jueves, 3 de febrero de 2011
4 y 16
Pisemos el embrague y produzcamos el cambio –de marcha-. Pasemos discretamente de la velocidad de coyuntura, tan pesada, a otras más prospectivas, no por evasión sino por blindaje. Por el relativamente largo tiempo que hay por recorrer, se supone –aunque nunca se sabe- que a nadie se le ocurriría tildarnos de desestabilizadores, o cosas peores. Pero a momento de poner la próxima “caja” convengamos en que, ante la inconsistencia de nuestra contrahecha Constitución, hay que ir pergeñando una reforma casi total de la misma, salvando, quizás, el frondoso listado de derechos. Allá vamos.
Hagamos un repaso. En la reforma parcial de 1994 se amplió la duración del período presidencial de 4 a 5 años. El primero al que en teoría le tocaba ejercer el lustro fue Banzer; si bien el tiempo se cumplió, el último año lo completó Quiroga ante la renuncia, por motivos de salud, del otoñal mandatario. Entonces tendría que haber sido Sánchez de Lozada quien gobernara durante media década pero, una vez defenestrado por los “movimientos sociales”, ni sumado el tiempo que asumieron sus sucesores, Mesa y Rodríguez, se llegó al quinquenio. Ya en días más cercanos no hubiese cabido duda de que, con su inobjetable triunfo, Evo Morales alcanzaría al fin a gobernar durante un periodo constitucional de cinco años, su propia ambición de permanencia en el poder le hizo resignar un año de su primer mandato para habilitarse, sin dejar de ejercer la presidencia, como candidato a Presidente, Asamblea Constituyente mediante. En resumen, desde que se estipuló que cada mandato democrático dura cinco años, ¡ningún Presidente pudo cumplir tal período!.
Tengo la impresión de que, para nuestro país, cinco años en el palacio quemado es demasiado. Sino preguntémoselo al propio Morales, que gobernó con cierta comodidad durante cuatro pero sumado un año de su segundo mandato luce totalmente desvencijado y los ciudadanos se muestran cada vez más hastiados de sus torpezas –ya le conocen el repertorio, que se repite y repite-.
¿Cómo estarían las cosas si Morales no forzaba su reelección consecutiva? Probablemente otro desgraciado gobernante estaría cargando con la crisis actual y Evo estaría practicando el deporte que mejor sabe jugar: hacerle la vida imposible al mandatario de turno.
Por esto, propongo que en la reforma constitucional que se viene, tarde o temprano, el periodo de cada mandato constitucional vuelva a establecerse en 4 años, que parece ser la medida exacta del aguante de nuestra sociedad.
Embrague. Ahora hablemos del voto; a mi generación no le tocó dar la vida por la conquista de la democracia, aunque algunos vimos en nuestros progenitores la lucha por traérnosla a nosotros y a las generaciones futuras. La tarea que nos tocó fue preservarla y transmitirla a nuestros descendientes y, en esa misión fuimos activistas por el voto a los 18 años, también reconocido constitucionalmente en 1994, y de la batalla por reformar el servicio militar.
Cuando se planteó el debate por voto a los 18 surgió la resistencia conservadora previsible: “no están maduros”, “son manipulables”, “son rebeldes”… se decía. La aplicación del voto joven amplió la base democrática de nuestro país.
Hasta 1984, en la nueva era democrática, solo se votaba para las generales –Presidente, Vice, senadores y diputados-. A partir de ese año se comenzó a votar para elegir autoridades municipales y ahora se lo hace para elegir autoridades departamentales y otras de las que no me quiero acordar –adelanto mi voto en blanco en las elecciones para magistrados-.
Total, que creo que es tiempo para ir madurando la idea de otorgar a los y las jóvenes a partir de los 16 –imputables penalmente-, el derecho a votar, de manera no obligatoria, en el ámbito más próximo a su vivencia cotidiana: el local, municipal. Una práctica que los preparará para hacerlo en ámbitos más amplios, además de ampliar un poco más la base democrática de nuestro país.
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Puka Reyesvilla
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