EL SÍNDROME DE ROCKZHEIMER
Es impresionante la cantidad de producción musical que hay en oferta. Literalmente hay para todos, y con la invasión del comercio callejero –léase piratería- está al alcance de la gran mayoría de la población escuchante entre la que me cuento. No pretendo, ni mucho menos, hacer una apología del K’ato discográfico –videográfico- pero su irrupción nos lleva la revisión de varios supuestos que creíamos “sagrados”, el principal de ellos se refiere al “alto costo del producto” (en su manifestación material, entiéndase) que se echa por tierra cada vez que adquirimos un disco compacto de regular calidad a un precio ínfimo. Esto querría decir que con alguna mejora en su presentación más el respeto a la regalía por propiedad intelectual y bajando los costos “industriales” (grabación, promoción, distribución) un CD podría ser comercializado a un precio razonable; cosa que debieron haber hecho las casas establecidas del rubro hace mucho tiempo y que para ahora ya resulta algo tardío. La crisis del negocio fonográfico es tal que las grandes compañías se tambalean entre la supervivencia y la bancarrota.
Paradójicamente, la otra vía ha permitido una democratización –con sus aspectos positivos y negativos- de la música grabada. Miente quien no admite que tiene su “casero” que le surte del género que se prefiera. Estos vendedores al paso han sustituido a aquellas casas que como las ya desaparecidas “Stereo Records” o “Columbians”, importadoras de discos que nos tenían cautivos de su vitrina y pendientes de sus escasas “liquidaciones”. Buena parte de nuestros recreos y pequeños negocios de adolescencia fueron a parar a las arcas de dichos establecimientos y otros del ramo.
¡Qué caros eran los discos, ¿no?! Pero ante la inexistencia de alternativas era el precio a pagar, sobre todo si querías tener el original “americano”. Don Jorge ya conocía nuestras debilidades y nos clavaba el importe sin piedad. Miren ustedes a la altura que pongo la queja; cuando no hay nada que hacer.
Hoy sale un disco y a los dos días está en alguna acera. Allá, a finales de los 70’s, tenías suerte si el vinilo te llegaba en tres meses. El famoso disco en vivo de Bob Marley llegó a los dos años; el de Frampton lo hizo a los seis meses. Por eso la oportunidad de que algún conocido viajara al exterior –no necesariamente a EEUU o Europa, bastaba con ir a la Argentina- era de oro. No tengo dudas: me esta viniendo el Síndrome de Rockzheimer.
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