Cuando prácticamente el clamor estaba a punto de convertirse en rogativa y ni aun así parecía tener eco, la unidad –o el principio de una más amplia- de las fuerzas democráticas es un hecho que no tengo ningún empacho en celebrarla.
Si bien es cierto que no hubo paros, bloqueos, marchas o huelgas pidiendo unidad, probablemente porque algunos de estos métodos están reservados para una subcultura política poco (o nada) democrática, sí abundaron manifestaciones ciudadanas –expresadas en columnas, foros, conversaciones en el transporte público, charlas familiares, redes sociales, etc.- que, en conjunto, transmitían el mensaje de que la unidad es el camino para devolverle al país la condición de estado de Derecho , por el lado amable, y de que si los llamados a hacerla no estaban a la altura de esta alta responsabilidad (en el sentido weberiano del término) serían, precisamente, los responsables (en el sentido elemental del término) de darle vía libre a la dictadura en ciernes.
Es que se necesitaba ser demasiado mezquino para no caer en cuenta de que estamos, como bolivianos, ante un reto colosal: la de contener la ola del proyecto autoritario, cuya única manera de hacerlo es la edificación de un dique democrático que la frene en seco y, mejor todavía, la reduzca a su mínima expresión.
En circunstancias democráticas normales, que no es el caso, los partidos democráticos compiten entre sí por llegar al gobierno conquistando el voto de los ciudadanos; pero cuando lo que hay al frente no es otra cosa que la abusiva construcción de una estructura autoritaria, sobre la base de la prebenda, el control de los poderes del Estado, la corrupción, y otros elementos inconfesables, se impone la postergación de legítimas aspiraciones en función del bien supremo: la democracia.
La disyuntiva de octubre es afirmación del proyecto totalitario o reconducción del proceso democrático. Así lo han comprendido quienes esta semana nos dieron la buena noticia de que, haciendo a un lado sus diferencias e intereses particulares, han sellado un acuerdo de unidad que, seguramente, se irá nutriendo con más adhesiones.
En un tiempo en el que la mayor parte de las propuestas constructivas caen en saco roto, es reconfortante dar fe de que ésta (la de la unidad) no lo hizo. La ciudadanía, agradecida.
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