y compañía.

Si bien lo descrito no es algo reciente –al contrario, prácticamente es el signo del régimen- los últimos días se han juntado, cual condensación (anti)didáctica, una serie de expresiones dignas de una (anti)antología del absurdo.

Por boca de los mandamases del régimen nos venimos a enterar de que hacer observaciones al adefesio emplazado en pleno centro histórico de La Paz había sido un acto de racismo.

Nos desayunamos, también, con que plantear dudas razonables sobre la situación de los mártires de la reivindicación marítima resulta ser “trabajar al servicio del enemigo”.

Asimismo, nos informamos que criticar algún procedimiento de la fuerza policial es poco menos que estar del lado de la delincuencia.

Risibles como son estas afirmaciones, lo increíble es que haya quienes, incluso de buena fe, se las tomen en serio; es más, han aparecido como titulares importantes a pesar de su falaz sentido.

Centrémonos en la última. La madre de Lorena, la víctima fatal del asalto a la joyería cruceña, con el derecho que le asiste para hacerlo, ha puesto en cuestión el proceder de la institución del orden en el operativo de intervención para controlar tal situación.

En la “lógica” presidencial, la señora –la madre de la víctima, insisto- está actuando en favor de los delincuentes, podría ser su encubridora, o, en última instancia, ser una de ellos.

Grosero, ¿verdad? Pues bien, ese tipo de argumentos tiene nombre: Sofismas.

De entre varias, todas ellas atendibles, descripciones de su naturaleza, me quedo con la siguiente: “El sofisma es la falacia intencional, en que el individuo enuncia una inferencia errónea, no válida, con la cual sabe que está engañando a otro”.

Pero al fin y al cabo, ¡para qué hacerse mala sangre con el régimen! Aprovechemos el asunto de los sofismas para hacer de esta columna algo más divertido de lo que habitualmente es, entonces.

Uno de mis libros favoritos durante mi adolescencia era “Los escandalosos amores de los filósofos”, escrito por el chileno de pseudónimo Josefo Leónidas y publicado por la editorial Zig-Zag, que sufrió los rigores de la dictadura pinochetista años después de la edición de dicho texto. Obra irreverente en uno de cuyos acápites el autor nos ilustra sobre Protágoras en tono lúdico.

Para tal efecto, lucubra un diálogo con su discípulo Clesipo:

- Me dijiste hace días que tienes una perra, ¿no es así, Clesipo?
- Así es, maestro.
- ¿Estás seguro de que la perra es tuya?
- Por cierto. Se la compré a un vecino.
- ¿Y tiene cachorros la perra?
- Sí, tiene cuatro.
- De modo que la perra es la madre.
- Así es.
- Y además es tuya.
- Lo acabo de decir.
- Luego, la perra es madre y tuya. ¿Cierto?
- Sí, madre y mía.
- O sea que la perra es tu madre.

Tal método, dice el autor, permitía a Protágoras buscar razones para defender cualquier cosa. Nótese, ahora, la similitud entre las patrañas que difunde el régimen y las falacias del griego que las inspira.


Lo que no dice el escritor es que para que un sofisma tenga efecto, del lado del receptor tiene que estar alguien con poca dotación neuronal; y tal parece que en los alrededores del denominado “Estado plurinacional” hay muchos con tal condición.

viernes, 7 de julio de 2017

Diez años de Deseo(s)

Una tendencia en el mundo desarrollado es la de eliminar a la radio convencional –aquella que utiliza es espectro electromagnético para la difusión de sus contenidos- y migrar al espacio virtual.

Las nuevas generaciones no escuchan radio –al menos no de la manera en la que las precedentes lo hicieron-. Hace unas semanas, uno de mis estudiantes me dijo que los dispositivos móviles ya no incluyen el receptor de radio entre sus aplicaciones de fábrica.
Pero, para fortuna de sus amantes, en esta parte del mundo –Latinoamérica, digamos- la radiodifusión “tradicional” está lejos de pasar a ser un asunto de museo; es más, podría decirse que está cada vez más vigente. Si hablamos en términos cuantitativos, mencionemos el desmesurado número de estaciones que pueblan el dial –una norma atrabiliaria así lo permite; estableciendo “cupos”, además. La sobresaturación de frecuencias ha hecho que unas se sobrepongan a otras creando interferencias de unas a otras-.

Otro hecho que da cuenta de la importancia de este medio de comunicación en estos lares, es la reciente zozobra que se produjo a raíz del anuncio gubernamental de no renovar licencias a aquella emisoras (no lo dijo explícitamente, pero lo dejó entrever) que le resultan “incómodas” debido a su no alineamiento con el discurso oficial. Dicha amenaza se frenó temporalmente ante el compromiso de las mismas de “adecuarse” a ciertos requerimientos que el Estado les reclama. Desde hace varios años, las radios están obligadas a entrar “en cadena” para la emisión con carácter de gratuidad, como en los peores tiempos de dictadura, de los discursos del Presidente en sus informes de gestión.

En lo cualitativo, un ejemplo fresquito es el seminario internacional que, con motivo de los 50 años de Erbol, concluye hoy viernes, luego de tres días de desarrollo. “La radio educativa en América Latina: Sentido y razón de una marcha de medio siglo”, se llama.

Dichas estas consideraciones, permítaseme referirme a un caso particular de experiencia radiofónica que este mes cumple diez años en el éter: radio “Deseo”, una de las emisoras incómodas, no sólo para el gobierno, sino para buena parte de la sociedad tradicionalista. Incómoda, a veces, incluso para quien escribe que, sin pertenecer orgánicamente a su plantel, forma parte del equipo de productores de la misma. Una extrema estridencia –y no me refiero a la música- le genera, pienso, algún rechazo. Pero sin esa estridencia, Deseo no sería Deseo (apuesto a que María Galindo, lejos de perturbarse, está celebrando estas líneas, porque ella quiere que Deseo no deje de ser eso; incluso querría que la estridencia aumentase)

Y es precisamente ella, Galindo –A la Cesaresa lo que es de la la Cesaresa-, a quien Deseo le debe haber llegado a esta década de un proyecto autogestionario no comercial. 

Con Galindo tengo también ciertas diferencias, como ella las tiene conmigo, pero reconozcamos que sin su determinación la radio no hubiera pasado de un invierno. Y ya llevamos diez inviernos junto a una audiencia que volvió a encontrar algo de interés en la radio.
Las amenazas están latentes pero los deseos de libertad, de inclusión y de justicia son más fuertes. Eso, sin olvidar que la música de los deseos sólo tiene cabida en Deseo.

Cierro esta entrega esperando no dar motivos para ser incluido en la lista de padres irresponsables; lista de la que no se libraron ni Evo Morales Ayma, ni Ernesto Guevara de la Serna, ni Eugenio Rojas, ni el hijo del exembajador en Cuba, Palmiro Soria.