miércoles, 29 de enero de 2020

La pared y la educación



En noviembre del pasado año, la obra musical “The Wall”, del grupo británico Pink Floyd, cumplió 40 años. Uno de los primeros artículos que escribí, a pocos meses del lanzamiento de la misma, abordaba, precisamente, mis percepciones sobre ésta. Si bien no lo conservo, dicho texto tenía defectos atribuidos a ciertas pretensiones de un lector en plan de escritor.

Tiempo después (1982) salió la película del mismo título dejando en claro que uno de los ejes sobre los que Roger Waters (el creador del concepto y compositor de la mayor parte de las piezas) desarrolló su trabajo es el de la educación.

El modelo educativo sobre el que The Wall adopta una posición crítica puede ser denominado “conductista/autoritario” que es el que predominó en occidente durante el siglo XX. El personaje encarna experiencias vividas por el autor en su etapa escolar, vale decir en los años 50, en Inglaterra. Sin entrar en la consideración de las peculiaridades del sistema educativo inglés, podemos decir que ciertos rasgos son extensivos a otros contextos.

El modelo descrito está centrado en el profesor, mientras el estudiante es solo “otro ladrillo en la pared” (interpretación libre mía), como reza la letra del tema más emblemático de esta especie de ópera-rock, “Another brick on the Wall (parte 2)”. La película enfatiza mucho más esta manera de impartir clases con metáforas visuales crudas.

En tales condiciones, primero se produce una vehemente reacción de los estudiantes al canto de “no necesitamos que nos controlen el pensamiento” y, luego de explorar diversos aspectos de la vida posterior del protagonista, se instala un juicio que acaba en una condena a todo ese sistema. Cae el muro (“¡tear down the wall!”).

Por misterioso designio, diez años después de la publicación del disco, en noviembre de 1989 –el pasado año se celebraron los 30 años del hecho histórico- el Muro de Berlín se venía abajo (y con ello, todo el bloque socialista).

Meses antes de que ocurriese esta gesta histórica, Waters, que solo había representado una vez la obra completa en un escenario, había indicado que la única manera de volver a hacerlo sería si el muro cayese… y así sucedió: tras el desplome del mismo, The Wall se ejecutó en la propia Berlín ante 250 000 almas presentes y millones de otras siguiendo la transmisión de TV en directo. La parte de la pared en plena caída es apoteósica.

Retomando el aspecto educativo, podemos decir que, gracias a los aportes de pedagogos y psicólogos críticos al modelo en cuestión, las relativamente nuevas corrientes del proceso enseñanza/aprendizaje privilegian al estudiante como centro del mismo. Así pues, el estudiante ya no es un ladrillo más en el aula o fuera de ella (siguiendo mi propia interpretación).

Esta forma de entender la educación tiene también sus críticos, quienes señalan que los estudiantes se empoderan de tal manera que llegan a intimidar a sus profesores. El desafío consiste, entonces, en desarrollar un clima de mutuo respeto que conjugue libertad, individualidad (competencia) y trabajo en equipo (cooperación). Experiencias exitosas en esta materia avalan la pertinencia de aplicarlo, puesto que educar no es adoctrinar –ni catequizar, ni inducir-.

No quiero cerrar estas líneas sin referirme a la desbordante creatividad apreciable en la obra musical, la película y la escenificación –afortunadamente se cuenta con registro audiovisual) de The Wall. La educación actual ya no puede ser concebida si no incorpora el desarrollo de la creatividad, independientemente del campo, en el proceso enseñanza/aprendizaje, tanto en las metodologías, en los contenidos, como en los productos y subproductos resultantes del mismo.

miércoles, 15 de enero de 2020

Panfletos en medio del iceberg



Cuando comenzaba a producirse el reencauzamiento de la democracia en Bolivia, cierto número de “personalidades”, llevadas por su simpatía para con el antiguo régimen, publicaron sendos manifiestos tildando a la emergencia ciudadana como “golpe de Estado” y sandeces por el estilo. En su descargo, podría decirse que se precipitaron en emitir tales criterios por la desinformación que hacía circular la aún en funciones dictadura masista.

Días después de haberse producido la sucesión constitucional, elementos de dudosa salud mental intentaron deslegitimar la reconstrucción institucional con historias robadas de su propio pasado traumático (“lanzan gente desde helicópteros”). Grotesco.

Pero que luego de dos meses de ejercicio ejemplar –salvo algunos deslices ciertamente criticables- del gobierno, haya todavía sujetos (algunos de los cuales se presentan como “intelectuales”) que insisten en tales majaderías es francamente absurdo (¿”abzurdo”?). 

Tratándose de avisos pagados, allá ellos, empero tratándose de otrora prestigiosas publicaciones, como “Nueva Sociedad”, la revista, ahora en digital, que más frecuento, es lamentable. No voy a mencionar a la autora, ni a transcribir parte alguna de su texto, pero en una reciente edición, luego de un análisis relativamente objetivo, remata con falacias similares a las referidas anteriormente –“interrupción de la democracia”, “gobierno de facto” y otras perlas-. Al jueguito de la descalificación de la restitución democrática en Bolivia, se suman organismos como la CIDH y la UE, al menos desde su vocería.

A los perpetradores de los panfletos en cuestión, cabe recordarles que:
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Mientras el gobierno constitucional de la Sra. Áñez hacía esfuerzos encomiables para la pacificación, el exdictador llamaba a sus huestes a dejar sin alimento a las ciudades.
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Mientras el gobierno constitucional de la Sra. Áñez promueve una norma destinada a instituir el debate entre candidatos como signo de sana democracia, el exdictador anuncia la creación de milicias armadas para su hipotético regreso.

