Oficialmente, el país ha ingresado a modo electoral. Recalco
lo de “oficialmente” porque el régimen –y, en grado infinitamente menor, las
expresiones democráticas del sistema político; aunque éstas lo han hecho con su
dinero- está en campaña electoral permanente desde hace años –con nuestro
dinero- sin que al órgano electoral se le mueva un pelo.
Desde la ciudadanía, se han reportado un sinnúmero de
hechos irregulares tanto durante pasados actos –emisión del voto- electorales
como en los procesos de registro de votantes y en el manejo del padrón, mismos
que han caído en saco roto. No se necesita ser un recalcitrante opositor para
caer en cuenta de que el Poder Electoral (como los poderes Legislativo y
Judicial) ha sido tomado por el Ejecutivo y actúa en favor de éste.
Ahora bien; las expresiones democráticas que han salido
al frente del régimen y le van a dar batalla en las urnas conocen este extremo
y aun así están dispuestas a competir –alguna de ellas con una interesante
proyección, inclusive- por captar el voto ciudadano.
Y es precisamente en la cancha de la ciudadanía
–considerando como tal a la inmensa mayoría que no se debe a la determinación
de una corporación- donde, en conciencia y libertad de decisión, se va a jugar
la final de la justa electoral.
A diferencia de quienes sólo acuden a cumplir una
instrucción gremial, dejando de lado su personalidad propia, los ciudadanos y
las ciudadanas van a optar por emitir su voto guiados por la información
–racional y emotiva- que reciban de las alternativas en carrera. Una parte de
éstos apoyará al régimen y otra, probablemente, llevará agua al molino de la
propuesta mejor posicionada hasta el día de la elección.
Esta parte del electorado, incluso aquella que vote por
el actual oficialismo, tiene una doble responsabilidad: la primera, por
supuesto, la emisión de su voto; la segunda, la vigilancia de su propio
sufragio y del proceso electoral en general. Para ello, ya existe una
plataforma multi institucional que invita a velar por unas elecciones
informadas, transparentes, vigiladas y, en lo posible, con debates previos a la
jornada de los comicios.
Pero, ¿de que serviría una ejemplar vigilancia que dé
cuenta de buena parte de las irregularidades que puedan ocurrir si quienes las
cometieran no recibieran, asimismo, una ejemplarizadora sanción?
Más aun, ¿Qué ocurriría si las irregularidades
superan el límite razonable? ¿cabría una anulación de las elecciones?
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