Ciertamente, esta situación –y cuando hablo de situación
hago referencia a su carácter transitorio, por muy penosa que fuera- nos afecta
a todos casi por igual, pero muchos de nosotros ya hemos forjado una vida que,
de alguna manera, nos preparó para este momento, así sea para que el destino
nos encuentre confesados.
Y no es que, como generación, no hubiéramos pasado por otras
situaciones delicadas, casi al límite del abismo. A nuestros (por lo menos, los
míos) predecesores les tocó arriesgar el pellejo en la lucha contra las
dictaduras. Una vez instalada la democracia, sobrevinieron las tribulaciones de
carácter económico, epitomizadas en la hiperinflación que marcó a fuego a la
mía, y fue aplacada por la Nueva Política Económica que nos trajo estabilidad a
un alto costo social. Pasamos por algunas plagas –el cólera, el SIDA, y otros
virus de tipo corona (menos letales, menos dramáticos que el actual)- algunas
de las cuales cobraron víctimas locales y otra que apenas rozaron nuestros
pagos. Lo que quiero decir es que nuestras “pandemias” fueron sobre todo de
tipo político y económico antes que de salud pública.
Hago esta introducción porque, a un salto de tres décadas
que nos coloca en la actualidad, observo
con expectativa de analista lo que, con tres meses de diferencia, están
experimentando los jóvenes, mujeres y hombres, de entre 18 a 28 años, mitad millenials, mitad centenials, en la clasificación global; pero para nuestro mejor
entender, simplemente generación “pitita”.
A su temprana edad, estos muchachos y muchachas han
protagonizado y están sobrellevando –lo hacemos también nosotros, ya lo he
dicho, pero desde otra posición- dos hechos de colosal magnitud: la gesta
democrática que puso fin a la dictadura de Morales Ayma, luego de su no menos
colosal fraude en su intento por prorrogarse indefinidamente en el poder, gesta
que concluyó con la huida del dictador que aseguraba que “solo muerto” saldría
del palacio. El compromiso de estos nuevos ciudadanos, análogo al de quienes se
jugaron la vida por la democracia hace cuatro décadas, liberó a Bolivia de la
tiranía en ciernes enrumbándola hacia un proceso de a la reconstrucción de la
institucionalidad democrática que debía continuar con las elecciones
programadas para el 3 de mayo, fecha que, dicho sea de paso, aún no ha sido
modificada.
Y ahora, esto. Si bien por el rango de edad no se encuentran
entre los grupos de riesgo, están cumpliendo con responsabilidad los protocolos
determinados para este periodo y, cómo no, con la cuarentena. Tomada desde su
concepción sociológica, la juventud se encuentra en suspenso, dado que algunos
aspectos que la definen están algo contenidos, especialmente sus alas.
Podríamos decir que su paso por la vida se aceleró
abruptamente en cuestión de meses y ya cuentan en su haber con experiencias que
también los marcarán como generación. Si a eso sumamos la consignación (lo que
la sociedad espera de ella), a esta generación se le encargará llevar un fardo
pesado: una suerte de reingeniería integral de la sociedad en la que lo
ambiental, lo emocional, la creatividad, unas nuevas formas colaborativas, una
economía “del corazón” (sostenibilidad + empatía), una ciencia del ser, antes
que del poder, y una educación tecno-eco-humanista, entre los “encargos” que
puedo vislumbrar.
Si algo podemos sacar de positivo de esta crisis de salud
pública a escala mundial, incluido el colapso de los sistemas de salud, es que el
confinamiento parece haber acelerado esta nueva conciencia, facilitando a las
nuevas generaciones la consecución de tal transformación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario