Si hay algo que me llega a indisponer cada vez que, con mayor frecuencia de la que uno puede esperar, se refleja en los medios, son esas declaraciones de personas que, habiendo sufrido maltrato por parte de funcionarios del régimen –más de una vez con el rostro ensangrentado o con signos de haber sido golpeadas- se dirigen al individuo que ostenta el cargo presidencial como “hermano”.
“Hermano Evo, escuchanos”; “sólo le pedimos una reunión
al hermano presidente”; “queremos hablar con el hermano”… expresiones ya
familiares a nuestros oídos pero incomprensibles a nuestros sentimientos pues,
¿cómo puede un “hermano” mandar a apalear a otro y encima éste invocar a una
fraternidad mientras se desangra? ¿hermano Assad? ¿hermano Nicolás? ¿hermano
Putin?
No digo que en tales circunstancias se debería maldecir o
denostar al sujeto en cuestión. Bastaría con quitar, por un mínimo de dignidad,
el “hermano” de la frase y referirse a la autoridad ya sea por su nombre
solamente –“Evo, escuchanos” o “queremos hablar con el señor Morales”- o por su
cargo -“Sólo le pedimos una reunión al presidente”-.
No voy a pecar de ingenuo; sé que tan fraternal
tratamiento deviene de una suerte de identificación étnica, de clase o,
directamente, de militancia política pues buena parte de los conflictos de los
últimos años se originan en rencillas internas de sectores, en última
instancia, afines al régimen.
Allá, entonces, quienes, a pesar de las humillaciones
sufridas y de los golpes soportados, persisten en amarrar los guatos de dicho
personaje público.
Lo verdaderamente terrible es que del “hermano”, en el
sentido fraternal de la palabra, el señor Morales Ayma se ha convertido en “El
Gran Hermano”, en el sentido orwelliano del concepto.
Para refrescar la memoria, diremos que con “El Gran
Hermano”, el autor de “1984” retrata a un régimen dictatorial cuyos mecanismos
de poder –partido, propaganda, líder –identificable o no- y seguridad (en su
dimensión policial)- están omnipresentes en la cotidianidad social, ejerciendo
un control sobre cada ciudadano.
Con matices –El MAS no es, aún, el partido único como el
Ingsoc de la novela- el régimen supera con creces el mundo de la ficción en
profusión de propaganda –rubro privilegiado del presupuesto- y en ejercicio
corporativo del poder.
La distopía “plurinominal” no es la dictadura clásica;
más bien tiende a la dictadura perfecta, aquella que instrumentaliza los
mecanismos de la democracia para, con tal apariencia, ejercer el poder
omnímodo. Una sociedad amodorrada en un ilusorio bienestar ayuda, con su
indiferencia, a dejar que el “Gran Hermano” ocupe cada vez más espacio en la
vida de las personas hasta extremos inauditos, arrebatando la libertad y la
conciencia de las mismas.
Sumemos a lo ya dicho la enfermiza exaltación del
caudillo (museo personal, palacios faraónicos, himnos, comparaciones con la
divinidad, complacencia a sus caprichos, etc.) y tendremos, como lo tenemos, el
escenario más propicio para la comisión de los más groseros abusos contra el
que abomina del orden político establecido.
Una de las víctimas del Gran Hermano Evo fue Roger Pinto,
quien como senador denunció a las mafias insertas en el régimen, lo que le
valió la persecución sañuda del régimen, su posterior exilio y la muerte. No es
que el régimen ordenase el asesinato del político de oposición, pero sucede que
el deceso se dio a partir de las amenazas dirigidas desde el poder hacia su
persona.
La democracia, una vez más, está de luto; ¿quién sigue en
la lista? ¿usted? ¿aquel? ¿yo?... ¡Dios nos libre!
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