“Cumplir y hacer cumplir las leyes” es parte del juramento que
una alta autoridad escucha de parte de quien se lo toma al asumir el cargo
–dignidad, se suele decir; de ahí lo de “dignatario de Estado”- que va a
ejercer. El remate del juramento reza “…de lo contrario os lo demanden”, cosa
que se suele olvidar en el camino, cuando la dignidad está por los suelos. “Sí,
juro”, es la respuesta mecánica con la que concluye.
Sucede, más a menudo de lo que la ciudadanía supondría que,
más allá de lo protocolar, tales términos no se corresponden con la gestión
desempeñada por tal o cual autoridad, sobre todo por las de mayor rango: ni
cumplen la ley, ni la hacen cumplir y no hay quien se los demande, es decir que
les exijan hacerlo, bajo conminatoria en casos de contumacia.
Cuando la primera autoridad de un Estado acumula demasiado
poder puede eludir tal compromiso haciéndose otorgar poderes extraordinarios
cada vez más totalitaristas que inclusive pueden derivar en tiranía. También,
evitando mayor trámite, puede optar por el cinismo y, al conjuro de “yo le meto
nomás” hacer los que le viene en gana sin, en principio, responder por ello.
Cuando ocurre esto último es porque el sujeto no asume que el poder es efímero
y que algún día, luego de cometer un sinfín de fechorías mientras el poder lo
inviste, la justicia obrará en consecuencia.
Una de las razones para intentar reelegirse indefinidamente,
es que para cuando ese momento llegue, el tirano esté descansando seis metros
bajo tierra. Al señor Evo Morales Ayma le falló tal estratagema y, una vez
desbaratado su siniestro plan, tuvo que huir cobardemente. Tal parece que,
finalmente, a dicho sujeto y a sus secuaces les ha llegado la hora de rendir
cuentas en varios frentes.
Uno de ellos es de la reparación económica e inmaterial por
los hechos acaecidos en el hotel “Las Américas” hace 15 años en los cuales la
CIDH identificó ejecuciones extrajudiciales, tortura y otras acciones
contrarias a los Derechos Humanos –a la ley, en buen romance-.
Resulta un tanto grotesco que ahora, en calidad de simple
mortal, el expresidente exprese que no se va a presentar a una eventual
citación judicial para defenderse de los cargos que pesan en su contra y de
otros ex “dignatarios” involucrados en tales acontecimientos. En su fuero
interno, Morales Ayma sabe que la tiene difícil puesto que consta su confesión
ante Hugo Chávez en sentido de que dio la instrucción para ejecutar tal
operativo –A confesión de parte, relevo de prueba-. Tampoco parece haber medido
consecuencias al endosar a su examigo Álvaro García Linera la comisión de las
violaciones cometida entonces por el hecho que él se encontraba fuera del país
y su compinche estaba en ejercicio de la presidencia. Al hacerlo, está
admitiendo que hubo tales extremos. Se está, de alguna manera,
autoincriminando.
El personaje también muestra que piensa que sigue como
mandamás incontestable y que puede eludir la ley a su antojo. También asegura
que (esta vez) no va a escapar. ¿Alguien le cree?
Si yo fuera Sonia, pondría vigilancia 24/7 en las
inmediaciones de la embajada de México para evitar un “Glas”. Y estoy seguro de
que, si el cocalero logra ingresar al recinto diplomático, el gobierno,
respetuoso del derecho internacional, no ingresará por la fuerza a la legación
para llevárselo a Chonchocoro.
En fin, que esto comienza a ponerse bueno.
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