Me toca publicar al filo de la gestión que concluye, cuando
todos los medios y los particulares han hecho sus respectivos balances de la
mismas. Por tanto, es posible que se digan cosas que ya fueron dichas. Lo
menciono a modo de prevención; una columna se va construyendo sobre una idea
general y que se va desarrollando mientras uno la escribe.
Podría no abordar mi personal caracterización de lo que nos
deja este año, pero rompería con más de una década en tal ejercicio de sentido,
que lo vengo haciendo desde 2010. Mi enfoque se dirige tanto al hecho mismo
como a lo que representa, simboliza, o, finalmente, por lo que ha significado
en nuestro imaginario.
Siempre realizo una retrospectiva de lo anotado en cada año
desde entonces, aunque, por razones de espacio, con cada vez más breve
referencia al contexto en que se dio tal o cual caracterización; cosa que paso
a hacer…
2010: “El año del rodillazo”. Aquel que propinó Morales
Ayma a un rival circunstancial en un partido amistoso. Abuso de poder,
irrespeto a las normas.
2011: “El año del MASking”. En referencia a la cinta con la
que las fuerzas al mando del señor Sacha Llorenti sellaron las bocas de los
indígenas de tierras bajas en su marcha por el TIPNIS.
2012: “El año de la caca”. Tomado de una frase de Morales
Ayma para graficar, según él, las relaciones del Estado boliviano con el de los
Estados Unidos.
2013: “El año de la extorsión”. Cuando una parte del personal
de Gobierno estableció un consorcio de carácter extorsivo, ofreciendo
intercesión judicial a los presos en general, no solo a los políticos.
2014: “El año del Estado plurinominal”. Las ya ilegales
elecciones de entonces, lo fueron más aún con la mala denominación impresa en
la papeleta electoral. Sin embargo, como de costumbre, no pasó nada.
2015: “El año de Petardo”. La mascota adoptada por
marchistas potosinos fue todo un símbolo de la democracia por entonces.
2016: “El año NO-Evo”. La ciudadanía se expresó
mayoritariamente en contra de la reelección indefinida del tirano.
2017: “El año del Nulo”. Nueva, y contundente, derrota del
régimen. Esta vez en las elecciones judiciales.
2018: “El año de la doble pérdida”. Bolivia perdió
definitivamente el mar con el fallo de la Corte Internacional de Justicia y perdió
la democracia con la sentencia del Tribunal Constitucional allanando la
elección indefinida del tirano, a título de un supuesto “derecho humano” a la
misma. El primer caso tuvo, este año, su correlato con el fallo contrario a
Bolivia en el caso Silala.
2019: “El año de la gesta democrática de Bolivia”. La
ciudadanía, que había soportado estoicamente años de arbitrariedades del
autócrata ya no permaneció impávida ante el evidente fraude electoral y el
tirano tuvo que tomar las de Villadiego. Lo que vino luego, como gestión de
gobierno, es otra historia.
2020: “El año de la Calamidad”. Llegó la pandemia, con sus
terribles consecuencias en términos de pérdidas de nuestros seres queridos.
2021: “El año del aguante”. Se pidió a la ciudadanía
aguantar el embate de la pandemia mientras se gestionaban las vacunas.
Ahora, sí. 2022: “El año de la emancipación de Arce”. Hasta
abril de este año, el Presidente era una especie de Cámpora o Mevédev, es decir
un muñeco obediente a los designios del Jefazo, al extremo de ganarse el
sobrenombre de “Tilín” –estuve tentado de ponerlo en el título-. Pero, como
anoté en una anterior columna, la marioneta adquirió vida propia, de forma más
parecida a la de Lenin Moreno, aunque éste lo hizo apenas fue posesionado,
propiciando un juicio contra Rafael Correa que anuló toda posibilidad de éste a
participar en las elecciones anteriores. ¿Hará Arce algo similar con Morales
Ayma?