miércoles, 20 de agosto de 2008
CUATRO GATOS
Neruda hizo de sus odas su marca registrada; las tenía para todo, como por encargo: Oiga tío Pablo, ¿podría hacerme una oda a la fotografía digital?. Entonces ponía en funcionamiento el surtidor (dispenser, en la lengua de Shakespeare) de metáforas –no siempre afortunadas, hay que decirlo-. Con acierto, el bueno de Antonio Skármeta, en El cartero de Neruda, recopila algunas que proceden del catálogo de comestibles: cebollas (“redondas rosas de agua”), alcachofas (“vestidas de guerreros y brumidas como granadas”), congrios (“gigantes anguilas de nevada carne”), ajos (“marfiles preciosos”), tomates (“rojas vísceras, frescos soles”), aceites (“pedestal de perdices y llave celeste de la mayonesa”), papas (“harina de la noche”), atunes (“balas de profundo océano”, “enlutadas flechas”), ciruelas (“pequeñas copas de ámbar dorado”), manzanas (“plenas y puras mejillas arreboladas de la aurora”), sal (“cristal del mar, olvido de las olas”)... y así. El primer gato de hoy es nerudiano. El propio Skármeta pone en boca del poeta estas líneas: “Aquí hay gato encerrado. Y a propósito, recuerdo mi Oda al gato. Aún pienso que hay tres imágenes rescatables, El gato como mínimo tigre de salón, como la policía secreta de las habitaciones, y como el sultán de las tejas eróticas”.
Alana y Osiris, mujer y gato, respectivamente, del amante que, en primera persona, va deseando a la primera a lo largo de una exposición pictórica y termina observado por ambos desde un cuadro exhibido en la galería. Estamos hablando de Orientación de los gatos, cuento de Cortázar en el cual se explaya, como usualmente lo hacía, en el juego de planos dimensionales tanto espaciales como temporales. Un triángulo que se rompe cuando “ella había ido al cuadro pero no estaba de vuelta, seguía del lado del gato, mirando más allá de la ventana donde nadie podía ver lo que ellos veían, lo que solamente Alana y Osiris veían cada vez que me miraban de frente”. En la vida real, Cortázar tenía un gato llamado Teodoro W. Adorno, como el filósofo alemán –la explicación la encontramos en Más sobre filósofos y gatos-
William S. Burroughs se identifica con el felino al final de un proceso que lo llevó a este estadio. En El gato por dentro (1986), Textual: El gato blanco simboliza la luna plateada metiéndose en los rincones y limpiando el cielo para el día que viene. El gato blanco es ''el que limpia" o ''el animal que se limpia", descrito por la frase sánscrita Margaras, que quiere decir ''el cazador que sigue la pista; el investigador; el sin huella". El gato blanco es el cazador y el que mata, su ruta iluminada por la luna plateada. En total oscuridad, lugares y seres escondidos se revelan en esa luz suave e inexorable. No puedes sacudirte tu gato blanco porque tu gato blanco eres tú. No te puedes ocultar de tu gato porque tu gato blanco se oculta en ti.
El más célebre triángulo hombre-gata-mujer vino con la pluma de Colette. Por estos días volví a leer La gata y me transmitió mayor intensidad que la primera vez que lo hice. Saha, responsable de esta columna gatuna.
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