La ciudadanía se está acostumbrando a ver los rostros
desencajados de los jerarcas del régimen mientras cuentan sus portentosas
victorias políticas. Evidentemente, su lenguaje corporal –facial,
principalmente- no se corresponde con el verbal.
Del repertorio de la realpolitik
“oscareidiana”, traigo uno de sus aforismos más encantadores: “Lo peor de
una derrota (política) no es el propio hecho de haber perdido, sino la cara de
cojudo que uno pone”. Tal cosa le ha venido sucediendo al régimen con cada vez
más frecuencia. “El paciente murió, pero la operación fue un éxito” ha sido el
recurrente mensaje que el grupo gobernante quiere transmitir.
No siempre, en estos ya trece años de autoritarismo, fue
así. Hubo un periodo en el que todo –la suerte incluida- parecía jugar a favor
del régimen: altísimas cotizaciones de las materias primas, socios políticos en
el poder en otros países, “enamoramiento” de intelectuales por el exótico
caudillo, bendiciones papales, etc. Parecía auspiciado por los astros.
Me atrevo a decir que la primera vez que apareció esa “cara
de cojudo” (guardo una foto sumamente expresiva), fue cuando tuvo que admitir
su derrota en las elecciones municipales de 2010, cuando su candidata a
alcaldesa de La Paz, cuya campaña gozó de todo el aparato gubernamental, perdió
las mismas. Pasado el colerón, la excandidata fue premiada con una embajada en
un país europeo –análogamente, otra candidata masista perdidosa que tuvo a su
disposición grandes recursos del Estado, fue nombrada Cónsul en Nueva York,
luego de ser vencida por Carmelo Lens en Beni-.
Con las dichosas elecciones judiciales pasó lo mismo, ya
dos veces consecutivas. Los operadores del régimen que fueron colocados como
candidatos obtuvieron misérrimas votaciones en tales comicios y, contra todo
sentido de las proporciones, se posesionaron en los sillones para magistrados,
desde donde ejercen como valedores del Jefazo, para desdicha de los bolivianos
y bolivianas.
Monumentales derrotas cuya explicación era que el mero-mero
no postulaba a esos cargos. Pero, a la par de una corrupción descomunal y de un
contexto externo adverso sumados a una indisimulable ambición de quedarse en el
poder por toda la eternidad, el ídolo de barro se iba desintegrando.
Llegó el 21 de febrero de 2016 y el soberano ordenó, con su
voto, la retirada del caudillo y aquella cara se tornó superlativa. Llegó el 1
de octubre de 2018 y el régimen recibió un tremendo puñetazo en la jeta. El
rostro no solo lucía desencajado, sino que mostraba un horrible chirlo. Llegó
el 27 de enero de 2019 y el propio partido del dictador le dijo “No”. La faz,
además de desencajada y magullada, se llenó de quemaduras.
Sobre lo primero dijo que era “una mentira”; sobre lo
segundo, “un éxito diplomático”; y sobre lo último, que se trata de una
conspiración al interior del Tribunal Supremo Electoral. ¡Pero por quién nos
toman estos sujetos!
Habrá que hacerles recuerdo que quien promovió estas tres
derrotas –“autosuicidios”- fue el Number
One en persona, involucrándose a fondo en todas ellas, haciendo honor al
popular “ir por lana y salir trasquilado”.
Hay que tener cara (¿ser cojudo?) para seguir insistiendo
en atornillarse en el poder con tan claro rechazo externo, interno e íntimo, en
lugar de hacer mutis por el foro y dar lugar a la presencia de otros actores. Esto
ya no lo arreglan ni con Votox (Botox aplicado al voto, o sea fraude
electoral).
Señores del régimen: ¿Cuándo caerán en cuenta de que
Bolivia los repudia? Aún está a tiempo de obedecer al soberano (¡Ah! ¡y a ver
cuándo reponen los 27 millones que se tiraron en su último fiasco).