Por octava oportunidad consecutiva, como cada fin de gestión desde 2010, cierro la presente con una caracterización del año que se va. Para llegar a tal punto acostumbro hacer un recorrido desde entonces hasta el presente tratando de que el espacio disponible alcance para este propósito. Sin más, comienzo el recuento.
Recordamos 2010 como “el año del rodillazo” debido al
episodio en el que, de manera alevosa, en el desarrollo de un partido de
fútbol, el Presidente propinó un alevoso rodillazo a los testículos de un
eventual rival deportivo. La escena dio la vuelta al mundo aludiendo a la
manera de gobernar que tiene el señor Morales Ayma: repartir rodillazos por
doquier.
Al siguiente, lo denominé “el año del MASking” en alusión
a la masacre de Chaparina en la que, por instrucciones del actual Embajador
ante la ONU, por entonces Ministro de Gobierno, se produjo una salvaje
represión contra los indígenas que participaban en la marcha en defensa del
TIPNIS; las bocas de varios de ellos fueron “selladas” con cinta masking en
clara violación de sus derechos.
Antes de caracterizar a 2012, recordemos que en 2017, Su
Excelencia invitó a los líderes de oposición a “hacer caquita” en el TIPNIS.
Los aludidos la aceptaron inmediatamente y el invitador hizo mutis por el foro.
Lo menciono porque la escatología parece formar parte integral del discurso
presidencial: 2012 fue “el año de la caca” porque el Jefazo equiparó las
relaciones con EEUU con la materia fecal.
2013 fue, en mi criterio, “el año de la extorsión” debido
al escándalo de proporciones que surgió a raíz de la formación, en las entrañas
del régimen, de una red dedicada extorsionar a ciudadanos en situación de
debilidad jurídica. El asunto fue conocido mundialmente por la intervención del
actor Sean Penn en favor de uno de los extorsionados, el productor Jacob
Ostreicher. Tiempo antes, el artista había sido pomposamente nombrado por el
Presidente como “Embajador para las Causas Nobles del Estado Plurinacional”.
Al siguiente, 2014, lo caractericé como “el año del
Estado Plurinominal” tal como el peor órgano electoral que tuvo el país rotuló
la papeleta de los comicios realizados entonces. Sostengo que por ese
“detalle”, tales elecciones debieron declararse nulas porque, además, el
candidato oficialista no estaba constitucionalmente habilitado para postularse
como tal –como no lo está ahora-.
2015 fue “el año de Petardo”, el can que acompañó a los
potosinos en sus protestas y que se convirtió en un símbolo de la lucha por la
democracia.
El año pasado, quien se creía imbatible y convocara a un referendo para legitimar su
afán reeleccionista fue barrido por la voluntad popular el 21 de
febrero. Por eso, a 2016 lo llamé “el
año No-Evo”. Decía: “Se podría decir que la mezcla explosiva-corrupción, abuso
de poder, ineficiencia, ineptitud, etcétera- que activó, apenas llegado al
Palacio Quemado estalló en sus manos causando daños irreversibles a su proyecto
de permanencia indefinida en el poder. ¡Que la saga continúe en 2017!”
¡Y así fue!, porque el año
que concluye se ratificó, plebiscito mediante, el mayoritario rechazo al
régimen que, sin embargo, insiste en torcer la voluntad popular imponiendo
contra la Constitución y el sentido común, la elección indefinida del mismo
personaje que ya se habilitó inconstitucionalmente para las anteriores
elecciones.
Por ello, no me cabe duda
de que 2017 fue “el año del nulo” dejado un mensaje esperanzador para la
recuperación de la democracia en Bolivia.
Estimado(a) lector(a): le
deseo un 2018 pletórico de triunfos como los conseguidos los dos últimos años.