Viñeta: El Deber
Hace unos cuarenta años, cuando comenzaba a interesarme en
el periodismo de opinión, leí una columna titulada “Ca-tras-ca”, firmada por un
tal Robert Shaves Ford, que, según era el pseudónimo de Roberto Chávez Foronda
–al margen de que no hay mucha huella del mismo, no es mi intención ocuparme de
la persona-. El sonido del término me encantó. Ni siquiera recuerdo el
contenido del artículo. En aquel momento, y hasta hace unos minutos, lo
asociaba a una onomatopeya de ruptura de algo al caerse –algo así como ¡Cataplam!,
para referirse a un golpe-.
Pues resulta que “catrasca” había sido una palabra con
entidad propia que paso a definir: cuando uno comete un error tras otro estamos
ante una catrasca (a quien incurre en este comportamiento se lo conoce también
como catrasca). Para ahondar en el sentido de esta palabreja, solo hay que
descomponerla en sus tres sílabas, tal como lo hizo Shaves, y tenemos
“cagada-tras-cagada”; con lo que podemos decir que tenemos un Gobierno
catrasca.
Entre quienes más aportan a esa caracterización se
encuentra el inefable Sr. Covid Choquehuanca, Vicepresidente de Bolivia, a la
sazón, quien, además, ha estado, con breves intervalos, más de una década en
las altas esferas del poder. Conocidas son varias de las cagadas que fue
expulsando durante su gestión como Canciller y no abundaremos en ellas.
Ya como segunda autoridad del Estado y, por tanto, cabeza
del Legislativo, nuestro buen caballero sigue haciendo de las suyas mandándose
una tras otra, pero hay dos que valen por mil dadas sus connotaciones.
Como todos sabemos, desde hace casi un año, vivimos en
estado de aguante; esto es, una campaña masiva de vacunación cuyo lema es “una
dosis de esperanza”. Sumando las gestiones gubernamentales –algunas poco
transparentes, a mi juicio- y las donaciones del Imperio, Bolivia,
literalmente, tiene vacunas de sobra, al extremo de haber botado a la basura
300 000 dosis de AstraZeneca y, prontamente, hacerlo con 40 000 de J&J. Una
de las responsabilidades que asumió para sí el Estado central fue la de la
provisión, mientras que los niveles autonómicos se hacen cargo de la parte
operativa. Pero el Estado ha descuidado otras dos responsabilidades: la logística
y, principalmente, la comunicación. Y ahí tenemos los magros resultados, sobre
todo en comunidades rurales.
Uno de los aspectos de la comunicación desde el Gobierno
debe ser el propio ejemplo y el Sr. Choquehuanca va a contramano del esfuerzo
por alcanzar la inmunidad de rebaño, con su negativa a ser inoculado. Podría,
en el espíritu paranoico que caracteriza al régimen, hablarse de sabotaje desde
adentro.
La segunda es una clásica “choquehuancada”. En alusión a su
noble linaje que lo emparenta con la nobleza incaica, según se dice, este
aymara ha invocado a la “Ira del Inca” para conjurar las expresiones
ciudadanas, gran parte de ellas provenientes de sus “hermanos” de piel, y lo ha
hecho en tono de amenaza, perdiendo toda compostura personal.
En lo conceptual hay al menos confusión en lo dicho por el
Vice, puesto que los incas sometieron a la esclavitud a los aymaras, lo que fue
muy conveniente para que los españoles, con una manito de algunos aymaras,
hicieran lo propio con aquellos. En lo político, esas reminiscencias de sangre
develan un aire aristocrático poco acorde con el tiempo democrático.
Terraplanista (anticiencia) y en extremo exaltado
(matoncito de barrio bajo), don Covid debe hacer conciencia de las cagadas –una
tras otra- que se manda y asumir que en su posición tiene que dar ejemplo de
acompañar la política sanitaria y dar señales de templanza para no crispar más
el ambiente social.
¡Cálmese y vacúnese, señor Choquehuanca!
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