Luego de unos días de intensos mensajes de ida y vuelta, el
debate, un tanto artificial, sobre el federalismo, ha bajado notoriamente de
tono. Quién tiró la primera piedra y quién picó el anzuelo es algo que no lo
tengo del todo claro.
En su afán de figuración y de buscar un pretexto para
iniciar el camino hacia una reforma constitucional que le permita hacer
realidad su anhelo gobernar de manera vitalicia, el señor Morales Ayma se plegó
al discurso federalista sin convicción alguna –arrancarle las autonomías (que,
por otra parte, no dejan de ser manejadas desde el centralismo, muchas veces
con la aquiescencia de autoridades locales de militancia oficialista) fue,
literalmente, una guerra de baja intensidad-. Lo más probable es que se haría
una reforma de carácter absolutista, pero de federalista, para nada.
Por su lado, el Gobernador de Santa Cruz izó la bandera del
federalismo como respuesta al carácter centralista del régimen, pero llevándola
más allá de lo admisible con un discurso pletórico de dudosas consignas sobre
la naturaleza del federalismo.
Poseros y voceros oficiosos se pronunciaron en afán de
mostrar su “conocimiento” sobre el tema, más movidos por su reflejo “anti” que
por criterios racionales. Curiosamente, quien más palo recibió fue Camacho –que
sea Gobernador del departamento de Santa Cruz no es un dato menor en este
sainete- rimaron federalismo con separatismo y anunciaron el regreso al
neoliberalismo y al monocuturalismo, sin percatarse de un par de detalles: 1) El
propio Morales Ayma y el señor Arce Catacora, a la sazón, Presidente de
Bolivia, cogieron el guante, al menos al principio, del imaginario federal y 2)
Un Estado, independientemente su forma –unitario o federal, siempre y cuando se
establezca bajo el sistema democrático de gobierno- puede acoger gobiernos de
diversas corrientes económicas –Estados Unidos de México es un buen ejemplo de
ello-, puede contener población diversa (pluricultural) y puede mantenerse relativamente
bien cohesionado.
Federal es una forma de Estado, con sus fortalezas y
debilidades respecto a otras –la unitaria, principalmente- y no es el demonio
que algunos quieren hacer creer. No olvidemos que la pulsión federal tiene más
de cien años en nuestra historia y si hubo algunos que se jugaron por ella,
fueron los indígenas del altiplano paceño, aimaras para más detalle, que luego
fueron traicionados por los liberales de fines del XIX y principios del XX.
Otra omisión del nuevo ciclo de discusión es que parecería algo reciente; que
yo recuerde, Potosí ha estado propugnando el federalismo los últimos diez años.
Hace unos años cursé un módulo sobre federalismo en el
Centro de Estudios Constitucionales “James Madison”, en Montpellier, Estados
Unidos de América, en el que me sorprendí de que hasta hubiese un tipo de
arquitectura denominada “federal” (en realidad es la neoclásica) que es la de
las principales edificaciones de los poderes en Washington y que representa los
valores del federalismo estadounidense: armonía, equilibrio, proporción y
simetría. De tanto en tanto, mis estudiantes se conciernen sobre esto y más de
uno podría hablar con mayor propiedad sobre el tema que muchos de los oficiosos
que he leído o escuchado estos días.
En lo que a mí concierne, el camino de las autonomías nos
llevará, indefectiblemente, hacia la forma federal de Estado, pero esto no
ocurrirá mañana o pasado mañana porque a alguien se le ocurrió sacar de la
galera el conejillo, sino por culminar el proceso autonómico, cosa aún muy
lejana. Sin uno no habrá lo otro. A fe de realismo.
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