martes, 24 de mayo de 2016

Pastillas de Mnemesia

¡A lo que hemos llegado! ahora ocurre que, valorando hechos análogos, el que afecta a un opositor es señalado como “delito” por el régimen, mientras que el que involucra a un (connotado, además) miembro de éste es tomado como una “anécdota”, como un asunto “folclórico”.


Hablando del adjetivo, mi memoria guarda un episodio relativo al mismo. En pleno ascenso político del populista Carlos Palenque, a algún vocero del primer gobierno de Sánchez de Lozada se le ocurrió referirse a ciertas declaraciones de aquel como “folclóricas”. Ni corto no perezoso, Palenque salió por los fueros de la cultura popular para reivindicar el concepto de folclore “como ciencia y práctica” sumando más adhesión de la que ya tenía hasta entonces.


Resulta por lo menos penoso que sea justamente un régimen supuestamente popular –en el mismo sentido que Palenque/Condepa proclamaban- el que use de manera despectiva tal término. ¿Quéste el viceministerio de Descolonización, que tan pendiente anda de los deslices que supuestamente cometen comunicadores y personajes públicos que no responden al régimen, para iniciar de oficio un juicio por “racismo”, “discriminación”, “culturicidio” o lo que fuera, contra su compinche? Janiw utjkiti.


Incongruencias como éstas –la de la valoración diferenciada de una misma acción según a quien afecte o las de tipo lingüístico- hacen del régimen masista el mayor impostor de cuantos se instalaron en la plaza Murillo (a propósito, mientras escribo, aún convertida en una gran jaula, al mejor estilo fascista  –y de esto ya casi un mes-).


Aunque no me hace mucha gracia –algo no debe andar muy bien- ya me ocurrió que en una anterior columna cite a don Ricardo Arjona (“El problema”) para ilustrar una bellaquería del régimen. Ahora tengo que hacerlo con los inestimables “Bronco” y, más propiamente, con el símbolo del grupo, don José Guadalupe Esparza, responsable de haber introducido en la cultura la idea de las “pastillas de amnesia”.


Y es que el régimen es un campeón en la administración de las mismas en forma de propaganda para mantener a la población con bajos grados de memoria, de modo que todas sus fechorías –las del régimen- pasen al umbral del olvido.

Propongo pues un suerte de contraprescripción, también en forma de pastillas, que bien podría denominarse “Mnemesia”, pastillas de Mnemesia, para contrarrestar los perniciosos efectos que las de amnesia producen en la conciencia de la ciudadanía.


De raíz griega –mnemo, mnéme- este prefijo significa “recuerdo”, “memoria”; y a lo primero que nos remite, por su similitud fonética, es a una exministra involucrada, en su calidad de máxima autoridad ejecutiva de su área, en la descomunal corrupción del Fondioc.


Ya nos estábamos olvidando, merced a la dosis de amnesia que nos hace tragar el régimen, de tan colosal hecho de malversación. Pero bastó una pastilla de Mnemesia para que nos volvamos a acodar del tan maloliente asunto. ¿Qué tal si comenzamos a, por cada pastilla de amnesia que nos proporciona el régimen, tomar una de Mnemesia?


Podríamos comenzar por el ya casi pasado al olvido caso de tráfico de influencias -500 millones de dolarachos- que involucra al régimen con la tristemente célebre empresa china CAMCE con la intermediación de doña Gabriela “cara conocida” Zapata.


Y ya que el régimen ha decidido pasar lo del hijo de Evo a la categoría de “folclórica anécdota”, el camino está expedito para entrar a los temas del fondo y de fondo que sumados superan los 14 mil millones de $us en proyectos otorgados de manera directa y con sobreprecio (comisiones denunciadas por Zapta): Tren Bulo Bulo – Warnes, Ingenio San Buenaventura, Planta de sales de potasio, Misicuni, Rositas, Tupak Katari y otros que escapan a mi memoria… ¿Estaré necesitando pastillas de Mnemesia?

martes, 10 de mayo de 2016

El garcíamasismo


 




Si bien la idea me vino rondando desde hace tiempo, me estuve conteniendo de caracterizar al régimen con el término del título. El acontecimiento –o sucesión de acontecimientos- que me permite soltarlo ahora es el endurecimiento de aquel luego de su estrepitosa derrota en el referéndum constitucional del 21 de febrero. Si algo me faltaba para redondear el concepto, era algo así.

