ABECOR - PÁGINA SIETE
El concepto encierra, en una sola palabra, el supremacismo
del MAS. Hecha esta precisión, pasemos a desarrollarlo.
En origen, el supremacismo se refiere a una tendencia de la
ultraderecha estadounidense de adjudicar a la “raza blanca” y a sus “valores”
una supuesta superioridad sobre el resto de la especie humana; de manera
análoga a los nacionalismos que pregonan la superioridad de una nación sobre
las demás.
Por extensión, podría aplicarse el concepto a toda postura
que reivindique la supremacía –étnica, cultural, intelectual- de un grupo sobre
el resto de los sus congéneres. Puede, asimismo, hablarse de supremacismos
locales (al interior de un Estado, por ejemplo) o de microsupremacismos.
Los últimos meses hemos visto (re)brotar en nuestro medio
expresiones bastante próximas a lo descrito. Utilizando como emblema al
mismísimo Dios, grupos ultristas desengañados en su idea de arrasar en las
elecciones, salieron a mostrar su “superioridad” -¿moral? ¿religiosa?
¿militar?- nada menos que acudiendo a los cuarteles para que algún soldado
asumiera el gobierno para impedir que “el comunismo” lo haga. Jocosamente, por
oponerme a tan decadente manifestación, se me ha tildado de comunista, cuando
lo más próximo a ese vocablo que soy es columnista o, a lo sumo, algo de
consumista tengo (comprador compulsivo de libros y discos).
Pero como los hay a un lado, los hay al otro también. Desde
el discurso anticolonialista trasnochado gestado en los prolegómenos del quinto
centenario (1992), una suerte de exacerbación de cierta superioridad de los
“originarios” fue expandiéndose en el imaginario colectivo hasta encontrar una
expresión política, el MAS, quienes coronaron (literalmente, en Tiahuanaco) al
“primer presidente indígena” de la República de Bolivia. El ejercicio del
gobierno demostró que de tal superioridad no había pizca. Resultaron más
corruptos y pícaros, como se diría en santa Cruz, que sus antecesores
“blancos”. El caso FONDIOC es la muestra palmaria de tal hecho.
En lo que sí ha recuperado –porque durante un tiempo dejó
de tenerla- superioridad, es en cantidad de respaldo necesario para lograr una
clara mayoría electoral. Sin embargo, este nuevo impulso parece venir aparejado
de un insano propósito de imponer un poder –retomar el camino que le quedó
cerrado gracias a la acción ciudadana de hace un año-. Y se pasaron por la
entrepierna los 2/3.
“Ahora gobernamos los collas”, ha dicho un adláter del
partido favorecido con el voto ciudadano. Imagino que tal disparate hizo que
muchos “no-collas” se arrepintieran de haberle otorgado mayoría.
Pero donde ya se mostró campante el supremasismo es en la
justicia. Sus operadores no han tenido ni siquiera el pudor de esperar a que se
instale el nuevo gobierno para beneficiar a sus patrones con una seguidilla de
fallos –algunos de ellos en horas en las que los hampones salen a trabajar- que
dejan una sensación de inermidad en la ciudadanía.
En tal afán, a esos agentes del supremasismo se le ha ido
la mano: Han sacado de prisión a una investigada por el delito de narcotráfico.
Pesó más el que sea su “hermana” en el instrumento político que su condición de
delincuente.
La cereza de la torta la puso un agitador del CONADE
paralelo. Este individuo sugiere la creación de milicias armadas, unas
“brigadas azules”, para amedrentar a los ciudadanos. Cuesta creer que en pleno
siglo XXI (ha transcurrido la quinta parte del mismo) se escuchen estas
groserías.
Así como manifesté mi repudio por quienes, arrodillados, se
pusieron a tocar las puertas de los cuarteles pidiendo a los militares que
asalten el gobierno -patética demostración de supremacismo regional- destaco la
denuncia que las FFAA han hecho contra dicho sujeto. El Presidente entrante,
como Capitán General de las mismas, debe respetar su institucionalidad, así como
éstas deben respetar a la autoridad democráticamente elegida.
1 comentario:
Da gustó poder leer párrafos con éste estilo (ni tuyo ni mío) simplemente defendiendo la integridad del ciudadano (a) común y ojo que por común me refiero a todas y todos los connancionales con dos dedos de frente que pueden distinguir lo malo desde la región o afición política que sea.
Un aplauso.
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