viernes, 4 de diciembre de 2009

La luna y el queso




Las que siguen serán, probablemente, las líneas más insulsas, casi un desperdicio de espacio, que hayan salido de esta pluma. A manera de descargo, advierto –como lo hace Pepe Rodríguez en su tratadín sobre La Palabra- que lo haré en coautoría, no de Dios en este caso (no llego a tales alturas) sino de simples mortales que un día adquirieron desproporcionada notoriedad. Entremos en materia, pues.

Una de las características de los regímenes totalitarios es que en nombre del “cambio” –de su cambio- cargan contra todo lo que supuestamente representa el pasado inmediato. Subrayo lo de “inmediato” porque habitualmente exaltan el pasado remoto, convenientemente idealizado.

El Tercer Reich es paradigmático en tal sentido; tanto, que ni la ciencia se libró de la andanada refundacional: el nacionalsocialismo requería tener sus propias teorías en dicho campo.

Dos pseudocientíficos polarizaron los ámbitos académico y social con sus ocurrencias. Hörbiger, por un lado, con su teoría del Hielo Eterno: “Nuestros antepasados nórdicos se fortalecieron en la nieve y el hielo, por eso la creencia en el hielo mundial es la herencia natural del hombre nórdico. Un austriaco, Hitler, expulsó a los políticos judíos; otro austriaco, Hörbiger, expulsará alos sabios judíos. El Führer ha demostrado, con su propio ejemplo, que el aficionado es superior al profesional. Ha sido necesario otro aficionado para darnos la comprensión completa del universo”, rezaba un boletín del partido nazi. Bender, por el suyo, propagaba la idea de la Tierra Cóncava, una de cuyas consecuencias es que, por ejemplo, el Sol está dentro de nuestro planeta.

La opinión pública simpatizó más con el primero pero, puesto a dirimir, el propio Hitler terció en la controversia con su juicio, por supuesto inapelable: “No necesitamos en absoluto una concepción coherente del mundo. Los dos pueden tener razón”. A todo esto, y transversalmente a ambas concepciones, se instrumentalizó la idea de “Eterno Retorno” de Nietszche como la restauración de un supuesto pasado glorioso de “la raza” -¿no e suena familiar?-.

¿A qué santo traigo toda esta cháchara? Pues a que, por todo lo que se escucha, la cosa por acá no está lejos de ser análoga. Pajpacus de toda laya están proliferando con el fin de hacer pasar por científicas las lucubraciones más absurdas en nombre del “proceso de cambio”, con cuyo discurso se retroalimenta. Así pues, nos enteramos de que por designio de ancestrales deidades, esta parte plurinacional del mundo es el ombligo del mismo, de que la coca es la solución para la anunciada crisis alimentaria planetaria y de que la verdadera ciencia es la que se practicó en estos parajes altiplánicos. ¿Por qué los sabios originarios no se las ingeniaron para inventar la rueda? Todo un misterio. En fin, cosas de aficionados.

3 comentarios:

Carlos Weaver dijo...

Ni la rueda, ni el arco en la construccion, ni la escritura, fueron conocidas en America antes de los españoles, con la excepcion de las escrituras Maya y Azteca. Pero el problema no es que los aymaras o quechuas no hubieran alcanzado el desarrollo de otras partes del mundo en estos campos, porque los Incas (pero no los aymaras, que nada tienen que ver con Tiwanaku) tuvieron otros avances impresionantes. El problema es el falso intento de inventar una SUPERIORIDAD sobre las demas culturas que simplemente no existe ni existio. Apreciar lo propio NO es igual a despreciar lo ajeno.

Anónimo dijo...

ya callate lauchita, como te quedo el ojete, que dice ahora el perdedor de siempre.

Hernán dijo...

Me imagino que la compra del satelite chino, a un "precio económico" y con lo último de la tecnología, será para que el GOBIERNO esté mas cerca a la luna.
Un abrazo.