Primero fue el garcíamecismo y décadas después se instauró el garcíamasismo, con características similares aunque con ciertos matices que distinguen uno del otro. En cualquier caso, se trata de dos lados de la misma moneda.

Y me voy a abstener de hablar del narcotráfico como un probable elemento de vínculo entre ambos regímenes, aunque ya la Iglesia ha dicho su palabra acerca de la penetración del mismo en la estructura estatal actual, y sólo dejaré sentada una duda de muy larga data respecto del origen y posterior surgimiento de la organización política que ostenta el poder: el Chapare, la región proveedora –e, inclusive, productora- de la “hoja milenaria” que genera el ilegal negocio del tráfico de cocaína. ¿Es que acaso debemos aceptar sin mayor reparo que el jefe de Estado sea, “casualmente”, también el jefe de ese sector de la economía non sancta? ¿Por qué una buena parte de la ciudadanía y de los tomadores de decisiones extragubernamentales parece mirar a otro lado cuando se aborda este asunto? Dejémoslo ahí… por lo pronto.

El garcíamasismo comienza cuando su epónimo mentor inventa al indígena en reemplazo del sindicalista mestizo y patenta la especie sin ninguna interpelación crítica. Nadie, en ese momento, cuestiona que el “indígena” no sepa expresarse en alguna de las treinta y tantas lenguas “originarias”, ni que sus costumbres estén más próximas al deporte occidental que al ayllu. Lo que sí le ayuda es su fenotipo, al que su creador apela para “venderlo” en el campo político ¡sena, quina! Y secundado por otros operadores de buen olfato para tales afanes, la impostura se hace realidad. Todo un mérito –una genialidad, dirán algunos- ¡no vaya usted a creer que no!

En tal condición, se desarrolla el ejercicio tosco, torpe y autocrático del poder; eso sí, arropado en una formalidad democrática, la “dictadura inédita” que le hace el juego a la “democracia inédita” mentada por la narcodictadura.

Así como el garciamecismo tuvo un sustento militar ejercido por los propios uniformados, el garcíamasismo no se explica sin un fuerte componente armado al que engríe –al menos en su cúpula- con generosas canonjías y expectables cargos a posteriori, mayormente en el servicio exterior; y no hablo de agregadurías militares que es algo más bien consonante con el uniforme, sino de puestos propiamente diplomáticos –me vienen a la memoria Bersatti, Bandeiras, McKay y de la Fuente-. En el seno del régimen está también una suerte de “arcegómez”, un ex militar de siniestro accionar.

Y llegamos a la corrupción. Hagamos memoria de los mayores casos de corrupción durante el garcíamecismo: Vidrios Rayban (originalmente destinados a la piscina olímpica que acabaron en las residencia de los principales jefes militares de aquel tiempo); diario del Che (sacado –robado- de las bóvedas de BCB, ofrecido en subasta y posteriormente recuperado-; piedras semipreciosas de La Gaiba (un negociado con el yacimiento); y “carritos Hanne” (una importación estatal con sobreprecio de estos aparejos que resultaron inapropiados para un supuesto uso en agricultura. Algunos acabaron robados por particulares y otros oxidándose hasta quedar completamente inútiles en depósitos aduaneros).

Créame si le digo -aunque no se trata de un concurso de quién roba más- que los mencionados casos, sumados, son “peanuts” al lado de los colosales hechos de corrupción perpetrados desde el garcíamasismo, como por ejemplo el caso Fondioc.

Y claro, el afán intimidador, la borrachera de poder, la sordera del alma (como la han podido comprobar, recientemente los ciudadanos con discapacidad), y el propósito, indisimulado, de eternizarse en el poder, pese a que la ciudadanía ha puesto freno a las aspiraciones en tal sentido del indígena inventado.