Si hace dieciséis y medio años –tiempo que, con un breve
lapso debido a la sucesión constitucional de 2019 y una beca internacional como
Secretario General de la ALBA, lleva en el poder la persona sobre la que
versamos en esta ocasión- nos pudo haber parecido que las sandeces que se
despachaba el entonces Canciller, David Choquehuanca Céspedes, eran fruto de un
pintoresquismo algo naif, acciones y declaraciones posteriores del susodicho dan
cuenta de una suerte de extravío mental del sujeto en cuestión, producto de su
manifiesta ignorancia, imagino, lo que valida aquello de “no hay cosa peor que
un ignorante con poder”. También se comprueba que demasiado tiempo consecutivo
en el ejercicio del poder ocasiona una enajenación de la que difícilmente se
retorna.
No voy a repetir sus “clásicos” por ser ampliamente
divulgados y ser siempre objeto de perplejidad, por decir lo menos, pero lo del
reloj “a la inversa” que aún se erige en el Palacio Legislativo pinta de cuerpo
al Vice. Como un legado “retrógrado”, la obsesión del segundo de a bordo por un
supuesto pasado de miel y rosas por estas tierras tiene un carácter enfermizo.
¿Es o se hace?, habría que indagar, porque la historia desmiente las versiones
idealizadas de las civilizaciones prehispánicas que poblaron esta parte del
mundo. El solo hecho de la relativa facilidad con la que los conquistadores se
impusieron sobre los imperios locales dice mucho del estado de descomposición
interna en el que éstos se encontraban.
Como ocurrió con las Tablas de la Ley mosaica –si no había
asesinatos, no hubiese sido necesario el “no matarás”, si no se cometía
adulterio, no hubiese sido necesario el “no desearás a la mujer de tu prójimo”,
y así…- admoniciones morales como “ama sua, ama q’ella, ama llula” se dictaron
precisamente porque la gente robaba, mentía y “flojeaba”. Y, la lucha por el
poder, con el agravante de ser entre consanguíneos, se tornó encarnizada.
En ese afán, don David ahora carga contra dos de los más
grandes logros de la humanidad: la democracia y la educación, a las que, “de
taquito”, agrega a las redes sociales, la comunicación abierta y la big data,
entre otras florituras.
Sobre la democracia, el aprendiz de brujo se ufana de
ponerle los santos óleos, o como se llame en su “cosmovisión”. ¡Cuántos, antes
de él, hicieron lo propio y la democracia salió airosa de tales embates!
Generosa como es, permite que quienes la denuestan lo sigan haciendo porque la
libertad de expresión, consustancial a ella, así lo señala.
Nada nuevo, por cierto. Entre los registros que conservo
está una publicación de un tal José Daniel Llorenti, “guerreri digital”: “Yo no
soy demócrata, nunca lo fui, me parece falso decirse tal…”. O el abogado
patrocinador de Lidya Patty, Nina: “El término de democracia es un término
obsoleto que ya hemos superado”.
En cuanto a la educación, ya es archiconocida la postura de
Choquehuanca sobre la lectura; más reciente es su recomendación a los jóvenes
de no formarse en las universidades: “No es necesario ir a la universidad, porque en las universidades no te
van a enseñar en lo que va a despertar a nuestros jóvenes, no les conviene” ha
espetado. Claro, para ser narco como la escolar que anhela serlo, no es
necesario cursar estudios superiores.
Hace dos siglos, la
educación era un privilegio de hijos de familias acomodadas; luego se extendió
como fenómeno promotor de movilidad social al conjunto de la colectividad. ¿Se
opone a esto último el aludido?
Lo que realmente ocurre es
que, en términos concretos, el etnonacionalista que se presenta como “El último
Inca” es un (in)digno representante del fascismo del siglo XXI.
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