Si la memoria no me engaña, es la primera vez en largos años de “aguamotear” –entrando al 23 de esta columna- que me toca publicar el 1 de enero. Suelo dedicar la primera de cada gestión a asuntos personales, bajo la presunción, equivocada o no, de que nadie se tomará a molestia de leerla.
Un 1 de enero de 1980 opté por el vegetarianismo como régimen alimenticio. Sarcástico como soy, suelo relacionar esa decisión con la que se atribuye, aunque no sea necesariamente así, a la de contraer nupcias: al comienzo fue una prueba, luego vino la convicción y ahora es costumbre. La prueba fue dura, y no por cuenta propia, dado que prácticamente no había una cultura vegetariana establecida; había que apañárselas como se podía y, encima, la comida de este tipo de opción que se ofrecía era horrible con todas sus letras. Hacia finales de los 80, comienzos de los 90, los sabores criollos fueron incorporándose a la oferta veggie y la vida se hizo más gustosa. Años de padecer preparados sosos tuvieron su recompensa al agregárseles el toque local. Entonces llegó la convicción de haber hecho lo adecuado para mí. Lo digo porque no hago proselitismo de esta cuestión ni, mucho menos, proclamo cierta superioridad ética, como lo hacen algunos de los que evitan el consumo de carne y otros productos de origen animal. Debo decir que, como en otras cosas, no soy extremista en esto y estoy lejos de optar por el veganismo. Ya como costumbre, me satisface que la cantidad de personas que tomaron este camino ha contribuido a que la oferta creciera en calidad y cantidad.
Repito con frecuencia a quienes quieran oírlo que lo que un día nos parece el acabose, con el tiempo se convierte en anécdota –sabrosa, inclusive-. Y Año Nuevo está repleto de ellas. Cierta vez, como otras, me tocó trabajar durante la noche vieja rumbo al flamante día uno. Una vez cumplido el contrato, ya en la calle, recorro con la mirada de un lado a otro y un escalofrío recorre mi cuerpo; mi recientemente adquirido coche ya no estaba en las inmediaciones. Eran tiempos sin féisbuc ni tuiter, que hubieran ayudado mucho. Luego de una búsqueda infructuosa, llamé a un amigo productor de televisión, cuyo canal estaba transmitiendo en vivo la bienvenida al nuevo año, le comenté la situación y le pedí que me hiciera el favor de pasar los datos del vehículo por si alguien reconociera. Recibí, como un sopapo, su respuesta negativa aduciendo que nada podía alterar una programación festiva. El auto nunca fue encontrado y lo peor de todo fue que lo había comprado a crédito, de tal forma que durante largo tiempo estuve honrado una deuda por algo que ya no tenía.
En otra oportunidad decidimos, con mi primera esposa, pasar la fiesta sin sobresaltos, en la intimidad. Reservamos una cena en La Cantonata, dejamos a nuestro hijito al cuidado de la abuela y mientras nos dirigíamos al restaurante, esperando a que el semáforo diera verde para continuar, sentí un jalón en el cuello; una fracción de segundo antes, por el retrovisor, llegué a ver un movimiento inusual. Resultó ser que otro coche que venía de muy atrás no se detuvo y, con efecto dominó, empujó al resto de los motorizados de la fila hasta llegar al primero, o sea el nuestro. Más allá del daño material y del tiempo consumido en las pericias de Tránsito –casualmente situado a unos metros- decidimos que nada arruinaría el plan. Volvimos a la casa de mi suegra, dejamos el coche, nos pusimos Mentisán y pudimos, finalmente, celebrar la llegada del año siguiente.
Por falta de espacio no voy a contar sobre aquella vez que mi amigo Julio Aliaga “derramó” los ingredientes de la comida en el camino y tuvimos que buscarlos en la calle, a las 23:50. Una escena muy apropiada para película de Ben Stiller; pero sí voy a mencionar, para terminar, el año nuevo de 2011, vivido con el telón de fondo del “gasolinazo” y recibido con la derogatoria del mismo. En los pocos días que estuvo vigente no faltó un articulista afín al régimen de Morales Ayma ,que escribió que la medida no se iba a revertir porque éste tenía “espalda suficiente como para sostenerla”. No la tuvo. Como tampoco la tuvo meses antes para sostener la ley para la construcción de una carretera que partiera el Tipnis, ni para implementar el Código de Procedimiento Penal, que también tuvieron que ser abrogados, y mucho menos para sostener el fraude que montó en octubre de 2019, mismo que lo llevó a renunciar y a huir del país.
No todo está perdido. Vamos por un esperanzador 2021.
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