Coincide la publicación de esta columna con
el plazo para inscribir las listas provisionales para habilitar candidatos a
diputados y senadores que intentarán hacerse de un curul en el parlamento. Digo
“provisional” porque, como es habitual, hay un tiempo prudencial para
arrepentirse, renunciar y ser sustituido por otro postulante o ser cambiado a
la fuerza. Hasta ahí, no hay novedad, pero el inefable Tribunal Supremo
Electoral (TSE) ha ampliado esa gracia a los aspirantes a las dos primeras
magistraturas que presentaron sus respectivas renuncias, luego de negar
sistemáticamente la posibilidad de aceptarlas sustentándose en el carácter
vinculante de las “elecciones primarias”, aceptando solo la muerte o
impedimento permanente como causal de sustitución. Pero esta es solo la última
tropelía del ente electoral. Volveremos sobre la misma luego. Entretanto,
recorreremos parte del camino que condujo a este desastre.
Todo comenzó con la toma por asalto del
organismo electoral por operadores del régimen luego de la última gestión
institucional, a cargo de Salvador Romero Ballivián, cuando aún se llamaba
Corte Nacional Electoral (CNE). De ahí en adelante, una entidad que había
alcanzado altísimos grados de credibilidad comenzó a caer en picada hasta
acabar en lo que tenemos hoy: una caterva de incompetentes sumisos al poder que
juegan a quién es más obsecuente que el otro en su afán de quedar bien con el
jefazo que los colocó en el cargo.
Se dice que todo tiene límite, pero que el
límite de rastrerismo de los vocales en ejercicio, heredado –y “capitalizado”
por éstos- de sus predecesores quienes, a su vez, lo heredaron de los
anteriores, no parece estar próximo.
Puede parecer reiterativo mencionarlo, pero
el punto de inflexión para la recomposición de la entonces CNE fue una
situación similar a la que arrastra el TSE desde hace tiempo; me aventuro a
afirmar que el problema del también conocido como Órgano Electoral
Plurinacional (OEP) es mucho más álgido que el de aquella corte envilecida. La renovada
Corte hizo de los principios de imparcialidad, neutralidad, autonomía e
independencia, su divisa; los tribunales del régimen parecen haberla sustituido
por fraudulencia, obsecuencia, ignorancia e incompetencia. Así, no hay manera
de llevar adelante un proceso eleccionario mínimamente creíble.
Repitiendo el libreto de sus antecesores,
los (evo)cales actuales se desentienden de las constantes violaciones que
comenten los ilegales candidatos del régimen en su afán por engatusar a los
votantes. Partiendo de la habilitación de tal dupla imponiendo unas primarias
de dudosa legitimidad, puesto que no estaban previstas para esta oportunidad
sino para los siguientes comicios generales, como afirman los proyectistas de
la Ley de Organizaciones Políticas, todo ha sido un agachar la cabeza ante los
designios de sus patrones palaciegos.
Asimismo, a la manera de sus “antiguos”, el
empadronamiento sospechoso con traslado de ciudadanos de un municipio a otro,
con casos sorprendidos “in fraganti”, ha sido moneda corriente (moneda
corriente, literal).
Ya en el borde de la trapacería, los títeres
del MAS, intentaron perforar el principio de paridad y alternancia en las
listas. Solo la condena ciudadana les hizo volver sobre sus pasos.
Volviendo al comienzo, a lo último en
realidad, con la aceptación de renuncias ampliada a candidatos al Ejecutivo,
que les viene bien a dos partidos, se plantea la ruptura de la vinculancia de
las forzadas “primarias”. Por tanto, corresponde también que sobre esto el TSE
vuelva sobre sus pasos y enmiende el despropósito de habilitar a los
usurpadores Morales Ayma y García Linera.
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