miércoles, 20 de mayo de 2009

JUSTICIA COMUNITARIA*




De ahora en adelante, cuando un marido maje a palos a su esposa, la sociedad ya no tendrá que hacerse mucho problema, ¿maltrato?, ¿abuso?, ¿salvajismo?, ¿machismo?. ¡Qué va!, justicia conyugal, señores. Así se llamará y tendrá sus defensores –no faltará algún intelectual bien posicionado en los medios-.

De la misma manera, cuando un maestro masacre a uno de sus estudiantes, no estará haciendo otra cosa que aplicar la justicia escolar.

Y, cuando en medio de un encuentro futbolístico los jugadores se transen en pelea campal con el saldo de muchos contusos, deberá entenderse como uno de los recursos de la justicia deportiva.

¿No es cierto que suena un poco demencial?; entonces, ¿no ocurre lo mismo con aquello a lo que a algún “iluminado” se le ocurrió denominar justicia comunitaria, figura que, en la onda de contentar a “pueblos milenarios”, versa en nuestro código penal?

A mí se me hace que esto de la tal justicia comunitaria no es más que una construcción lingüístico-antropológica, un eufemismo que se usa cuando “considerando otras cosmovisiones” no se quiere llamar asesinato al asesinato, linchamiento al linchamiento o violación a la violación.

Esto va de la mano con otro concepto muy socorrido e igualmente cuestionable como es el de lo “consuetudinario”, es decir que cierta prácticas, por su tradicional aplicación, están por encima de la ley, así atenten contra los derechos humanos o contra la propiedad privada. Para mirarnos en espejos prestados, veamos el caso de la ablación de clítoris practicada en el 95% de las mujeres africanas que, en buen romance, es una bárbara mutilación ritual, o fijémonos en las lapidaciones a que son sometidas la mujeres sospechosas de infidelidad en Asia, ambos, resabios de premodernidad. ¿Verdad que nos conturban?. Entonces, ¿por qué guardar falsa prudencia frente a lo que sucede ante nuestros propios ojos? ¿por qué asentir, embobados, cuando se proclama que no hay uno, sino varios principios de autoridad?

Si el clásico “estado de excepción” consiste en dejar en suspenso ciertos derechos, éste se ha tornado en uno a la inversa, pues todo es posible y justificable... más aún, ni siquiera hay Estado.


*Publicado en junio de 2004 en el semanario La Época

1 comentario:

El Educas dijo...

Puka: El problema de incluir los aspectos señalados en tu reflexión y otros aún peores, en una sola forma de generalidad, es como inventar una "cuenta de orden" que permite meter las cuentas sucias y maquillar un balance (utilizando una figura contable), que puede mantenerse por mucho tiempo camuflada, pero nunca desaparece. Luego como una galera de mago comienzan a salir los conejos y las palomas, que muestran la verdad. Sin descalificar la posibilidad de respetar usos y costumbres ancestrales, el concepto no puede ser la bolsa donde se guarden y apañen las realidades delictivas que son justificadas por una falsa posición ideológica. Como todo tiene un doble filo, veamos cuál será la reacción cuando los mismos mecanismos se vayan contra los actuales defensores.