Nos encontramos ya en las postrimerías de la gestión y, con ello, ante el balance de la misma, tanto en lo individual como sobre lo público. Lo primero lo podemos compartir con nuestro entorno más próximo; lo segundo, con todos –los lectores, para el caso-.
Desde 2010, vengo dando mi particular percepción de lo que el año nos dejó como signo de lo acontecido en ese tiempo. Y cada nuevo repaso anual lo realizo refrescando la memoria sobre los que le precedieron –por lo que el espacio se me hace cada vez más corto-. Así pues, comencemos dicho recorrido:
A 2010, siguiendo este criterio, lo denominé el “Año del rodillazo”. Como se recuerda, aunque ya parece un asunto muy remoto, durante un partido de fútbol entre los equipos del Gobierno central y del municipio, el artillero del primero, nada menos que el Presidente, aplicó un artero rodillazo a los testículos de un jugador contrario. Lejos de ser una anécdota, este asunto expresa el modo arbitrario en el que el régimen entiende y practica el poder ("le meto nomás”). Desgraciadamente, lejos de amainar, esta actitud se pronuncia con cada vez mayor torpeza.
2011 fue un año terrible para nuestra sociedad. En la localidad de Chaparina, los marchistas por el TIPNIS fueron salvajemente reprimidos a instancias del entonces ministro de Gobierno, Sacha Llorenti. Una de las formas de tortura que empleó el régimen contra dichos ciudadanos fue sellarles la boca con cinta masking. Por eso lo denominé el “Año del MASking”. La herida no se ha cerrado.
2012 tuvo un signo escatológico. Con el aún irresuelto restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas con EEUU en la actualidad, la hostilidad del régimen hacia dicho país se ha morigerado en alguna medida. Pero aquel año, el señor Morales no tuvo empacho en declarar que la relación con dicho país era “una caca”. Obviamente, lo llamé el “Año de la caca”.
En 2103, una de las ramas de la mafia oficialista –la red de extorsión- fue puesta en evidencia gracias, en parte, a la intervención del entonces embajador de las buenas causas del Estado Plurinominal, Sean Penn. Ciertamente, fue el “Año de la extorsión”.
El “Año del Estado Plurinominal”. Así caractericé gestión 2014, en referencia a la incompetencia del Órgano Electoral, el peor que tuvo el país en toda su historia, superando con creces a la tristemente célebre “Banda de los Cuatro”. Las papeletas electorales impresas por encargo de ese remedo de institución levaban el rótulo de “Estado Plurinominal de Bolivia”. En cualquier otra nación, esa grosería hubiese sido causal de anulación de las elecciones –yo sigo insistiendo que tales comicios son ilegales-, pero, bueno, estamos en el medioevo.
El pasado fue el “Año de Petardo” y ya se podía advertir que los signos cambiaban de dirección, que el rumbo era marcado desde fuera del poder. Petardo, la célebre mascota que acompaño a los potosinos en su gesta fue un aliciente para lo que acontecería meses después, es decir los últimos doce meses.
Como yo, seguramente usted recibió, hacia fines de 2015, los deseos de un “Feliz Año No-Evo”. Pues bien, esos deseos se cumplieron ¡Y de qué manera! Quien se creía imbatible y convocara a un referéndum para legitimar su afán reeleccionista, fue barrido por la voluntad popular el 21 de febrero de este año. Pero 2016, el “Año No-Evo”, lo ha sido en toda la forma. Se podría decir que la mezcla explosiva –corrupción, abuso de poder, ineficiencia, ineptitud, etc- que activó apenas llegado al Palacio Quemado, estalló en sus manos causando daños irreversibles a su proyecto de permanencia indefinida en el poder. ¡Que la saga continúe en 2017!
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