El próximo martes se va a cumplir un año de
la emisión del fallo de la Corte Internacional de Justicia, con sede en La
Haya, Holanda, en relación a la demanda del Estado Plurinacional de Bolivia a
la República de Chile, en torno a compromisos no honrados por esta última que,
según el reclamo de Estado Plurinacional, le daría el derecho de negociar una
salida al mar por territorio antes perteneciente a la República de Bolivia.
“Obligación” (de negociar/dialogar por parte del demandado) y “soberanía”
(boliviana, en el lugar “recuperado”) eran los términos excluyentes que el
régimen esperaba obtener de la CIJ, términos que, como se sabe, no asomaron
siquiera en el documento de derecho internacional que, al ser de última
instancia, tiene carácter definitivo.
Como argumento jurídico, cuya autoría
reconocida por propios y extraños es de don Ramiro Orías, el texto de la
demanda es impecable; pero todos los concernidos en el tema sabían que su conversión
en procedimiento contencioso era una apuesta de altísimo riesgo que el régimen
quiso correr; lo que supone que en caso de una derrota diplomática de tal
dimensión también estaba dispuesto a asumir su responsabilidad y a hacerse
cargo de las consecuencias.
Sin embargo, durante el trámite del juicio
internacional, el régimen o, más propiamente, el señor Evo Morales Ayma, dejando
de lado todo sentido sensatez, mesura y sobriedad, se empeñó en darle una
orientación partidaria al tema, desnaturalizando el espíritu con el que inició
–el de la unidad- y generando dudas sobre el propósito real de la demanda. Como
alguna vez lo escribí, Morales Ayma hizo marketing personal con el mar.
Innecesariamente beligerante, obscenamente
grosero, tal individuo olvidó que el trámite corría por la vía
jurídico/diplomática y que sus muestras de soberbia no eran precisamente lo que
el momento aconsejaba. Entretanto, Chile, con sus propios tropiezos, actuaba
como el “agredido”, mientras hacía “lobbies” de alta capacidad de influencia.
Pero el mayor pecado cometido por Morales
Ayma y sus huestes fue el haber creado, deliberadamente, un ambiente
triunfalista que excedió cualquier límite: una cosa es un moderado y sano
optimismo, y otra la exacerbación de las pasiones con actos y expresiones
absolutamente desmedidos.
Entre los más inverosímiles se encuentra el
de la unión de varios retazos de tela de color azul –ingenuo quien crea que eso
no tenía una intencionalidad político-partidaria propagandística- para hacer
una larga tira a la que llamaron “banderazo” que pretendía ser registrado en el
libro de los récords “Guinness”. Ni a eso se llegó, menos a “bañarnos en el
mar”. Lo que sí ocurrió es que ese tiempo, como consta en la prensa, el rollo
de 50 metros de tela azul subió de precio, de 200 a 500 bs.
Asimismo, en el paroxismo de la ridiculez,
los empleados de la Agencia Nacional de Hidrocarburos se disfrazaron de jueces
de la Corte de la Haya, causando vergüenza ajena a su paso durante el desfile
por el Día del Mar.
Podría enumerar un puñado de disparates
más, pero, por razones de espacio, solo lo haré con uno más, el de antología: el
anuncio de Morales Ayma, en su discurso de Año Nuevo, en el que aseguraba que
Bolivia “tendrá mar en 2018”. El caso es que no lo tuvo –ni lo tendrá, al menos
no por el lugar y las condiciones que pretendía-.
La víspera del día del fallo, el 30 de
septiembre del año pasado, publiqué las posibles opciones que nos esperaban. Lo
hice de esta manera: “Triunfo diplomático absoluto: “Obligación” y “soberanía”.
Triunfo diplomático parcial: “Obligación” o “soberanía”. Derrota diplomática
absoluta: Ni “obligación”, ni “soberanía””.
Ocurrió lo último. Lo demás son patrañas.
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