La escasez de divisa ha devenido
en argumentaciones bizantinas respecto a su necesidad o prescindencia, cuya procedencia
incluso ha partido de boca de un economista, el mismísimo Presidente.
El señor Arce Catacora y
varios de sus muchachos saben perfectamente que lo que dicen no tiene sentido,
pero, en términos políticos, puede darles algún rédito, así sea efímero.
A ver… la “bolivianización”
de la economía es saludable, pero su límite son, precisamente, los límites -fronteras-
con los países vecinos, para no hablar del resto del orbe. Para todo lo demás,
está el dólar y, por mucha ideología antiimperialista que se profese, no es posible
cambiar de un plumazo tal signo. Por tanto, las invocaciones que hace el
régimen a cambiar de referencia para el comercio exterior se caen por su propio
peso porque las propias alternativas que sugiere para “sustituirlo” se remiten
al mismo para sus transacciones globales.
El volumen del intercambio
comercial global que se indexa a la divisa verde es tal que, por el momento, no
hay mayor esperanza, para quienes quisieran borrarla del mapa, de darla de
baja. Incluso alguna moneda que eventualmente podría desbancarla tiene ante sí
inmensos obstáculos culturales para imponerse como para imponerse como signo franco.
El dólar estadounidense dejará de ser la referencia monetaria del comercio no
cuando uno o varios estados nieguen su uso en las transacciones, sino cuando la
potencia que los emite se derrumbe en todos los aspectos -cosa aún lejana- aunque
de tanto en tanto le canten el réquiem.
Las simplistas consignas
que profiere el régimen -y que muchos se las tragan- consideran a tal divisa en
tanto cosa -pensamiento concreto; un billete verde- y no en tanto símbolo
-pensamiento abstracto-. Recurriendo al infame, aunque útil, Arjona, diremos
que lo tratan como sustantivo, siendo que es verbo a cuya conjugación se mueve
el comercio. Por tanto, busca responsables de las consecuencias de su escasez,
y no ataca a las causas, mismas que se encuentran en las políticas económicas -modelo
social, comunitario, estatista, despilfarrador- que promueve. Las
externalidades pueden tener una mínima incidencia en la circunstancia, pero el
grueso del desastre tiene un carácter estructural cuyo sustento ya no es capaz
de apuntalar la economía del país.
Por tanto, la salida a la
crisis requiere de medidas estructurales -otro modelo- tendentes a reconducir
el sector productivo y comercial estableciendo otras relaciones económicas,
atrayendo inversión extranjera directa con seguridad jurídica -reglas claras,
cumplibles, sostenibles y equitativas- para las partes, estableciendo
condiciones para la iniciativa privada y desmontando el elefantiásico aparato
burocrático-empresarial estatal. De esta manera, casi como por arte de magia,
los dolarachos comenzarán a fluir y, sin abandonar la soberanía monetaria
interna, la economía comenzará un nievo ciclo de crecimiento. El régimen lo
sabe, pero no le da la gana de hacerlo porque tiene que responder a una clientela
político-prebendalista que vive de desangrar al Estado y a la ciudadanía que produce.
Señor Arce, antes de
hablar estupideces repase sus clases, busque “Breton Woods” en el Google, revise
sus apuntes sobre comercio exterior, rompa ese blindaje mental que le afecta,
ábrase al mundo, vea más allá de sus narices, no busque culpables donde no los
hay y no supedite la economía a la ideología si no quiere pasar a la historia
como el pinche cajero que Evo Morales dice que usted fue en su nefasto Gobierno.
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