miércoles, 11 de septiembre de 2019

De tus cenizas, Chiquitania


Al momento de escribir estas líneas, el régimen aún no ha declarado Desastre Nacional, como corresponde hacerlo en casos inclusive menos graves que el de la devastadora quema que afecta a la Chiquitania.

¿Por qué en situaciones como esta es menester la activación de tal declaratoria? Por la sencilla razón de que la misma moviliza recursos –humanos, técnicos, económicos, científicos y operativos-, canaliza la solidaridad en general –local e internacional- y concentra esfuerzos antes dispersos; todo ello sin la carga burocrática a que están sometidos los trámites corrientes –con dispensación de éstos-.

En rigor, dada la magnitud de la catástrofe, el régimen debería haber activado la Declaratoria hace tres semanas; sin embargo, permanece enajenado de la realidad. ¿Lo hará finalmente?

Como muchos, me he preguntado por la razón por la cual mantiene esta terquedad cuando ya llevamos más de dos millones de hectáreas afectadas por las quemas. En principio, lo tomé como uno más de los caprichos a los que nos tiene acostumbrados: la mezquindad que guía sus actos. En la curiosa (furiosa, más bien) lógica masista, declarar Desastre Nacional sería darle el gusto a “la derecha”, cosa que el régimen no está dispuesto a hacer puesto que tal cosa significaría una “derrota política”, una “muestra de debilidad”. Algo parecido a las interpelaciones parlamentarias a funcionarios de Estado, en las que éstos resultan aplaudidos por la mayoría oficialista a pesar de haber suficientes pruebas de sus tropelías.

Lejos de brindar una justificación mínimamente atendible, el régimen ha esgrimido un sinfín de sandeces para salir del paso. Es más; al menos al comienzo, se negó a recibir cooperación internacional –luego la aceptó a regañadientes, incluso poniendo trabas a la internación de instrumentos y personal de países vecinos-. Peor aún, continúa realizado una acción de sabotaje a la labor de los bomberos voluntarios.

Por otra parte, es indignante el espectáculo propagandístico con el que el régimen pretende hacer creer que se está ocupando del siniestro provocado por el propio régimen: el Presidente en grotesca exhibición actoral o el ministro de la Presidencia “regalando” cocinitas a los pobladores de la región.

Entonces, sin dejar de lado la versión de la mezquindad por razones políticas, porque esta sola no alcanza para explicar tanta terquedad, hay que (mal)pensar otras razones que dispongan al régimen para actuar como lo hace. Respecto al TIPNIS, por ejemplo, está claro que sus compromisos con una empresa brasileña lo llevan a insistir en la construcción de una carretera por el medio de la reserva y Parque Nacional. En este caso, se sabe de compromisos contraídos con ganaderos y cocaleros para ampliar la frontera agrícola, pero parece faltar algún elemento mucho más oscuro para completar el dantesco cuadro. ¿Cuál será éste? No lo sabemos aún, pero cuando las condiciones estén dadas, el verdadero trasfondo del asunto saldrá a la luz.

Es de tal magnitud este ecobiocidio que, con justa razón, los hijos de nuestros nietos condenarán a la actual generación de bolivianos por haber permitido la asunción al poder de un grupo de depredadores que les comprometió su presente (futuro, desde esta perspectiva).

¿Podemos hacer algo para cambiar ese destino de nuestros descendientes? Por lo pronto, impedir, democráticamente, que los usurpadores se reproduzcan en el poder y, a la brevedad posible, comenzar la reversión de esta devastación provocada por éstos, y la reconstrucción institucional de Bolivia.

De tus cenizas, Chiquitania, surgirá el país de todos.

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