Cuando el TSE inhabilitó al señor Morales Ayma en su
intento de postular a la primera senaturía por el departamento de Cochabamba –lo
hizo “en paquete”, junto a otros casos análogos”- parecía haberse cerrado un
capítulo ignominioso de la historia de Bolivia. Pero, mientras la ciudadanía
celebraba el fallo, el personaje, seguro de contar con la lealtad de los jueces
promovidos por él mismo durante su ingrata gestión, quiso forzar, ante
instancias judiciales, una determinación que, negando la competencia del TSE
para obrar en materia electoral, lo pusiera nuevamente en carrera.
¡Tremendo chasco se habrá llevado el sujeto cuando la sala
constitucional de La Paz, ratificó su inhabilitación! Tuvo que intervenir un dirimidor
para romper el empate que se había dado previamente cuando dos jueces emitieron
criterios distintos sobre el caso.
Con el entusiasmo popular que surge en ocasiones como la
mencionada, se escuchan frases altisonantes como “por fin la justicia está bien”.
Hay que tener cuidado con tales efusiones; lo que ha sucedido es que la
vergüenza llevó a dos de los jueces a desestimar el tan insostenible amparo.
Por lo demás, la justicia impuesta por el régimen de Morales Ayma permanece
intacta y seguirá actuando en otros casos, aunque el tratado en estas líneas
haya sido el más sonado.
Tampoco me parecieron muy atinadas las palabras de la
presidenta-candidata –“lo hemos hecho con la ley en la mano; sin violencia”-. Hasta
ahí podría entenderse que, como sociedad, vamos por buen camino, el del estado de
derecho; pero cuando agrega que “somos los únicos que podemos evitar que Evo
Morales quede impune” se está extralimitando en dos sentidos: primero, estaría
dando a entender que el Ejecutivo se entrometió, de alguna manera (malpensados,
a su juego los llamaron), en un asunto de otro poder y, segundo, incurrió en
descarado acto electoralista.
Yendo al fondo mismo del tema, ¿por qué sostengo que el
país está en puertas del ingreso a una nueva era? En primer lugar, por el
aspecto simbólico: luego de 23 años de estar en presente en la vida política
activa, de los cuales 14 en la cima del poder omnímodo, el susodicho verá pasar,
por lo menos los próximos 4, desde su refugio en tierras lejanas. Y si su
situación se complica –están en curso varios procesos en su contra, siendo el
caso “estupro” uno de los más delicados- y no regresa para residir en Bolivia
dos años antes de la subsiguiente elección, prácticamente estaría poniendo fin
a su carrera política y a su influencia personal.
En segundo lugar, el realmente significativo, está el hecho
de que no ha surtido efecto la treta que venía junto a la (im)posible
habilitación: como mi propia persona y varios otros ciudadanos lo habíamos hecho
notar, el verdadero propósito del “evismo” era el de hacer al jefazo, una vez electo
como senador, presidente de la Cámara y propiciar una sucesión constitucional
que lo reponga como Presidente, sea quien fuere el elegido en las urnas, incluida
la posibilidad de que fuera su delfín (¡de la que se libró Arce Catacora si
acaso, cosa improbable en segunda vuelta, lo lograra!). Otra cosa no le
interesaba. Podía, por ejemplo, haberse postulado a una diputación
supranacional ¡pero eso no lo lleva la Presidencia!
Por las razones expuestas, Bolivia debe celebrar el haberse
desembarazado del último dictador que, arropado por la democracia, osó querer reproducirse
eternamente en el poder recurriendo a todo tipo de artimañas para conseguirlo…
hasta que la ciudadanía no se lo permitió más y el hombre tomó las de Villadiego
para intentar, desde allá, burlarse nuevamente de Bolivia. Fracasó
estrepitosamente.
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