Entrañable república, estás de aniversario y el hecho
de que en este momento sea en tu nombre que se realizan actos solemnes y
festivos recordando tu creación es prueba de que, lejos de denominaciones
eventuales, trasciendes el tiempo y has ingresado en la cuenta regresiva que
culminará en diez años cuando apagues
doscientos cirios, ocasión que, si el devenir lo dispone, me tendrá, como
ahora, haciéndote honores desde mis letras.
Dejando de lado el apóstrofe con el que me dirigí a la
república a manera de salutación, me defino como un boliviano de y por derecho
cuyas raíces están profundamente arraigadas en esta parte del mundo,
alimentándose de su(s) cultura(s) y de su historia, y cuyas antenas –como reza
el nombre de la columna de Gonzalo Chávez- están conectadas al resto del orbe,
captando las señales provenientes de diversas latitudes.
Como tantos otros hijos de esta república, éste lo es de
padres provenientes de distintos lugares -una suerte de intramestizaje dentro
del macromestizaje que caracteriza al país-. Lo he dicho muchas veces: padre
chuquisaqueño, madre pandina, vástago paceño. Dicho de otra manera: aquel, del
departamento en el que se fundó la república, aquella, del último departamento
que se creó en la república y éste, del departamento cuya urbe que se consolidó
como sede del gobierno de la república.
“No hallando vuestra embriaguez una demostración adecuada
a la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro nombre y dio el mío a
todas vuestras generaciones. Esto, que es inaudito en la historia de los
siglos, lo es aún más en la historia de los desprendimientos sublimes. Tal
rasgo mostrará a los tiempos que están en el pensamiento del Eterno, lo que
anhelabais, la posesión de vuestros derechos, que es la posesión de ejercer las
virtudes políticas, de adquirir los talentos luminosos y el goce de ser
hombres. Este rasgo, repito, probará que vosotros erais acreedores a obtener la
gran bendición del cielo –la Soberanía del Pueblo- única autoridad legítima de
las naciones”, decía Bolívar en su mensaje del 26 de mayo de 1826 al Congreso
Constituyente.
Bolivia tiene glorias en abundancia pero, ¿se puede
achacar, entonces, a la república las variadas desventuras que ha sufrido a lo
largo de estos casi dos siglos? ¿no es, acaso, ello, atribuible a gobiernos en
particular y a circunstancias, en general?
Lo paradójico de la presente celebración republicana es
que sean quienes la denostaron, al punto de renegar de ella –e incluso proponer
su eliminación del calendario festivo-, los que se cuelgan refulgentes medallas.
¿No deberían, por discreción, brillar por su ausencia?. O lo suyo es pura impostura
o se rindieron a la evidencia histórica. Me gustaría pensar que sucedió lo
segundo.
Es esencial, pues, reivindicar el espíritu republicano
que, como se ha dicho previamente, trasciende el tiempo, para sacudirse del
esperpento jurídico que ha pretendido, sin éxito –aunque se lo hubiera
introducido en la CPE, La Calancha mediante- imponerse a la sustancia histórica
del país.
Corresponde entonces, siguiendo a Jorge Lazarte, reponer
plenamente, en la siguiente Constitución –o en la reforma de la vigente- la
cualidad republicana de Bolivia: “Restablecer la condición de ‘república’ a la
organización política del país, y definir a Bolivia como ‘República’ que marcó
la ruptura política institucional con el Imperio español. La república
entendida cono transferencia de la soberanía política del soberano al pueblo.
De un lado, República no es el estado sino el país… Bolivia entendida como
‘república’, ‘res-pública’ en tanto espacio de lo colectivo por encima de los
particularismos”.
¡Viva la república!
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