domingo, 7 de agosto de 2016

Artículo para la revista OH! (Los Tiempos)



Haciendo gala de la más grotesca chabacanería, el candidato republicano Donald Trump ha encandilado a tal cantidad de electores que no resulta, a estas alturas, descabellado el pronóstico que lo visualiza como el próximo presidente de los Estados Unidos.

Hace unos años, cuando George W. Bush llegaba a la Casa Blanca, escribí que la solidez del sistema democrático estadounidense era tan fuerte que el país podía darse el lujo de tener un personaje tan elemental como el mencionado en el salón oval. Temo que con Trump en el Ejecutivo, dicho sistema vaya a desequilibrarse afectando a los poderes Legislativo y Judicial.
Un asunto no menos llamativo es la pervivencia del bipartidismo. ¿Hubiese tenido Trump el mismo éxito si se lanzaba como tercera opción? Las experiencias de Ross Perrot y Ralph Nader parecen indicar que no.

El discurso populista del magnate –un retroceso de al menos cien años- exalta a los WASP y denuesta a los “extraños”, a los que achaca de toda posible desgracia en la Unión. Entre ellos, por supuesto, a los latinoamericanos avecindados en EEUU –genéricamente caracterizados como “mexicanos”-. Este discurso ha hecho aflorar una xenofobia de imprevisibles consecuencias (incluso si Clinton ganara). El daño  está hecho.

Trump llama a un ajuste de cuentas interno y a reponer a USA en las grandes ligas abandonadas, según él, las últimas décadas; por ello, en tanto países, los latinoamericanos no cuentan en la charla, aunque un endurecimiento de las políticas migratorias afectará a millones de ciudadanos como el que escribe. 

Otro asunto en relación a Latinoamérica, improbable pero no imposible, podría darse si se produjera una ola de deportaciones –a México, principalmente-. 

Por último, hay la posibilidad de que sean los países más afines a Estados Unidos –el propio México, Chile, Colombia- los que más resientan un hipotético gobierno de Trump.

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