¿Se necesita ser psiquiatra para caer en cuenta de que el
señor Presidente ha ido perdiendo, progresiva e irremediablemente, la chaveta?
Con el debido respeto a los galenos de dicha especialidad, me tomo el
atrevimiento de responder que no. Son tan evidentes los signos de chifladura
del sujeto que podría alegarse “insanía mental” para declararlo “inhábil para
ejercer el cargo” pero, para fortuna suya, esa no es una causal de cese de sus
funciones –La CPE habla genéricamente de “impedimento”, y está claro que su
condición de orate no le impide seguir haciendo de las suyas-.
En concreto, el aludido ha ido agudizando su ya
manifiesta megalomanía hasta llegar a la fase delirante en la que se encuentra
hoy por hoy. No es exagerado decir que este individuo se asume como ser
inmortal y se sitúa muy por encima del resto de los humanos –literalmente,
inclusive, si consideramos su cotidiana traslación en helicóptero como para dar
a entender que hasta para inaugurar un tinglado, el ungido baja de los cielos-.
En su afán por la vanagloria personal, que parece ser su
preocupación más importante, el señor mandó a construir un museo dedicado a su
gallarda figura, allá en su pago natal, un repositorio que succiona recursos
estatales consignados a su mantenimiento, recursos que estarían mejor
justificados si se destinaran a una causa noble –no pongo “más noble”, porque
dicho depósito no lo es en absoluto-. Ya se verá, cuando esta absurda época
pase, qué hacer con dicha edificación aunque me adelanto a sugerir que habría
que readecuarla para destinarla a centro de salud, por ejemplo.
En la misma línea, el Supremo ordenó demoler un inmueble
patrimonial para erigir en su lugar un adefesio que seguramente en su enfermiza
vanidad, epitomiza el descomunal poder que ha acumulado. Es la historia de “El
bien amado” al revés: Odorico manda a hacer un cementerio esperando inaugurarlo
tras la primera muerte en Sucupira y termina “inaugurándolo” en calidad de
occiso al ser él el primer finado; en cambio, la pesadilla del Jefazo debe ser
que sea otro y no él quien ocupe la
susodicha monstruosidad. Lamentablemente, no se podrá hacer mucho respecto de
esa (s)obra cuando la democracia retorne a Bolivia. Ella permanecerá como un mal recuerdo para nuestro
país.
Su Excelencia se encuentra en estado de paroxismo y la
más reciente manifestación del mismo ha sido su referencia a la Constitución
Bolivariana (1826) para proyectar su deseo de ser gobernante vitalicio –él se
ve a sí mismo en tal condición y sólo espera cumplir algunas “formalidades”
para ratificarlo-.
Dicen que a los loquitos –éste es del tipo peligroso- hay
que seguirles la corriente para no acabar policontuso. Sigámosle la corriente,
entonces.
¿Sabe usted, señor Presidente, qué le falta para la
gloria absoluta? Por supuesto, Gran Hermano: Una estatua ecuestre como las
muchas que tiene Bolívar. ¿Cómo la quiere, Presidentísimo? Le voy a dar algunas
opciones.
Según algunos conocedores de la tradición monumental, una
estatua en la que el caballo se encuentra con dos patas, las delanteras,
levantadas, significa que el jinete (en este caso, usted) murió en combate, en
pleno campo de batalla; Si el equino tiene levantada una sola pata, significa
que usted murió a consecuencia de las heridas que le infligieron en la batalla;
y si el corcel tiene las cuatro paras sobre el suelo, significa que usted
falleció de muerte natural.
¿Qué está esperando, Excelentísimo? Decídase de una vez.
Debe hacerlo “cuestre lo que cuestre” (Les Luthiers dixit).
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