jueves, 10 de noviembre de 2011

"Crapitalismo"




El término que da título a esta columna proviene de la combinación de dos palabra y dos lenguas –“Crap” (Inglés) y “capitalismo” (Castellano)-. La primera se refiere, para el caso, a la caca; con lo que este juego de palabras vendría a significar, en términos políticamente correctos, algo así como “capitalismo de porquería”. O sea, la cara asquerosa del sistema de libertades económicas.

El mercado contaminado, la confianza en entredicho y el cuco de una crisis global son algunos de los aspectos sensibles de un cuadro de situación generado a partir del accionar –y la acumulación de accionares- de inescrupulosos agentes económicos ávidos de “easy money” por la vía de operaciones financieras carentes de respaldo real, en lo concreto, y de ética empresarial, en lo axiológico.
Quienes se indignan ante las medidas de rescate adoptadas por los gobiernos de Europa y EEUU hacia sus respectivos sistemas financieros durante la crisis precedente –de la deuda privada- a la actual, tienen parcialmente la razón. ¿Por qué tiene que ser el Estado el que pague el pato de las tropelías de privados?, es la pregunta recurrente.

Sucede que, por muy liberalizada que estuviera la economía, el Estado tiene que ser el garante de la confianza pública y, por tanto, supervisar las operaciones financieras. En tal sentido, es corresponsable, por omisión o por complicidad, de las matufias financieras, ya porque no las detectó oportunamente, ya porque sabiéndolo las dejó fluir. Por eso es, en última instancia, el que asume, en nombre de la Fe del Estado, las reparaciones. Lo reprochable es que los Estados fueron al rescate de los bancos tóxicos y no de los ciudadanos.

Poco tiempo después, la factura le ha llegado a los estados y ahora se trata de una crisis de la deuda pública. Hablamos, obviamente, de las áreas involucradas en el entuerto… por lo pronto, las economía emergentes están a buen recaudo, pero en un mundo comercialmente interdependiente no queda mucho margen para juegos de cintura “a la garrincha”, por poner una figura brasileña.

Están también apareciendo los Fukuyama a la inversa; pero los ciudadanos no llegarán al extremo de sacrificar su libertad en aras de “la revolución”. Pero queda algo claro: La libertad sin ética no es libertad.

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