Gráfico: "ContextualMX"
Cada año, al término de la gestión, doy mi
versión sobre lo que considero el acontecimiento que la simboliza. La anterior
ocasión (diciembre de 2019) lo hice en un tono optimista, al punto de que
pretendí ya no hacer el recuento que sigue, dado que parecía que mejores días
se avecinaban. No fue así. Por ello es bueno volver a repasar el camino que nos
llevó al actual momento.
2010: “el año del rodillazo”. Ocurrió durante
un partido de fútbol en la cancha Zapata; el equipo presidencial se enfrentaba
al municipal. Con pelota detenida –agravante en hechos de este tipo- el
expresidente Morales Ayma propinó un alevoso rodillazo en la zona del bajo
vientre (en los testículos, vamos) a un rival. La escena se propagó por todas
partes causando repulsa generalizada. Esta acción retrató, con precisión, su
irrespeto de las reglas –del fútbol, en particular, y de la administración del
Estado, en general-.
2011: “el año del MASkin”. Fue el periodo en el que el régimen
de Morales Ayma, arguyendo luego que se había roto la cadena de mando, desató
una brutal represión contra los marchistas del Tipnis en la región de
Chaparina. Una de las formas de tal represión consistió en sellar las bocas de
los indígenas de tierras bajas con la cinta conocida como “maskin”.
2012: “el año de la caca”. Con tal sustantivo adjetivado –caca-
el expresidente se refirió a las relaciones de Bolivia con Estados Unidos,
haciendo gala de su florido lenguaje diplomático.
2013: “el año de la extorsión”. Lo caractericé así debido al
escándalo de proporciones gestado desde las propias entrañas del antiguo
régimen. Recordemos que al interior de éste se organizó un consorcio mafioso
dedicado a extorsionar a reos prometiéndoles influir en la justicia para
absolverlos o favorecerlos de alguna manera.
2014: “el año del Estado Plurinominal”. Hace seis años, el Gran
Impostor se postuló ilegalmente a los comicios presidenciales –sus peleles del
TCP así lo ordenaron y sus serviciales del TSE lo ejecutaron-. Éstos últimos
mandaron a imprimir la totalidad de las papeletas de votación con el rótulo de
“Estado Plurinominal de Bolivia”. Un acto electoral que debió haber sido
declarado nulo.
2015: “el año de Petardo”. Un can adoptado
por marchistas potosinos, a quienes acompañó en su periplo a la sede del
Gobierno, captó la simpatía de la ciudadanía hastiada de la manera cómo el
antiguo régimen ostentaba su poder basado en el autoritarismo. Petardo simbolizó
la lucha por la democracia y la repulsa a la corrupción masista.
2016: “el año NO-Evo”. Hoy conocido como 21F, el referéndum
convocado por el régimen masista con el propósito de desconocer el artículo 168
de la Constitución para forzar la reelección del Gran Hermano, resultó un revés
para tales aspiraciones. La ciudadanía decidió que el sujeto volviera a su cato
de coca el 22 de enero de 2020, como él mismo lo había manifestado.
2017: “el año del nulo”. En línea con el hecho precedente, la
población dio una paliza al viejo régimen en las “elecciones judiciales”. No
obstante la contundencia del rechazo y de los mensajes adversos a aquel
Gobierno, éste impuso, como lo había hecho anteriormente, a sus operadores
judiciales.
2018: “el año de la doble pérdida”. El vetusto régimen perdió el
juicio en La Haya y con ello se cerró toda posibilidad de salida al mar –al
menos por el lugar, y las condiciones exigidas por Bolivia- y, por otra parte,
la democracia fue secuestrada con la venia de esos operadores judiciales.
2019: “el año de la gesta democrática de Bolivia”. Una serie de
eventos afortunados, que devinieron luego del grosero fraude electoral cometido
por Morales Ayma y su círculo mafioso, cuya protagonista fue la ciudadanía
asqueada por 14 años de abusos, racismo, corrupción, persecución, narcotráfico,
impostura, extorsión y violaciones a la Madre Tierra, entre otros. Los usurpadores
tomaron las de Villadiego y, ante el vacío de poder, asumió, en estricta
aplicación de la sucesión constitucional.
2020: “el año de la calamidad”. Y llegamos al
término de uno de los peores de los que tengamos memoria. Un virus que se llevó
y, probablemente lo seguirá haciendo, la vida de millones de seres humanos,
entre ellos muchos seres queridos. El paso de un gobierno que politizó,
corrupción incluida, toda la gestión del mal, creando las condiciones para el
regreso de aquellos que dejaron a Bolivia en estado de quiebra moral y
económica.
Si eso no es una calamidad, no sé qué podrá
serlo. En fin, que 2021 nos depare mejores días.
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