Antes de que me lancen a los cocodrilos, vamos a separar
aguas. La salida constitucional que instaló un gobierno de transición luego del
vergonzoso escape del señor Morales Ayma, quien más de una vez había dicho que
solo muerto lo sacarían de palacio, demostró que los bolivianos somos capaces
de encontrarnos en situaciones límite como a la que nos llevó el susodicho con
su monumental fraude en las pasadas elecciones. Mi apoyo al Gobierno, en tanto
transitorio, es absoluto. Para haber sido posible, esa salida democrática
incluyó la continuidad institucional de la Asamblea Legislativa Plurinacional
(ALP) con la misma composición, vale decir con dos tercios de mayoría, resabio
del antiguo régimen, a la que en adelante denominaré con el término universal
“parlamento”, lo que en definitiva descarta la peregrina falacia de que se cometió
golpe en Bolivia. De los otros dos poderes, el Judicial, al igual que el
Legislativo, se mantuvo con la composición surgida de las elecciones judiciales
manipuladas por el MAS, mientras que el Electoral fue recompuesto cumpliéndose
una de las tareas encomendadas por el soberano al Gobierno de transición.
Tal renovación fue gracias al trabajo colaborativo entre el
Ejecutivo, producto de la resistencia al fraude cometido por el antiguo régimen
y el Legislativo, tributario de éste, como ocurrió para la primera convocatoria
a las elecciones que tendrían que haberse efectuado el pasado 3 de mayo si no
se cruzaba la calamidad mundial en el camino. Es decir que, con una no muy
frecuente madurez, estos dos poderes contrapuestos lograron ponerse de acuerdo
por el bien mayor: la pacificación y democracia.
No vamos a decir que la relación entre ambos era una especie
de luna de miel, pero tampoco era un infierno. La magia se fue cuando a la
Presidenta se le ocurrió romper uno de los mandatos implícitos –reafirmado por
ella al decir que sería una “acto de deslealtad y deshonestidad”- al anunciar
su candidatura a… Presidenta. Se podría decir que el parlamento (esos dos
tercios del mismo) estaba dispuesto a coordinar con la Presidenta, pero, en una
acción entendible desde la política, no a transar con una candidata. Puestas a
repartirse responsabilidades en este entuerto, cada cual tiene su parte.
Ciertamente, desde la declaratoria de la emergencia
sanitaria, el parlamento se ha convertido en una rémora que torpedea cualquier
iniciativa gubernamental para sacar provecho político de ello. Su accionar, a
no dudarlo, es digitado desde Buenos Aires.
En tal escenario –la gota que colmó el tarro fue la nueva
convocatoria electoral en un lapso de seguridad sanitaria menor a la que
propuso el TSE- ha surgido una
“corriente” que promueve un eventual cierre del parlamento. A sus sustentadores
les digo que esa ni siquiera es una opción.
Alentar tal cosa es caer en el juego de quienes –nada raro
que el origen de la consigna se halle en una mansión bonaerense- quieren ver
autocumplida su profecía del “golpe”, además de dar lugar a una violenta
convulsión –especialidad de Morales Ayma- en pleno estado de emergencia
sanitaria. Ayudaría mucho, en cambio, que la Presidenta dé un paso al costado
en lo concerniente a su candidatura puesto que, aunque ni siquiera se lo
proponga, todas sus acciones –las buenas, sobre todo- despiden un tufillo a
campaña electoral.
Por lo pronto, el Gobierno hace bien en salir por los fueros
de la institucionalidad, demandando de nulidad, ante el Tribunal
Constitucional, la mencionada ley. El principal argumento es que la Presidenta
de la Cámara de Senadores no es quien, en acefalía de un(a) Presidente del
Congreso, para haberla promulgado. El TC tiene la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario