jueves, 10 de febrero de 2011
La (sat)élite
A su retorno del exilio, mi viejo traía consigo un “gran negocio entre manos” –literalmente entre manos, ya que venía dentro de un maletín con diseño futurista-. Durante su gira involuntaria por el exterior se había contactado con el representante de una firma de telecomunicaciones quien le propuso ser, a su vez, su agente para Bolivia.
La idea era entusiasmar al gobierno de entonces –el gran escollo, como se verá luego- para que adquiriese el ultramoderno aparejo que venía de allende los mares. Obviamente, la venta del dichoso artefacto brindaría a la familia un largo bienestar económico, producto de la comisión –legal, supongo- que la empresa le reconocería por las gestiones.
¿No se le había ocurrido que negociar con el régimen que los había apartado de los suyos (nosotros, madre e hijos) de un puntapié hasta otro país y que solo gracias a una amnistía promovida por la Iglesia y otras instituciones (amnistía parcial, por otro lado, que no incluía a los considerados “más peligrosos”) pudo juntarse con ellos, iba a ser un poco complicado? Tal parece que no.
No pasó mucho tiempo antes de que perdiera el entusiasmo inicial para que el objeto se convirtiese en un vistoso ornamento de escritorio, para luego pasar a ser el juguete favorito del menor de mis hermanos hasta acabar como acaban los juguetes favoritos: todo desvencijado.
Por cierto, casi lo olvido, se trataba de un modelo a escala del satélite de comunicaciones francés “Telecom”. Cayó Banzer, el de la dictadura con prosperidad económica, y vinieron otros tiempos… los últimos milicos, un interregno constitucional, el narcogolpe y la nueva era democrática en medio de grandes estrecheces materiales. El país no estaba para satélites. ¿Lo está ahora?
No estoy convencido. Creo que el propio régimen está rotando en una órbita inestable, fruto de sus propias contradicciones y el negocio del satélite chino no parece compadecerse de la realidad material del ciudadano de a pie, que sobrevive con lo puesto. No me aventuro a afirmar que detrás de las cifras astronómicas del asunto haya gato encerrado o cuentos chinos –el columnista Winston Estremadoiro sostiene que sí los hay- .
Lo que me parece es que la élite gobernante anda de shopping por el mundo pasándose por la entrepierna las normas que rigen para las adquisiciones estatales -¿o será que todo lo que se eleva por los aires puede prescindir de licitación?- . Incluso suponiendo que el antojo fuera irrefrenable, ¿no es más coherente –hasta justificable- hacerse de un satélite meteorológico o uno de prospección geológica?
Considerando el tiempo de vida útil del Two Pack Atari, el bicentenario de Bolivia –si es que para entonces nos es solo un recuerdo dividido en 36- va a incluir un número singular: una generosa contribución al basurero de objetos espaciales, evocación de la que un día se quiso asumir como la (sat)élite.
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