miércoles, 8 de noviembre de 2017

Una estatua ecuestre para el Jefazo


¿Se necesita ser psiquiatra para caer en cuenta de que el señor Presidente ha ido perdiendo, progresiva e irremediablemente, la chaveta? Con el debido respeto a los galenos de dicha especialidad, me tomo el atrevimiento de responder que no. Son tan evidentes los signos de chifladura del sujeto que podría alegarse “insanía mental” para declararlo “inhábil para ejercer el cargo” pero, para fortuna suya, esa no es una causal de cese de sus funciones –La CPE habla genéricamente de “impedimento”, y está claro que su condición de orate no le impide seguir haciendo de las suyas-.

En concreto, el aludido ha ido agudizando su ya manifiesta megalomanía hasta llegar a la fase delirante en la que se encuentra hoy por hoy. No es exagerado decir que este individuo se asume como ser inmortal y se sitúa muy por encima del resto de los humanos –literalmente, inclusive, si consideramos su cotidiana traslación en helicóptero como para dar a entender que hasta para inaugurar un tinglado, el ungido baja de los cielos-.

En su afán por la vanagloria personal, que parece ser su preocupación más importante, el señor mandó a construir un museo dedicado a su gallarda figura, allá en su pago natal, un repositorio que succiona recursos estatales consignados a su mantenimiento, recursos que estarían mejor justificados si se destinaran a una causa noble –no pongo “más noble”, porque dicho depósito no lo es en absoluto-. Ya se verá, cuando esta absurda época pase, qué hacer con dicha edificación aunque me adelanto a sugerir que habría que readecuarla para destinarla a centro de salud, por ejemplo.

En la misma línea, el Supremo ordenó demoler un inmueble patrimonial para erigir en su lugar un adefesio que seguramente en su enfermiza vanidad, epitomiza el descomunal poder que ha acumulado. Es la historia de “El bien amado” al revés: Odorico manda a hacer un cementerio esperando inaugurarlo tras la primera muerte en Sucupira y termina “inaugurándolo” en calidad de occiso al ser él el primer finado; en cambio, la pesadilla del Jefazo debe ser que sea otro y  no él quien ocupe la susodicha monstruosidad. Lamentablemente, no se podrá hacer mucho respecto de esa (s)obra cuando la democracia retorne a Bolivia. Ella  permanecerá como un mal recuerdo para nuestro país.

Su Excelencia se encuentra en estado de paroxismo y la más reciente manifestación del mismo ha sido su referencia a la Constitución Bolivariana (1826) para proyectar su deseo de ser gobernante vitalicio –él se ve a sí mismo en tal condición y sólo espera cumplir algunas “formalidades” para ratificarlo-.

Dicen que a los loquitos –éste es del tipo peligroso- hay que seguirles la corriente para no acabar policontuso. Sigámosle la corriente, entonces.

¿Sabe usted, señor Presidente, qué le falta para la gloria absoluta? Por supuesto, Gran Hermano: Una estatua ecuestre como las muchas que tiene Bolívar. ¿Cómo la quiere, Presidentísimo? Le voy a dar algunas opciones.

Según algunos conocedores de la tradición monumental, una estatua en la que el caballo se encuentra con dos patas, las delanteras, levantadas, significa que el jinete (en este caso, usted) murió en combate, en pleno campo de batalla; Si el equino tiene levantada una sola pata, significa que usted murió a consecuencia de las heridas que le infligieron en la batalla; y si el corcel tiene las cuatro paras sobre el suelo, significa que usted falleció de muerte natural.


¿Qué está esperando, Excelentísimo? Decídase de una vez. Debe hacerlo “cuestre lo que cuestre” (Les Luthiers dixit).

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