Extraño “régimen golpista” que busca la pacificación y que, además de garantizar elecciones limpias, estimula el debate entre postulantes a la Presidencia. Pertinente resulta la siguiente cita atribuida a Octavio Paz que, casualmente, me acaba de salir en “watsap”: “La ceguera biológica impide ver; la ceguera ideológica impide pensar”.

Lo que está fuera de discusión es que, a medida que pasan los días, la magnitud de la corrupción, arbitrariedad, impostura, despilfarro, delitos y abusos practicados por el antiguo régimen se hacen más que evidentes.

Cuando surgieron los escándalos “Catler/Uniservice”, “Fondioc” y “Zapata/CAMC”, se sabía que solo eran la punta del iceberg. De a poco, el cuerpo del mismo está saliendo a flote con el paradójico efecto de hundir más al exdictador y a sus socios.

Es tan vasto -14 años de tropelías- el prontuario de éstos, que unos meses no son suficientes para apreciar la dimensión del iceberg. Hace bien, sin embargo, el gobierno constitucional, en allanar el camino a su sucesor. Junto con el verificativo de elecciones confiables, esta labor será el legado de Áñez.

En efecto, los próximos gobernantes, resultantes de elecciones democráticas, dispondrán de mayor tiempo para gestión en lugar de ocuparse de toda la carga que dejó el antiguo régimen, dado que de una porción ya se está ocupando el gobierno constitucional de la Sra. Áñez.

Esto deberían tenerlo claro quienes osan poner en cuestión el carácter democrático de nuestras acciones ciudadanas y así evitarse calores firmando panfletos ridículos.  

miércoles, 1 de enero de 2020

Mi pequeña ofrenda



Tengo por costumbre -con el prejuicio de que al comienzo gestión los lectores andan con la cabeza “en otra cosa” y no están con la mejor disposición de leer opiniones- reservar la primera columna de cada año para abordar asuntos personales.

No va a ser ésta la excepción, aunque esta vez se tratará de uno que, sin dejar de ser personal, es un asunto de importancia pública. Es que durante el recientemente pasado 2019 –en el que lloré la partida de uno de mis hermanos, por ejemplo- separar lo individual de los intensos acontecimientos sociales fue una tarea prácticamente imposible.

Quisiera decir que, al mejor estilo de los cuentos de hadas, la resolución de la transición de la dictadura a la democracia tuvo un final feliz; pero mientras el monstruo cuente con recursos, hacerlo sería un gesto de descomunal ingenuidad. Así es que, por lo pronto, me quedo con el más realista término “esperanzador”.

En tal sentido, entrando en materia, quiero recordar que la humana, es la única especie capaz de simbolizar sus campos, sus deseos, sus logros y todo concepto de su propio pensamiento. Si algo nos distingue del resto de las criaturas que pueblan nuestro mundo, eso es el carácter simbólico de lo humano. Es lo que nos lleva del estado del estado de naturaleza al estado de cultura. Las reglas simbólicas de un determinado campo tienen que ser interiorizadas por quienes pretenden desenvolverse en tal campo. El aprendizaje hace posible esta operación.  

Pero también, como individuos, nos podemos tomar la libertad de crear, y apropiarnos del mismo, nuestro mundo de simbolizaciones –metáforas de vida- que nos permiten dar sentido a lo que hacemos o esperamos hacer, y a lo que esperamos del devenir histórico.

Solía hace un tiempo –durante casi una década- representar la cantidad de libros que pasaron por mi afición lectora juntando los resaltadores usados en la medida en que éstos agotaban su vida útil. Lo hacía ensamblándolos por sus polos. Dejé de hacerlo por dos razones: llegó el momento en el que se volvió “poco vistoso” y, fundamentalmente, porque no era una medida cabal de lo leído, dado que había obras con casi la mitad de su contenido resaltado en anaranjado y otras con apenas unas líneas pintadas. Así como ésta, practico diversas formas personales de simbolizar mi interior y mi entorno. Algunas se parecen a rituales. En sus rituales, las sociedades realizan ofrendas; los individuos podemos, igualmente, hacerlas. Antes de que acabase el año pasado hice una, pequeña, por cierto, pero muy significativa para mi compromiso democrático.

Rastreando su origen rescato una de mis publicaciones en red datada en 13 de marzo de 2016: “…solamente tres años, diez meses, dieciocho días y algunas horas para el 22 de enero de 2020, día del retiro de la tiranía...”, seguida de una fechada en 13 de junio del mismo año: “Faltan exactamente 1.300 días para que me rasure la cabeza”. La idea era que el día en el que el tirano entregara la Presidencia a quien se impusiera en las elecciones de 2019, en las que aquel estaba inhabilitado para participar, daría fin a una pelambre –la mía, que alcanzó a extenderse hasta donde la espalda cambia de nombre- en honor al fin de la dictadura. En medio ocurrieron eventos –habilitación inconstitucional, por ejemplo- que parecían impedir la ofrenda.

Pero el monstruoso fraude montado por el viejo régimen hizo su parte y no fue necesario esperar hasta el 22 de enero. El delincuente y sus cómplices huyeron o se asilaron y la democracia está recuperándose de las heridas que le infligieron.

Hoy, mi testa luce como un durazno. Palabra cumplida.