Por segunda vez de forma escrita voy a rememorar una
anécdota (a estas alturas) de mi penúltimo año de colegio. Luego de las
anuladas elecciones de 1978, los bolivianos volvieron a las urnas en julio de
1979. Hablo en tercera persona porque la edad no me alcanzaba para votar
–además, por entonces, se tenía ese derecho a partir de los 21 años-.
Puede parecer una exageración, un invento mío, pero algunos
candidatos se daban tiempo para ir a los colegios y participar de foros-debate
con los estudiantes. Uno de ellos era don Marcelo Quiroga Santa Cruz a quien
recuerdo, como si fuera ayer, en el salón audiovisual del Instituto Americano,
explicando su ideología y su programa de gobierno, y respondiendo las preguntas
de la muchachada.
Dueño de una oratoria privilegiada y de una seguridad
encomiable, el líder socialista no pudo evitar un gesto de incomodidad ante la
pregunta que le hiciera un compañero de la promoción.
Estaba claro que el programa de Quiroga era casi
absolutamente político y que una consulta fuera de ese marco no era lo que
esperaba. Pero he ahí que el jovenzuelo le lanzó un “¿qué planes tiene usted
para el turismo?”. Silencio. No recuerdo con exactitud la respuesta del
entonces candidato, pero la idea era más o menos que él se iba a ocupar de
asuntos más importantes. Al menos en ese sentido, el estudiante estaba unos
años adelantado al intelectual.
Su prematura desaparición –con la muerte del último de los
autores intelectuales de su asesinato, prácticamente desparecen también las
posibilidades de ubicar el lugar en el que se lo sepultó- nos privó de saber si
luego de aquel encuentro cercano con aquel muchacho, don Marcelo habría pensado
en el potencial económico de la llamada “industria sin chimeneas” que, por
ejemplo, para España o Costa Rica, representa una gruesa porción de sus
respectivos PIB.
No soy, ni muchos menos, un especialista en dicho sector, pero el sentido común me dice que el turismo significa
para Bolivia una de las actividades más representativas de lo que se conoce
como “patrón de desarrollo de base ancha” que, dejando de lado el componente
corporativo, genera gran cantidad autoempleo (cada vez más profesional) a bajos
índices de inversión, con extensiones hacia la los servicios hoteleros, de
transporte, gastronómicos, entre otros, y de oferta cultural en general. Y
–esta es una percepción personal- el que menos le pide (molesta/exige) al
Estado, más allá de la obligación de éste de desarrollar infraestructura y de no
obstaculizar el libre ejercicio de la iniciativa privada legal.
La calamidad mundial que nos golpea, cuyo nombre no quiero
repetir porque es como invocarla, afecta a todos los sectores, sin duda; pero
golpea con mayor contundencia al turismo en todo el mundo y hiere de muerte al
local. Me ha conmovido en particular el mensaje de los guías de turismo quienes
le piden a la Presidenta que desde el Estado se promueva la reactivación de
esta industria tan pronto como se “normalice” la vida, cosa que puede tomar
cierto tiempo –más corto o más largo, nadie lo sabe-. Pero entretanto, los
profesionales del guiaje van a tener que encontrar otros medios de trabajo.
La noticia prometedora es que en la medida en que se vaya
retornando a la regularidad económica, una de las primeras cosas en las que
pensarán las personas –considerando la tendencia expansiva del humano- será en “trotar
por el mundo”. Llegará el momento y tendrá que encontrarlos preparados.
Pido disculpas por si se me percibió como portavoz oficioso.
No es mi intención.
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