Al momento de escribir estas líneas, el régimen
aún no ha declarado Desastre Nacional, como corresponde hacerlo en casos
inclusive menos graves que el de la devastadora quema que afecta a la
Chiquitania.
¿Por qué en situaciones como esta es menester
la activación de tal declaratoria? Por la sencilla razón de que la misma
moviliza recursos –humanos, técnicos, económicos, científicos y operativos-,
canaliza la solidaridad en general –local e internacional- y concentra
esfuerzos antes dispersos; todo ello sin la carga burocrática a que están
sometidos los trámites corrientes –con dispensación de éstos-.
En rigor, dada la magnitud de la catástrofe, el
régimen debería haber activado la Declaratoria hace tres semanas; sin embargo,
permanece enajenado de la realidad. ¿Lo hará finalmente?
Como muchos, me he preguntado por la razón por
la cual mantiene esta terquedad cuando ya llevamos más de dos millones de
hectáreas afectadas por las quemas. En principio, lo tomé como uno más de los
caprichos a los que nos tiene acostumbrados: la mezquindad que guía sus actos.
En la curiosa (furiosa, más bien) lógica masista, declarar Desastre Nacional
sería darle el gusto a “la derecha”, cosa que el régimen no está dispuesto a hacer
puesto que tal cosa significaría una “derrota política”, una “muestra de
debilidad”. Algo parecido a las interpelaciones parlamentarias a funcionarios
de Estado, en las que éstos resultan aplaudidos por la mayoría oficialista a
pesar de haber suficientes pruebas de sus tropelías.
Lejos de brindar una justificación mínimamente
atendible, el régimen ha esgrimido un sinfín de sandeces para salir del paso.
Es más; al menos al comienzo, se negó a recibir cooperación internacional
–luego la aceptó a regañadientes, incluso poniendo trabas a la internación de
instrumentos y personal de países vecinos-. Peor aún, continúa realizado una
acción de sabotaje a la labor de los bomberos voluntarios.
Por otra parte, es indignante el espectáculo
propagandístico con el que el régimen pretende hacer creer que se está ocupando
del siniestro provocado por el propio régimen: el Presidente en grotesca
exhibición actoral o el ministro de la Presidencia “regalando” cocinitas a los
pobladores de la región.
Entonces, sin dejar de lado la versión de la mezquindad
por razones políticas, porque esta sola no alcanza para explicar tanta
terquedad, hay que (mal)pensar otras razones que dispongan al régimen para
actuar como lo hace. Respecto al TIPNIS, por ejemplo, está claro que sus
compromisos con una empresa brasileña lo llevan a insistir en la construcción
de una carretera por el medio de la reserva y Parque Nacional. En este caso, se
sabe de compromisos contraídos con ganaderos y cocaleros para ampliar la
frontera agrícola, pero parece faltar algún elemento mucho más oscuro para
completar el dantesco cuadro. ¿Cuál será éste? No lo sabemos aún, pero cuando
las condiciones estén dadas, el verdadero trasfondo del asunto saldrá a la luz.
Es de tal magnitud este ecobiocidio que, con
justa razón, los hijos de nuestros nietos condenarán a la actual generación de
bolivianos por haber permitido la asunción al poder de un grupo de depredadores
que les comprometió su presente (futuro, desde esta perspectiva).
¿Podemos hacer algo para cambiar ese destino de
nuestros descendientes? Por lo pronto, impedir, democráticamente, que los
usurpadores se reproduzcan en el poder y, a la brevedad posible, comenzar la
reversión de esta devastación provocada por éstos, y la reconstrucción
institucional de Bolivia.
De tus cenizas, Chiquitania, surgirá el país de
todos.
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