En la víspera de recordarse el aniversario de la reconquista de la democracia en Bolivia, luego de años dictaduras y de sendas interrupciones golpistas a dos intentos de instalarla, ese inefable personaje llamado Juan Ramón Quintana –como haciéndolo a propósito- calificaba a la alternancia en el poder como “tontera”. Uno más de los permanentes improperios con los que, desde que se hizo del poder, el régimen desacredita los principios y valores democráticos; una prueba más de su talante autoritario.
Y no me extraña que el oficialismo no hubiera –salvo
alguna expresión “por cumplir”- programado un homenaje a sus constructores
(muchos de ellos gente del pueblo, poco conocida) y a sus conductores más
connotados; en última instancia, aunque la denueste, este gobierno es
beneficiario de la democracia por la que aquellos lucharon. Que rinda tributo a
la conquista democrática sería una impostura en boca de este régimen: a
propósito, el campamento de víctimas de las dictaduras instalado frente al
ministerio de Justicia es la imagen más patente de su desprecio por ellas.
Aunque por su crónico delicado estado de salud no formaba parte del grupo de
activistas, mi recientemente fallecido padre, se fue sin haber percibido los
Bs. 16 000 (¡dieciséis mil bolivianos!) con los que fue calificado en su
calidad de exiliado durante la dictadura de Banzer. Ahora que no está,
agradezco, como experiencia singular, la
“irresponsabilidad” que tuvo al llevarme a sus reuniones clandestinas -¿quién
iba a sospechar que un padre con su niño a cuestas acudía a una reunión para
conspirar contra el régimen?-. Esta historia tiene episodios deliciosos que
algún día contaré con mayor detalle…
La manera en la que, durante casi diez años, este régimen
ha ido socavando las bases de la democracia reduciéndola a su mínima expresión
–el ritual del voto-, es, a la vez que perversa, digna de la mayor admiración,
en tanto que por efecto de la, ahora menguante, bonanza –que, por lo demás, no
es en modo alguno mérito propio, y a la que empiezan a diluírsele sus pies de
barro- buena parte de la población permaneció indiferente ante su arremetida
autoritaria. Al actual estado de las cosas, en términos políticos, lo llamo
“democracia residual”, estado que mientras lo administre este régimen será
mantenido en niveles ínfimos que le permitan asegurar que “no estamos en
dictadura”, aunque el “Le meto nomás” del caudillo bárbaro sea el equivalente
prosaico del clásico “El Estado soy yo” del refinado Rey Sol.
Cito, a continuación, una párrafo de las consideraciones
finales del Informe sobre la Calidad de la Democracia en Bolivia 2014,
elaborado por la Asociación Boliviana de Ciencia Política: “La democracia en
Bolivia cumplirá este año (2015), 33 años de vigencia ininterrumpida. Es
todavía joven y no termina de asentarse completamente. Las principales
instituciones democráticas fueron instituidas entre 1982 y 2000, precisamente
en el período de los partidos “tradicionales”. Y más allá de los estereotipos
que hoy circulan acerca de dichos partidos, no puede negarse que contribuyeron
a la construcción de un verdadero sistema democrático”.
Hoy son moneda de curso “legal” las persecuciones de
carácter político, las cortapisas a la libertad de expresión, la ausencia de
contrapesos, el pisoteo de los derechos humanos, el asedio sistemático a toda
organización crítica del régimen, la disolución de la independencia de poderes
y, por tanto, de instituciones capaces de ponerle límites al poder del
caudillo.
Potencialmente, sin embargo, este pequeño residuo democrático
llamado “voto”, sorteando fraudulentos obstáculos, puede reconducir al país por
la senda democrática de la que fue arrancado por quienes quieren perpetuarse en
el poder.
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