martes, 27 de octubre de 2015

Vivir bien (a cuenta de las próximas generaciones)

Llego algo tarde a terciar en la controversia pública que el crédito chino -$us 7.500.000.000; y ya se habla otro próximo a los $us 10.000.000.000- ha instalado en la deliberación política. Me sumaré indirectamente a la misma trazando algunas pinceladas que dan cuenta de una proyección algo más compleja que la que implica la sola adquisición del dichoso préstamo aunque ésta, de por sí, trae a la memoria la crisis que tuvo que soportar el país a consecuencia de la abultada acumulación de la deuda externa… ¿estaremos repitiendo el círculo vicioso prosperidad-deuda-crisis?

Ser sujeto de crédito, como persona, como institución o como país, no es mala noticia; pero cuando la estructura de tal solvencia es de dudosa solidez, el acceso al dinero fácil puede transformarse en una auténtica cruz –no para quienes lo disfrutan en el presente sino para aquellos que vendrán-. La última vez que al país, con la complacencia de un régimen convencido de sus “éxitos” económicos, le encachufaron una onerosa deuda, tomó casi dos generaciones salir de la crisis, gracias a dignatarios que gestionaron su recompra como a organismos que flexibilizaron sus términos de exigibilidad y, finalmente, a factores externos –suba de cotizaciones de las materia primas, históricamente única fuente de ingresos importantes de Bolivia-.

Anecdóticamente, le tocó al dictador que contrató la mayor suma de deuda hasta entonces, sufrir, en calidad de mandatario elegido democráticamente, algunas consecuencias de su propia operación (anti)económica.

Lo he mencionado anteriormente y lo reiteraré cuantas veces sea necesario: los últimos años, el régimen, vía propaganda, ha vendido la idea de una jauja atribuida a su genial líder, cuando en realidad se trata de una bonanza con pies de barro dependiente de las cíclicamente volátiles cotizaciones internacionales.

Para desgracia del régimen, el acceso a la friolera de siete mil quinientos millones de dólares coincide con el otoño (generalmente largo) de la economía, poniendo en evidencia lo delicado de la operación, sobre todo con miras a sus consecuencias en el mediano y largo plazo. Eso, sin contar con la tentación de echar mano a parte de dichos recursos en lujos y placeres, tendencia ya arraigada en el seno del régimen, ni con la razonable sospecha de un festín de comisiones y prebendas, cuando no de latrocinio químicamente puro, al estilo del Fondo Indígena.

A propósito tal fondo, tengo la sensación que al haberse descubierto semejante asalta al erario público, ha caído uno de los últimos mitos aún en pie hasta hace poco: el de la “superioridad moral del indio” (versión local del “buen salvaje” roussouniano). Sucede que ante el arca abierta, los burócratas indios y quienes gobiernan en su nombre resultaron varias veces más pillos que aquellos “culitos blancos” que pasaban por la administración pública. No sería aventurado que ya estén reclamando su tajada de la “Operación Dragón” –para recordar una de las películas de mi adolescencia-.

Hay, colateralmente, otra amenaza contra las próximas generaciones y es la ya explícita intención del sátrapa de permanecer indefinidamente en el poder, “matando”, en términos políticos, a dos generaciones: "Los presidentes que duraron mucho tiempo en el gobierno salvaron a sus países porque les dieron estabilidad económica, política, social y garantizaron el desarrollo y progreso de sus naciones", ha dicho este individuo.

¿Franco? (España, 35 años); ¿Stroessner? (Paraguay, 35); ¿Mobutu Sese Seko? (Zaire, 32); ¿Trujillo? (República Dominicana, 31); ¿Stalin? (URSS, 24); ¿Marcos? (Filipinas, 21), le pregunto.

Habrá que decir, a manera de consuelo, que si consigue fosilizarse en el gobierno, es probable que, como Banzer, él y sus serviciales sufran las consecuencias de su propio éxito (anti)económico.

Mientras tanto, ¡a seguir con la buena vida!

martes, 13 de octubre de 2015

Democracia residual


En la víspera de recordarse el aniversario de la reconquista de la democracia en Bolivia, luego de años dictaduras y de sendas interrupciones golpistas a dos intentos de instalarla, ese inefable personaje llamado Juan Ramón Quintana –como haciéndolo a propósito- calificaba a la alternancia en el poder como “tontera”. Uno más de los permanentes improperios con los que, desde que se hizo del poder, el régimen desacredita los principios y valores democráticos; una prueba más de su talante autoritario.

Y no me extraña que el oficialismo no hubiera –salvo alguna expresión “por cumplir”- programado un homenaje a sus constructores (muchos de ellos gente del pueblo, poco conocida) y a sus conductores más connotados; en última instancia, aunque la denueste, este gobierno es beneficiario de la democracia por la que aquellos lucharon. Que rinda tributo a la conquista democrática sería una impostura en boca de este régimen: a propósito, el campamento de víctimas de las dictaduras instalado frente al ministerio de Justicia es la imagen más patente de su desprecio por ellas. Aunque por su crónico delicado estado de salud no formaba parte del grupo de activistas, mi recientemente fallecido padre, se fue sin haber percibido los Bs. 16 000 (¡dieciséis mil bolivianos!) con los que fue calificado en su calidad de exiliado durante la dictadura de Banzer. Ahora que no está, agradezco, como experiencia singular,  la “irresponsabilidad” que tuvo al llevarme a sus reuniones clandestinas -¿quién iba a sospechar que un padre con su niño a cuestas acudía a una reunión para conspirar contra el régimen?-. Esta historia tiene episodios deliciosos que algún día contaré con mayor detalle…

La manera en la que, durante casi diez años, este régimen ha ido socavando las bases de la democracia reduciéndola a su mínima expresión –el ritual del voto-, es, a la vez que perversa, digna de la mayor admiración, en tanto que por efecto de la, ahora menguante, bonanza –que, por lo demás, no es en modo alguno mérito propio, y a la que empiezan a diluírsele sus pies de barro- buena parte de la población permaneció indiferente ante su arremetida autoritaria. Al actual estado de las cosas, en términos políticos, lo llamo “democracia residual”, estado que mientras lo administre este régimen será mantenido en niveles ínfimos que le permitan asegurar que “no estamos en dictadura”, aunque el “Le meto nomás” del caudillo bárbaro sea el equivalente prosaico del clásico “El Estado soy yo” del refinado Rey Sol.

Cito, a continuación, una párrafo de las consideraciones finales del Informe sobre la Calidad de la Democracia en Bolivia 2014, elaborado por la Asociación Boliviana de Ciencia Política: “La democracia en Bolivia cumplirá este año (2015), 33 años de vigencia ininterrumpida. Es todavía joven y no termina de asentarse completamente. Las principales instituciones democráticas fueron instituidas entre 1982 y 2000, precisamente en el período de los partidos “tradicionales”. Y más allá de los estereotipos que hoy circulan acerca de dichos partidos, no puede negarse que contribuyeron a la construcción de un verdadero sistema democrático”.

Hoy son moneda de curso “legal” las persecuciones de carácter político, las cortapisas a la libertad de expresión, la ausencia de contrapesos, el pisoteo de los derechos humanos, el asedio sistemático a toda organización crítica del régimen, la disolución de la independencia de poderes y, por tanto, de instituciones capaces de ponerle límites al poder del caudillo.

Potencialmente, sin embargo, este pequeño residuo democrático llamado “voto”, sorteando fraudulentos obstáculos, puede reconducir al país por la senda democrática de la que fue arrancado por quienes quieren perpetuarse en el poder.