A vista y paciencia de una población más
ocupada en resolver sus problemas cotidianos, el régimen estuvo desmantelando
la institucionalidad democrática y demoliendo su fortaleza –el estado de
derecho-. A la fecha no queda piedra sobre piedra de una construcción laboriosa
que, aún en desarrollo, brindaba a la ciudadanía ciertas garantías en el
ejercicio de sus derechos humanos, civiles y políticos. La gente come, sí, pero
lo hace con la boca cerrada –por temor a las represalias-, delegando a algunos
activistas, por ejemplo, la lucha por el respeto al voto del 21 de febrero de
2016 que sepultó el insano propósito del tirano de perpetuarse en el poder. Que
el régimen hubiese perdido toda vergüenza en tal afán y utilizase los recursos
más abyectos para burlarse de la voluntad popular es algo que no se hubiera
dado sin el uso perverso que hizo de los poderes, convertidos en instrumentos
al servicio del déspota.
Lo cierto es que, en los hechos, hay un solo
poder: el Ejecutivo. Por lo demás, lo que se pretende hacer creer que lo es,
apenas llega una suerte de sucursal –agencia, si se prefiere- de aquel.
La sucursal legislativa es, desde que el
régimen se hizo de los dos tercios, solo una receptora de las iniciativas del
poder único. No hay espacio para el debate, no se escucha a la minoría, el
rodillo es absoluto. Dicha sucursal se dedica a dar curso a las órdenes del
jefazo sin mayor cuestionamiento, limitando su acción propia a asuntos que, si
bien son de alto valor –distinciones, declaratorias, reconocimientos- carecen
de la complejidad de las leyes sustantivas. Curiosamente, la única ley que fue
enteramente elaborada por esta agencia, fue la de Procedimiento Penal, abortada
luego de su promulgación dado el absoluto rechazo ciudadano a la misma.
Respecto a su función fiscalizadora, tres cuartos de lo mismo, al extremo que
las interpelaciones se han convertido en un trámite para aplaudir al o la
interpelado(a). Recientemente, la Ministra de Comunicaciones pidió ser
interpelada antes que querellada penalmente; es obvio por qué lo hizo.
La sucursal electoral es la mejor muestra de
cómo una institución que llegó a ser la más confiable del país, fue demolida en
diez años de ser administrada por el régimen. Su sumisión al régimen es tan
obscena que da lo mismo que los procesos electorales los administre el
Ministerio de Gobierno o cualquier otra instancia gubernamental –Diremar, por
ejemplo-. El resultado será el que el Jefazo pida.
La sucursal judicial es de miedo. No sabemos
demasiado sobre el Tribunal Agroambiental –parece, sin embargo, que la
deforestación le tiene sin cuidado-, ni nos incumbe directamente el Consejo de
la Magistratura; pero el Tribunal Supremo de Justicia y el Tribunal
Constitucional… ¡Dios nos libre!
El primero, a través de su Presidente, un
lambiscón sin pudor alguno, expresó su sometimiento incondicional al Ejecutivo,
agraviando a la prensa en el camino.
El TC es la expresión más grosera de la decadencia
institucional. Por segunda vez consecutiva dio curso a las órdenes del tirano
para hacerse habilitar inconstitucionalmente a otra elección. Lejos está el
tiempo en el que un TC independiente restituyó al entonces diputado Morales
Ayma su curul de parlamentario luego de que el oficialismo de entonces
procediera a su desafuero.
Mención deshonrosa merece la sucursal
defensoril, dirigida por un pelele puesto por el régimen para hacer exactamente
lo contrario de lo que la función de la institución está llamada
constitucionalmente a hacer.
Como bien dice el señor Morales Ayma, “La
división de poderes es un invento de Estados Unidos”
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