En su origen, el sobrenombre “Tilín” le fue puesto con una
evidente carga despectiva. El antecedente es un breve video de un chiquillo a
quien una voz (no se ve el rostro de quien lo hace) va animándolo, de forma
cada vez más efusiva, a hacer una serie de monerías. Está claro que se refiere
a la docilidad de una persona que no sólo obedece, sino que “baila” al ritmo y
son de una tercera que la empuja a hacerlo.
En principio, evidentemente, nuestro Tilín plurinacional
actuó en tal rol. Digo “actuó” porque, vistas las cosas desde el aquí y ahora,
tal parece que el hombre, o se hizo el tonto (su apariencia ayuda mucho para
ello) durante algún tiempo para luego dar el batacazo -emanciparse, digamos- o
su entorno lo fue llevando a ello.
Hilando aún más finamente, se podría aventurar que fue
buscando, siempre en actitud de hacerse el gil, llegar a donde hoy se
encuentra. Hasta la voz que supuestamente lo controlaba –ya dudo de que fuera
auténticamente cierto; tan extrema obsecuencia hasta llega a ser sospechosa- lo
aupó para la candidatura por encima del reemplazante “natural” a quien, así lo
habrá pensado el jefazo, no podría manejar. La opción Tilín surgió de una lucubración
más sofisticada: como “la voz”, al no poder postularse a la presidencia, tenía
la alternativa de hacerlo a una senaturía y, desde ahí, ir provocando renuncias
hasta que, en calidad de presidente de la cámara alta –a lo que apuntaba-
asumir, por sucesión constitucional, la Presidencia (con el “descendiente de la
realeza incaica” como Presidente eso no podía ocurrir, aunque como Vice, qué
haría pensar que ocurriese). El plan, como sabemos, no prosperó y Tilín logró
su objetivo, conoció –ya lo había hecho parcialmente durante varios años- las
mieles del poder y, junto con sus cortesanos, decidió actuar como el “peine” que
ahora sabemos que es.
Resignificado en su figura, de despectivo, el mote se ha trasformado
en todo un elogio que remite a una forma de ser: al ya mencionado “peine”, es
decir a quien aparenta cierta falta de carácter, algo de despiste, un poco de
gileza, pero que, sin grandes luces tampoco, resulta ser un “péndex”.
Algo de talento hay que tener para ello, por lo que me
animo a enumerar algunas “cualidades” para tal personalidad. Encontré por ahí
una suerte de caracterización sintética: “Ser tonto es un arte, pero ser astuto
en secreto es una obra maestra”. Tómelo como un elogió, mi buen “Tilín”. Ahí
vamos:
1. “Yo no fui, fue teté”. Todo va mal, pero nada es responsabilidad
suya. La culpa es siempre de otros (el imperio, la derecha, Emo…).
2. Hacerse el gil. Que te pregunten sobre algo en particular
y que respondas sobre el origen de la crema chantilly.
3. Dar vueltas y vueltas… hasta que finalmente lo admites: “No
hay quibos”. Esperas que, así como te criticaban tu negacionismo (actuar a lo
tonto) te halaguen por tu franqueza (valiente, sincerote, machazo).
4. El factor “sorpresa”. Poner cara de perdido en el
espacio, mientras vas armando ardides con los que dejarás en off side al rival, llegado el momento.
5. Capitalizar los intereses de tus rivales en favor tuyo.
Acaba de ocurrir al haber puesto a los gobernadores (opositores en gran medida)
contra la Asamblea Legislativa para forzar la aprobación de más créditos.
6. Inventarse patrañas. Por ejemplo, el famoso “blindaje de
la economía”, el éxito de la industrialización, atribuirse el descubrimiento
del café con leche, etc.
Desde luego que hay muchas características más, pero hasta
aquí llego. Queda para el ingenio de cada lector(a) sumar tantas como dé el
estilo “Tilín”.
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