miércoles, 25 de septiembre de 2019

Amargo MAS




El próximo martes se va a cumplir un año de la emisión del fallo de la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, Holanda, en relación a la demanda del Estado Plurinacional de Bolivia a la República de Chile, en torno a compromisos no honrados por esta última que, según el reclamo de Estado Plurinacional, le daría el derecho de negociar una salida al mar por territorio antes perteneciente a la República de Bolivia. “Obligación” (de negociar/dialogar por parte del demandado) y “soberanía” (boliviana, en el lugar “recuperado”) eran los términos excluyentes que el régimen esperaba obtener de la CIJ, términos que, como se sabe, no asomaron siquiera en el documento de derecho internacional que, al ser de última instancia, tiene carácter definitivo.

Como argumento jurídico, cuya autoría reconocida por propios y extraños es de don Ramiro Orías, el texto de la demanda es impecable; pero todos los concernidos en el tema sabían que su conversión en procedimiento contencioso era una apuesta de altísimo riesgo que el régimen quiso correr; lo que supone que en caso de una derrota diplomática de tal dimensión también estaba dispuesto a asumir su responsabilidad y a hacerse cargo de las consecuencias.

Sin embargo, durante el trámite del juicio internacional, el régimen o, más propiamente, el señor Evo Morales Ayma, dejando de lado todo sentido sensatez, mesura y sobriedad, se empeñó en darle una orientación partidaria al tema, desnaturalizando el espíritu con el que inició –el de la unidad- y generando dudas sobre el propósito real de la demanda. Como alguna vez lo escribí, Morales Ayma hizo marketing personal con el mar.

Innecesariamente beligerante, obscenamente grosero, tal individuo olvidó que el trámite corría por la vía jurídico/diplomática y que sus muestras de soberbia no eran precisamente lo que el momento aconsejaba. Entretanto, Chile, con sus propios tropiezos, actuaba como el “agredido”, mientras hacía “lobbies” de alta capacidad de influencia.

Pero el mayor pecado cometido por Morales Ayma y sus huestes fue el haber creado, deliberadamente, un ambiente triunfalista que excedió cualquier límite: una cosa es un moderado y sano optimismo, y otra la exacerbación de las pasiones con actos y expresiones absolutamente desmedidos.

Entre los más inverosímiles se encuentra el de la unión de varios retazos de tela de color azul –ingenuo quien crea que eso no tenía una intencionalidad político-partidaria propagandística- para hacer una larga tira a la que llamaron “banderazo” que pretendía ser registrado en el libro de los récords “Guinness”. Ni a eso se llegó, menos a “bañarnos en el mar”. Lo que sí ocurrió es que ese tiempo, como consta en la prensa, el rollo de 50 metros de tela azul subió de precio, de 200 a 500 bs.

Asimismo, en el paroxismo de la ridiculez, los empleados de la Agencia Nacional de Hidrocarburos se disfrazaron de jueces de la Corte de la Haya, causando vergüenza ajena a su paso durante el desfile por el Día del Mar.

Podría enumerar un puñado de disparates más, pero, por razones de espacio, solo lo haré con uno más, el de antología: el anuncio de Morales Ayma, en su discurso de Año Nuevo, en el que aseguraba que Bolivia “tendrá mar en 2018”. El caso es que no lo tuvo –ni lo tendrá, al menos no por el lugar y las condiciones que pretendía-.

La víspera del día del fallo, el 30 de septiembre del año pasado, publiqué las posibles opciones que nos esperaban. Lo hice de esta manera: “Triunfo diplomático absoluto: “Obligación” y “soberanía”. Triunfo diplomático parcial: “Obligación” o “soberanía”. Derrota diplomática absoluta: Ni “obligación”, ni “soberanía””.

Ocurrió lo último. Lo demás son patrañas.

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