En esta ocasión, el hincha se impone al columnista, dejando
de lado el terreno resbaladizo para ocuparse de algo más trascendental,
lindando con lo místico: su pasión aurinegra.
Probablemente lo que uno adquiere por elección tiene dos
micras más de mérito que aquello que nos viene dado. Algunos ámbitos de nuestra
vida son decididos por otros, de acuerdo a sus creencias y también a sus
posibilidades económicas –el colegio, por ejemplo; y uno puede llegar a
encariñarse con el que le tocó en suerte-, otros aspectos nos son “heredados”,
como ciertos gustos y sabores o, más generalmente, nuestra inserción a una
determinada cultura. Eventualmente, esto sucede con el club de fútbol con el
que alguien se identifica. En principio, por su proximidad, están los equipos
del lugar, para el caso de La Paz, los dos clásicos rivales y, de forma
intermitente, alguno que brille temporalmente. En buena medida es en la familia
que se “transmite”, más o menos por ósmosis, tal transferencia.
En mi familia no había una tradición futbolera, por tanto,
mis hermanos y yo tuvimos que elegir a cuál le íbamos –éramos seis, de los
cuales el “score” resultó 4-2 a favor del que yo me hice hincha-. En principio,
en lo personal, el club celeste quedó descartado de toda opción y tuve que
decidirme entre Always, Universitario o The Strongest. El accidente aéreo de
1969 –escribí un relato sobre ello- resolvió mi indecisión. Soy atigrado desde
entonces y mi pasión no ha hecho más que crecer.
Cuando ya parecía un estigma eso del “eterno segundo” –un
sambenito exagerado- llega este título a falta de dos fechas para el cierre
oficial del torneo anualizado, por llamarlo de alguna manera. Mala fe o mera
coincidencia, entre el anterior título de Tigre y el conseguido ahora, el club
marchaba como puntero en dos sendos campeonatos que se suspendieron –uno por la
pandemia y otro por el paro por el censo-. Ganó los premios, pero no se le
reconoció título de campeón alguno. Y con el Tricampeonato obtenido, tenemos
sobrados motivos para el regocijo.
Casi ocurre lo mismo esta gestión. Con The Strongest en la
cima, se intentó truncar la competencia con el argumento de casos particulares
de arbitrajes aparentemente arreglados –que en ningún caso tocaban al Tigre-.
Por eso es que este título se lo saborea con especial
gusto. The Strongest venció obstáculos –inclusive dirigenciales internos-
deportivos y extradeportivos. Y acá está, enhiesto y generoso, para decir que
la vida es bella.
Por eso, parafraseando el estribillo de la canción de
Piero, cierro estas líneas cantando “Para el Tigre lo que es del Tigre; porque
el Tigre se lo ganó. Para el Tigre lo que es de Tigre; para el Tigre, mi
corazón”.
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